Amenemhat I. Política y literatura en Egipto


 

El reinado de Amenemhat I (1985-1955 a.C.) constituye un momento de especial interés en la historia del antiguo Egipto ya que se trata de un faraón que no pertenecía a la familia real y que alcanzó el poder en circunstancias difíciles y todavía no suficientemente aclaradas. Eran unos tiempos, finales de la dinastía XI, de los que hemos recibido noticias de que el país se encontraba en situación de crisis y el nuevo rey, incluso desde antes de llegar al poder, se esforzó por llevar a cabo un importante esfuerzo propagandístico cuya finalidad era crear un clima favorable hacia su persona y sus planes de reconstrucción del país. Por un lado, necesitaba legitimar su acceso al trono, que aparecía envuelto en circunstancias que planteaban interrogantes importantes; por otro, precisaba favorecer el reclutamiento de un importante contingente de funcionarios cuyos servicios permitieran asegurar el orden y la normalidad. 

Ese esfuerzo propagandístico de Amenemhat habría de traspasar incluso el propio momento de su muerte, ya que, tras haber sido asesinado en un complot palaciego, no dudó en presentarse a su hijo y sucesor a través de una supuesta Revelación para transmitirle instrucciones y consejos sobre el modo en que debía reinar para conseguir evitar los peligros que, derivados de esas intrigas palaciegas, habrían de amenazarle. 

Fruto de ese trabajo de propaganda que emanaba de Amenemhat se han conservado varias obras entre las que podemos citar la supuesta profecía que nos habla del momento de crisis que está pasando Egipto y anuncian la llegada del que habrá de ser un rey salvador (Profecía de Neferty); los textos que pretenden atraer a la nueva corte a escribas y funcionarios (Sátira de los Oficios); los propios consejos que el faraón asesinado habría de revelar a su hijo (Instrucción de Amenemhat I), o, incluso, las sabrosas noticias que, en relación con estos acontecimientos, se pueden rastrear en el popular Cuento de Sinuhé. 

Gracias a estos textos conocemos múltiples detalles de la orientación general de la política interior y exterior del nuevo rey y podemos acercarnos al modo en que vivían y sentían los hombres de estos tiempos. Sin embargo, y a pesar de todo ese esfuerzo, la idea que nos ofrecen estos escritos es que Amenemhat, que habría sido un gran benefactor de Egipto, terminaría envuelto en una conspiración palaciega que habría de costarle la vida. 


El visir Amenemhat 

En los tiempos finales del Imperio Antiguo (VI dinastía, reinado de Pepi II, hacia 2190 a.C.) el poder real acusó un progresivo debilitamiento en beneficio de la nobleza de las provincias. Parece que en esos tiempos se produjo un cambio climático que desecó el territorio egipcio hasta los niveles que hoy conocemos. Las crecidas del Nilo fueron insuficientes y los recursos con que contaba el estado fueron cada vez más escasos, de modo que el fantasma del hambre empezó a hacerse visible. Fue así como el poder central hubo de contemplar como los nomos situados al sur de Egipto se iban independizando. El Imperio Antiguo había entrado en una fase de descomposición y de manera paulatina fueron surgiendo nuevos centros de poder (2150–2080 a.C.). Primero fue Heracleópolis Magna, que durante las dinastías IX y X dominaba un territorio que comprendía desde el Mediterráneo hasta Abidos (Bajo Egipto), y más adelante Tebas (dinastía XI, coetánea de la X heracleopolitana), que con la ayuda de mercenarios nubios controlaba el Alto Egipto. Los conflictos entre el norte y el sur por el control de los territorios fueron continuos. Eran unos tiempos en que los egipcios veían como el orden se derrumbaba, y el caos y el desengaño lo impregnaba todo. Estas crueles vivencias fueron recogidas en textos como Las Admoniciones del sabio Ipuwer o El diálogo de un hombre desesperado. 

En esta etapa de la historia de Egipto, que hoy conocemos como Primer Periodo Intermedio, las capitales de los nomos se habían ido erigiendo como centros independientes de poder y la monarquía centralizada menfita había desaparecido. En estos tiempos notamos, incluso, que la situación de crisis y desorden llega a afectar a las propias creencias religiosas; es en este momento cuando, junto a las posturas de escepticismo y hedonismo propias de los denominados Cantos de Arpista, se inicia la difusión de los cultos osirianos, que ofrecen una esperanza de vida en el más allá, tras la muerte, a capas más amplias de la población. 

Con la dinastía XI, que llegará a su término en 1985 a.C., la familia tebana de los Mentuhotep conseguirá que la situación de caos termine y el país se vertebrará nuevamente, teniendo ahora como capital a Tebas. Esto sucedió en 2040 a.C., cuando Mentuhotep II se hizo con el control de Menfis y su zona de influencia. Es en ese momento, unificadas las Dos Tierras (el Alto y el Bajo Egipto) cuando nace lo que conocemos como Reino Medio. 

La dinastía se esforzará por reordenar los nomos e imponer su autoridad, pasando pronto a iniciar campañas militares que sabrán hacer frente a las amenazas que suponen los vecinos asiáticos, libios y nubios. Ahora, nuevamente, se abrirán al comercio las rutas que conducen al Egeo y al País del Punt. 

En tiempos de Mentuhotep III tenemos noticias de que el monarca envió una expedición a las canteras del Wadi Hammamat, situadas precisamente en el camino hacia el Mar Rojo y el Punt, que eran conocidas al menos desde la V dinastía. Las inscripciones que se han conservado nos indican que se trataba de un contingente de 10.000 hombres procedentes de diversos lugares del país del Nilo, que estaban al mando del visir Amenemhat. Tenían como objetivo identificar y transportar a Egipto un gran bloque de piedra con el que habría de construirse el sarcófago del monarca. 

Las inscripciones del Wadi Hammamat nos muestran una interesante información sobre esta expedición, en la que vemos surgir la figura de Amenemhat, que está identificado como visir del faraón, y constituyen una prueba del acierto con que más adelante este personaje habrá de actuar en materia de propaganda. En efecto, siguiendo a J. Vercoutter (1971), vemos que Amenemhat nos habla del éxito de la misión que se le había encomendado, afirmando que: “Mis hombres volvieron sin ninguna pérdida, no pereció ningún hombre, no desapareció ninguna patrulla, ningún asno murió, ni siquiera se puso enfermo algún artesano”, al mismo tiempo que nos ofrece algunos rasgos de su personalidad, poco modesta, presentándose como príncipe heredero de Egipto. Veamos nuevamente la inscripción: “príncipe heredero, conde, gobernador de Tebas y visir, jefe de todos los nobles, inspector de todo lo que el cielo concede, la tierra crea y el Nilo aporta, inspector de todo en todo este país, Amenemhat”. 

Las inscripciones del Wadi Hammamat contienen además otros textos que nos presentan al visir y príncipe heredero como un hombre especialmente favorecido por la divinidad, cosa que prueban diversos acontecimientos prodigiosos que sucedieron durante la expedición. De un lado, se dice que: “las bestias del desierto se acercaron a él, y entre ellas una gacela a punto de parir. Al marchar hacia la tropa no huyó y, cuando llegó al lugar donde estaba el bloque de piedra destinado a ser la cubierta del sarcófago, parió su cervatillo mientras que el ejército la contemplaba”. 

Pero es que, además: “Mientras que se estaba trabajando en esta montaña sobre el bloque de piedra destinado al sarcófago, se volvió a producir un milagro: llovió, se apareció el dios, su gloria se manifestó a los hombres, el desierto se convirtió en un lago y el agua subió hasta el nivel de la piedra. Por último, se encontró un pozo en medio del valle, de 12 codos por 12 (6,30 m. por 6,30 m.), lleno hasta el borde de agua fresca, pura, protegida de los animales y oculta a los nómadas”. 

Todos estos prodigios, claramente favorables a Amenemhat, habrían de ser ampliamente divulgados, de modo que: “Los que estaban en Egipto oyeron hablar de esto. Desde el sur hasta el norte se prosternaron y celebraron la virtud de Su Majestad para siempre, para siempre”. 

Parece que la expedición de Amenemhat resultó especialmente provechosa en términos propagandísticos tanto para este personaje como para el propio faraón al que servía. Si hemos de creer lo que afirman las inscripciones, nuestro hombre era en esos momentos el legítimo sucesor del rey, ya que hemos visto que Amenemhat se presenta como visir y príncipe heredero. 


Una nueva dinastía 

Todo parece apuntar que el visir Amenemhat era una persona con influencia en la corte y que el éxito obtenido en la misión que el faraón le había encargado en el Wadi Hammamat hubo de repercutir de manera favorable en su carrera. Parece, además, que el rey le había designado como sucesor, a pesar de que no pertenecía a la familia real, y lo cierto es que unos cinco años después de estos acontecimientos Amenemhat asumirá el poder. Quizás ese sea el motivo de que en un tazón de esquisto se hayan encontrado asociadas las insignias reales de Mentuhotep III y de Amenemhat I. En todo caso, no sabemos con certeza si hubo algún tipo de oposición a su persona, pero de lo que no existen dudas es de que el nuevo rey, Amenemhat, durante su reinado, sintió que ciertas amenazas se cernían sobre él y su familia. 

Diversos investigadores han sugerido que la madre de Mentuhotep III tampoco había tenido sangre real y piensan que, quizás, Amenemhat fuese un miembro de la familia de esa mujer, lo que le habría convertido también en familia del propio Mentuhotep, que le habría nombrado primero visir y más adelante, gracias a los éxitos de su carrera, príncipe heredero de Egipto. 

La llegada al poder de Amenemhat, en todo caso, se produjo hacia 1985 a.C. y, según hemos comentado, no se tienen noticias sobre si existió algún tipo de oposición o incluso enfrentamiento civil. Con el nuevo rey, que se mantuvo en el poder hasta 1955 a.C., se inicia la que denominamos XII dinastía y pronto el monarca toma la decisión de trasladar la corte a una nueva ciudad, Ittaui, cuyo nombre significa “La que toma posesión del Doble País”, referencia política a la acción unificadora del monarca, que habría estado situada cerca de la actual Licht, a unos 30 kms. al sur de Menfis. Todo parece indicar que Amenemhat no se sentía seguro en Tebas, en donde posiblemente abundaban los conspiradores y decidió alejarse a un asentamiento de nueva creación desde donde habría de resultarle más fácil obtener el apoyo de los jefes de los nomos. 

Ya alcanzado el poder, Amenemhat puso todo su empeño en fijar con claridad las fronteras entre los nomos, para evitar que se plantearan posibles litigios entre ellos, y ha quedado constancia de que poco a poco Egipto fue consolidando el auge que ya había venido alcanzando con la familia de los Mentuhotep. El nuevo rey fue flexible con los cabecillas locales de los nomos, otorgándoles cierto grado de autonomía, pero supo establecer un buen sistema de recaudación de impuestos sobre ellos una vez que las fronteras habían sido definidas. Se piensa que fue a través de la fiscalidad como el faraón pudo controlar la vida de los nomos, asegurando al mismo tiempo el necesario flujo de recursos económicos hacia la corte. 

Amenemhat, que contaba con una buena experiencia como visir en la dirección del estado, se tomó especial interés en la reconstrucción del aparato administrativo y en asegurar la protección de Egipto contra sus enemigos tradicionales, para lo que ordenó construir dos líneas defensivas, los denominados “Muros del Príncipe”, situados en los costados este y oeste del Delta, destinados a repeler posibles agresiones de asiáticos o libios. Con estas actuaciones, Amenemhat habría de establecer las bases para que la XII dinastía crease un estado fuerte y rico, que habría de distinguirse por sus logros artísticos, literarios y espirituales. 

En el Imperio Antiguo si algo distingue al estado egipcio es la consideración de la naturaleza divina de su faraón. Ahora, en el Imperio Medio, superada la crisis del Primer Periodo Intermedio, Amenemhat I se esforzará por presentarse ante sus súbditos como un rey más humano, posiblemente influido por las nuevas creencias osirianas y por el hecho de que no tenía sangre real en sus venas. Animando una fuerte campaña propagandística con la que pretendía atraerse a la población hacia su persona, no dudó en ser fuente de inspiración para escritores que habrían de ponerse al servicio de esas ideas del monarca. En la Instrucción (Serrano, 1993) que dirigía a su hijo Sesostris, afirmaba que: “Yo he dado al pobre; he criado al huérfano. Hice que alcanzase (el bienestar) (¿) tanto al que no tenía como al que tenía...”. Debe mencionarse, en todo caso, que en los tiempos del reinado de Amenemhat parecen cesar las críticas a la persona del monarca, que habían sido frecuentes en los tiempos precedentes. 


Profecía de Neferty 

La Profecía de Neferty es una obra que hubo de ser muy popular en el antiguo Egipto ya que se conocen al menos 20 copias de tiempos posteriores, sobre todo ramésidas, aunque debió ser escrita en tiempos de Amenemhat I, en un momento indeterminado. El texto nos ofrece las revelaciones de un vidente, que habría sido sacerdote lector en el santuario de la diosa Bastet en Bubastis. El individuo, del que se dice que había nacido en el nomo de Heliópolis, habría sido llamado a la corte del rey Snofru, fundador en el año 2613 a.C. de la IV dinastía. Este vidente tenía la misión de entretener al monarca, que sufría de aburrimiento y había invitado a quienes le rodeaban a que le contaran historias, “con hermosas palabras y frases escogidas”. 

En el texto, Neferty expone acontecimientos dramáticos que habrían ocurrido en tiempos pasados, pero los presenta como si aún estuvieran por acontecer. Es, en suma, una profecía post eventum, que describe una situación de crisis en Egipto que tradicionalmente se piensa que hace referencia a los penosos acontecimientos del Primer Periodo Intermedio. En opinión de algunos investigadores, sin embargo, los sucesos que se describen podrían ser los que habrían acontecido en los tiempos finales de la dinastía XI, que habrían de culminar con la llegada de Amenemhat I al poder. La forma en que está escrito el relato es una convención similar a la que usó Virgilio, que vivía en tiempos de Augusto, cuando hacía “predecir” al padre de Eneas los gloriosos destinos que aguardaban a Roma. Todo sugiere, pues, que la Profecía fue escrita cuando Amenemhat I ya estaba en el trono. 

Existen también discrepancias sobre si la situación de crisis que se detalla se extendió a todo el país o a una parte del mismo. Si seguimos literalmente el texto parece que los disturbios hacen referencia a los lugares donde vivía y donde había nacido Neferty, es decir, los nomos de Bubastis y de Heliópolis, en suma, las regiones del Delta oriental, que son las que habrían sido dominadas por pueblos extranjeros: “Los enemigos –dice el profeta- han hecho su aparición por el este, los Asiáticos bajan a Egipto. El palacio estará en peligro, (nadie) lo socorrerá…” 

Veamos, en ese sentido, varios pasajes de la Profecía, en la versión de Lefebvre (2003), que abundan en que la crisis se habrá de producir en esas regiones: 

“... evocaba la condición del este (de Egipto) cuando los asiáticos hicieron irrupción con sus fuerzas, que aterrorizarían los corazones...” 

“... llora por este país donde comenzaste (a existir)...” 

“Mira pues, el grande (ahora) se ve rebajado en el país en el que tú has comenzado (a existir)...” 

“Se habrá terminado con que el nomo Heliopolitano sea la cuna de todos los dioses...” 

En todos estos textos y en algunos otros dispersos por la Profecía llama la atención la insistencia con que el autor se refiere expresamente a la región donde habría nacido Neferty, lo que parece excluir que los disturbios que se narran se hubieran extendido a todo Egipto. En todo caso, el texto describe una situación de extrema penosidad para los hombres. Los elementos de la naturaleza, incluso, estarían padeciendo los efectos del caos, de modo que el disco solar llegará a quedar velado y desprovisto de su brillo, inerte como la luna: 

“El día comienza en la iniquidad. El país está completamente arruinado; (allí) no queda nada; no queda incluso (el valor de lo) negro de la uña de aquello que (le) fue (primitivamente) atribuido. Este país está destruido y no hay nadie que se preocupe de él, nadie que hable (de él), ningún ojo que llore (por él)...” 

“El sol se alejará de los hombres. Se alzará cuando sea su hora (pero) no se sabrá cuando es mediodía, no se distinguirá su sombra. El rostro no quedará cegado cuando se (le) contemple, y los ojos no se humedecerán de agua: estará en el cielo como la luna”. 

No obstante, y aquí radica la importancia de la Profecía, en este contexto de caos Neferty anuncia la llegada de un rey salvador, cuyo nombre, Ameny, no es sino una abreviatura de Amenemhat, del que el autor hará un tan vibrante elogio que, en palabras de Lefebvre, permite sostener que la obra fue compuesta en tiempos de este faraón y muy posiblemente bajo su directa inspiración. Con ello el rey buscaba resaltar los beneficios que la nueva dinastía que había instaurado habrían de traer a Egipto y contribuir, así, a su afianzamiento. 

Neferty nos dice que el nuevo rey salvador habrá de venir de las tierras del sur de Egipto y que su madre será una mujer de Ta-sti (Elefantina), de modo que el simple hijo de un hombre, eso sí, con aspiraciones, llegará a conseguir renombre para toda la eternidad. Este personaje que se anuncia (Ameny) habrá de vencer a los enemigos de Egipto, en los que incluye a los asiáticos, a los Timhu (libios) y a unos denominados rebeldes, de los que no se ofrecen más datos. 

Termina la Profecía indicando que tras la llegada del nuevo rey será arrojada de Egipto la iniquidad y se restaurará el orden y el derecho. Para proteger al país de los extranjeros el nuevo rey habrá de ordenar construir las líneas defensivas que en aquellos tiempos habrían de conocerse como los “Muros del Príncipe”, de los que encontraremos también noticias en el Cuento de Sinuhé. 

Reproducimos a continuación el anuncio de la llegada de ese futuro rey salvador; seguimos nuevamente a Lefebvre: 

“Pero he aquí que un rey vendrá del sur, llamado Ameny j.v. Es el hijo de una mujer de Ta-sti, un niño del Alto Egipto. Tomará la Corona Blanca, llevará la Corona Roja, unirá (sobre su cabeza) a las Dos Poderosas, complacerá a Horus y Seth, los dos señores, por medio de lo que a ellos gusta... 

¡Regocijaos, hombres de su tiempo! El hijo de un hombre (con aspiraciones) conseguirá renombre por toda la eternidad. Aquellos que estaban inclinados al mal y que meditaban acciones hostiles han callado sus bocas por miedo a él. Los Asiáticos caerán por efecto del terror que él inspira, los Timhu caerán ante su llama. Los enemigos pertenecerán a su cólera y los rebeldes a su poder, pacificando para él a los rebeldes el uraeus que está en (su) frente. 

Serán construidos los Muros del Príncipe V.P.S., y no se permitirá ya que los Asiáticos bajen a Egipto. Pedirán (en adelante) el agua en la forma acostumbrada, para dejar que sus rebaños beban. El derecho volverá a su lugar, habiendo sido arrojada afuera la iniquidad. Que se regocije quien (esto) vea y quien se encuentre entonces al servicio del rey”. 

Incidiendo de nuevo en el interrogante de qué tiempos de crisis son esos que anunciaba Neferty, ya comentamos antes que existen dudas de si el vidente esta mencionando los dilatados momentos del Primer Periodo Intermedio o se refiere a otros tiempos más recientes de crisis vividas bajos los reyes de la dinastía XI. Debemos mencionar como apoyo a la segunda hipótesis la existencia de algunos documentos, como las denominadas Cartas de Hekanakhté, que se han fechado en tiempos de Mentuhotep II, que hacen mención de manera indirecta a una situación de hambruna que se está sufriendo, al menos, en algunas partes de Egipto. 

En estas cartas, el autor, sacerdote funerario, se dirige a varios miembros de su familia dándoles instrucciones sobre el modo en que deben llevar la explotación del patrimonio rústico, incluyendo diversas menciones a una situación de crisis en el país, en el que reina el hambre, de modo que algunos, incluso, están comiendo la propia carne de otros hombres. Veamos algunos párrafos de una carta que dirigía a su madre, Ipy, en la versión de Serrano (1993): 

“Mirad, sois como aquel que come hasta que se encuentra saciado, después de haber padecido hambre hasta el punto de que sus ojos se hundían. Mirad, la tierra entera se muere, en tanto que (vosotros) no pasáis hambre. Cuando fui allá corriente arriba, fijé vuestras raciones (de alimento) apropiadamente. ¿Es acaso (ahora) la crecida (grande)? Nuestras raciones (de alimento) se han fijado para nosotros de acuerdo con la inundación. Sed, pues, pacientes, cada uno de vosotros. Mirad, he llegado hasta hoy entre vosotros alimentándoos... Mirad, se debe llamar hambre a la (auténtica) hambre. Aquí han comenzado a comerse a las personas. No hay nadie a quién se entreguen estas raciones (de alimento) en ningún lado...” 

Es posible que Amenemhat accediera al trono en un momento de crisis y hambruna como la que Hekanakhté menciona en estas cartas que dirigía a su familia. Debemos indicar, en todo caso, que el modo en que se produjo la sucesión de Mentuhotep III no está todavía suficientemente aclarado. Puede que Mentuhotep IV habiera sido un usurpador y que habría sido él quien envió a Amenemhat a las canteras del Wadi Hammamat. Existen, pues, importantes discrepancias sobre estos momentos históricos. Es posible que Amenemhat fuera el visir de alguno de los últimos reyes de la dinastía XI y es también posible que hubiera tenido que enfrentarse con alguno de esos últimos reyes, cuyo reinado habría sido efímero. 

Hace ya tiempo que J. Vercoutter (1971) nos decía en relación con estos tiempos que “el final del reinado de Mentuhotep III y de la XI dinastía permanece sumergido en la más completa oscuridad. En el estado actual de nuestros conocimientos nada permite afirmar que el golpe de estado, si es que lo hubo, que colocó en el poder a Amenemhat I fuera violento. Sin embargo, veremos que distó mucho de contar con la aprobación general”. 


Sátira de los Oficios 

Amenemhat I, tras los tiempos caóticos del Primer Periodo Intermedio, se tomó especial interés en la reconstrucción de los cuadros y servicios administrativos de Egipto. Las fuentes de la época nos han transmitido que ese aparato administrativo, tan brillante en los momentos del Imperio Antiguo, había quedado destruido. Tanto los almacenes centrales como las cortes de justicia o el catastro habían sufrido los momentos de crisis que el país había padecido, y los escribas y funcionarios, atemorizados, habían huido abandonando sus puestos. 

En la decisión del nuevo rey de situar la corte en Ittaui, cerca de Menfis, hubo de influir que en su entorno era donde estaban los pocos funcionarios que se habían mantenido, ya que hacía ya tiempo que la monarquía heracleopolitana había sucumbido. Ya comentamos antes que Ittaui fue una nueva capital creada con la idea de potenciar la política de unificación del país. Geográficamente su situación era muy favorable para ello, ya que estaba próxima al punto de encuentro entre el Alto y el Bajo Egipto. 

Desde allí, Amenemhat habría de promover un importante esfuerzo propagandístico para conseguir que una nueva generación de escribas se incorporasen a prestar sus servicios con vistas a la reorganización que pretendía llevar a cabo. Es en este contexto en el que surgirán dos obras con las que se pretendía atraer a los egipcios a la carrera funcionarial. De un lado, la denominada Suma o Kemyt, en la que se incluían aspectos tanto de tipo general (normas de prudencia en la conducta del escriba, por ejemplo), como otros contenidos más prácticos (fórmulas de escritos, modelos de correspondencia, etc.). 

El otro texto que surge en estos momentos es la denominada Sátira de los Oficios. En ella el autor se dirige a su hijo, e indirectamente a los futuros funcionarios, para hacer una alabanza de la profesión de escriba que comparará con otros oficios que son valorados de manera negativa. Lo cierto es que, a pesar de la clara intencionalidad de la obra, no debemos infravalorar la importante función que los escribas, y en general los funcionarios, desarrollaron en la historia de Egipto. Su minuciosidad y su eficacia administrativa no pueden sino ser alabadas. 

En la Sátira de los Oficios un individuo de nombre Dua-Hety lleva a su hijo Pepy a la Residencia, escuela de escribas, para que sea iniciado en esa profesión, que piensa que es la mejor que un hombre puede ejercer. En el texto el autor describe otros diversos oficios, siempre con tintes claramente desagradables haciendo incidencia en su penosidad, dando luego diversos consejos al futuro alumno que en su profesión de escriba habrá de gozar de independencia y de felicidad. Veamos, a modo de ejemplo, las críticas que se hacen a algunos de esos otros oficios, en la versión de Serrano Delgado (1993): 

“He visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como garras de cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado…” 

“Los dedos del fogonero están sucios. Su olor es el de los cadáveres. Sus ojos están inflamados por la intensidad del humo…” 

“El alfarero ya está bajo tierra, aunque aún entre los vivos. Escarba en el lodo más que los cerdos, para cocer sus cacharros. Sus vestidos están tiesos de barro, su cinturón está hecho jirones…” 

El autor describe en términos similares otras muchas profesiones (carpintero, campesino, joyero, barbero, albañil, jardinero, zapatero…). Después de esa presentación negativa de los distintos trabajos, en la que es frecuente la presencia de elementos satíricos, el padre terminará presentando a su hijo las ventajas del oficio de escriba y le ofrecerá diversos consejos que habrán de ayudarle en el futuro en el desarrollo de su trabajo: “Mira, no hay una profesión que esté libre de director, excepto el escriba. Él es el jefe. Si conoces la escritura te irá mejor que en las profesiones que te he presentado”. 

Parece que gracias a textos como esta Sátira de los Oficios Amenemhat I habría podido reclutar a los hombres que le eran necesarios como funcionarios, algo imprescindible para poner en marcha la reforma administrativa que deseaba llevar a cabo. 


Revelación de Amenemhat 

A pesar de sus esfuerzos por el bienestar de los egipcios, lo cierto es que sabemos que Amenemhat I habría de ser asesinado en una conjura palatina de la que encontramos referencias tanto en la Instrucción que desde el más allá habría de dirigir a su hijo Sesostris como en el popular Cuento de Sinuhé. 

Por una estela de Abidos sabemos que, diez años antes de su muerte, en el año veinte de su reinado, Amenemhat había nombrado corregente, es decir, había asociado al trono, a su hijo Sesostris. Parece que el rey sentía temor ante posibles amenazas en la sucesión al trono y quiso eliminar posibles motivos de oposición estableciendo quien deseaba que fuese su sucesor. Con esta acción, que habría de ser imitada por otros reyes posteriores, Amenemhat eliminaba los argumentos que podrían esgrimir otros posibles pretendientes. 

Parece evidente, además, que el rey, que habría accedido al trono con una cierta edad (recordemos que antes había sido visir), después de veinte años de reinado tenía que haber alcanzado una edad avanzada, por lo que posiblemente no tenía ya las fuerzas necesarias para superar las pruebas de la fiesta Sed y tampoco podría tener la capacidad necesaria para dirigir en persona a sus ejércitos. El Cuento de Sinuhé, en ese sentido, nos dice que Amenemhat era la cabeza de Egipto y su hijo Sesostris era su brazo. 

Es en estos momentos, una vez que Sesostris está asociado al poder, cuando Amenemhat enviará frecuentes expediciones militares contra los vecinos asiáticos, nubios y libios. En una de ellas, en el año treinta del reinado, cuando Sesostris acaba de obtener una victoria contra los Timhu (libios) y está alejado de la corte, se producirá el asesinato en circunstancias poco claras de Amenemhat. Unas supuestas Instrucciones que el monarca dirigirá a su hijo permiten que nos aproximemos a estos trágicos acontecimientos. El texto se nos presenta como una revelación póstuma de Amenemhat que, desde el más allá, ofrece algunos detalles de la conjura que puso fin a su vida y brinda ciertos consejos a su hijo y sucesor. 

En ese sentido las Instrucciones de Amenemhat I se incluyen en el género literario de las Enseñanzas, que vienen a ser colecciones de preceptos políticos o morales que se ponen en boca de un rey o de un gran personaje y que se dirigen a su hijo, al que se pretende aleccionar. Lo singular de estas es que el autor ha muerto y las ha escrito desde el otro mundo. En su tono, tras la revuelta que le ha sorprendido, se percibe la amargura del monarca ante la ingratitud de los hombres que han conspirado para poner fin a su vida. 

Veamos como da comienzo el texto, en la versión de Serrano (1993): “Principio de la Enseñanza que hizo la majestad del rey del Alto y Bajo Egipto Sehetepibré, el Hijo de Re Amenemhat, justo de voz, cuando habló en una revelación a su hijo...” 

Más adelante, Amenemhat nos ofrece una imagen de bondad, de monarca que buscaba el bien de su pueblo: “Yo he dado al pobre; he criado al huérfano. Hice que alcanzara (el bienestar) (¿) tanto el que no tenía como el que tenía... Nadie tuvo hambre en mis años; nadie padeció sed en (ellos)...” 

Pronto el monarca nos hablará de la traición que le envolvió: “Pero fue aquel que se había nutrido de mi alimento el que provocó querella; aquel a quien yo había dado mis brazos conspiraba por medio de ellos... Entonces (en la noche) se blandieron las armas que (debían) protegerme...” 

Desengañado por la traición de unos hombres que le resultaban próximos, pero de los que no da más detalles, Amenemhat dirigirá a su hijo varios consejos en los que le advierte de los continuos peligros que habrán de amenazarle: “Guárdate de los subordinados... No te acerques a ellos mientras estés solo; no te fíes de (ningún) hermano; no conozcas amigo. No te crees íntimos, pues no hay beneficio en ello... El hombre no tiene partidarios el día de la desgracia...” 

Parece evidente que estas supuestas Revelaciones de Amenemhat I debieron de ser escritas en los primeros momentos del reinado de su hijo Sesostris (1965-1920 a.C.), quizás mientras este peleaba contra los conspiradores para hacerse con el poder. Con estas palabras póstumas de su padre, Sesostris habría conseguido un refuerzo propagandístico importante en un momento en que buscaba afianzar su posición como rey de Egipto. Amenemhat, convertido en un espíritu “justo de voz”, le está legitimando claramente como su sucesor: “¡Oh, Sesostris, hijo mío! –le dirá-. Ahora que mis pies se ponen en marcha (hacia el Reino de Re), estás en mi corazón. Mis ojos te contemplan, hijo de una hora de felicidad, junto al pueblo del sol, que está adorándote. Mira, yo he hecho el principio, y he ordenado para ti el final. Soy yo quien te ha dado la tierra a ti, que estabas en mi corazón; tú, imagen mía, que llevas la corona blanca, progenie divina.” 


El cuento de Sinuhé 

En el Cuento de Sinuhé encontramos también diversas noticias que nos hablan de estos trágicos acontecimientos que rodearon la muerte de Amenemhat y la subida al trono de Sesostris. El cuento, que podríamos considerar como una novela de base histórica que se nos narra en primera persona, describe las peripecias de Sinuhé, un noble egipcio que acompaña al corregente Sesostris en su expedición contra los Timhu, a raíz de tener acceso a determinada información relacionada con la muerte de Amenemhat. 

En el transcurso de la narración, el lector de esta pieza maestra de la literatura egipcia puede disfrutar de sus contenidos, en los que se incluyen como momentos más destacados el que describe la pesadumbre de Sinuhé, que se ve obligado a emprender la huida por motivos que realmente no llega a comprender; un himno de alabanza a las bondades del nuevo monarca, Sesostris; un brillante relato épico cuando se produce el enfrentamiento de Sinuhé con el gigante de Retenu y, sobre todo, las emotivas escenas en que el autor nos describe la nostalgia que siente por estar lejos de Egipto, tierra sagrada en la que desearía ser enterrado. 

La narración da comienzo cuando Sesostris, que ha derrotado a los libios, recibe noticias de la corte en las que se le informa de la muerte de su padre Amenemhat, muerte que es descrita de manera bellísima por Sinuhé, un servidor del harén real que acompañaba a Sesostris. Seguimos la versión de Lefebvre (2003), traducida por Serrano Delgado: “El año XXX, mes tercero de la inundación, el 7, el dios entró en su horizonte, el rey del Alto y Bajo Egipto Sehetepibre; fue llevado al cielo y se encontró así unido con el disco solar, y el cuerpo del dios se integró en Aquel que lo había creado”. 

Nos dice el cuento que Sesostris, tan pronto como conoció la noticia, voló como un halcón con sus seguidores y regresó a la corte, en tanto que Sinuhé, sin desearlo, escuchará una conversación en la que otro de los hijos reales que estaba en la expedición es informado de algo de lo que nuestro hombre, atemorizado, no nos dará más detalles. 

Sinuhé, que sufre un intenso miedo, nos dice que su corazón se turbo al escuchar lo que no debía haber oído, sus brazos se separaron de su cuerpo y el temblor le dominó. A pesar de que él no había participado en ninguna conjura decide ocultarse y huir de Egipto, ya que teme los enfrentamientos que piensa que se van a producir en el país y siente que su vida está amenazada. Emprende, pues, la marcha y en el transcurso de la huida se nos habla de cómo llega a los denominados “Muros del Príncipe”, a los que nos habíamos referido en un momento anterior, situados en la frontera oriental de Egipto, y, tras cruzarlos aprovechando el descuido de los vigilantes, llegará a las tierras de los beduinos, que le acogerán llegando con el tiempo a casarse con la hija de uno de los jefes y llegando a ser más adelante él mismo jefe de una de las tribus. 

Veamos seguidamente el vibrante elogio que acerca de la persona de Sesostris I hará Sinuhé ante el jefe beduino, que le ha interrogado por la situación de Egipto tras la muerte de Amenemhat: “Es ciertamente un dios que no tiene igual... Es un maestro de sabiduría, de perfectos designios... Es audaz cuando se lanza sobre los Orientales: su alegría es hacer prisioneros a los bárbaros. Toma su escudo y pisotea (al adversario); no repite su golpe cuando mata. No hay nadie que pueda desviar su tiro... Es el bien amado, lleno de encanto, que ha conquistado por medio del amor. Su ciudad le ama más que a sí misma; se complace en él más que en su propio dios. Hombres y mujeres pasan aclamándole, ahora que es el rey”. ¿Cómo no sospechar, ante tan intensos elogios, que el propio Sesostris, continuador de los esfuerzos propagandísticos de su padre, no haya sido realmente el inspirador de este cuento tan brillante?. 

Pero es cuando Sinuhé nos habla de sus anhelos por regresar a Egipto y ser enterrado en esa tierra cuando la narración alcanza momentos de especial intensidad. Sinuhé, impregnado de nostalgia, quiere retornar a la tierra sagrada y pide a la divinidad, quienquiera que sea, para no errar en la identificación, que sea benévola y le permita retornar al lugar donde su corazón no cesa de estar a pesar de llevar muchos años de exilio. Sinuhé desea ser enterrado en Egipto, para desde allí poder iniciar la partida a las moradas eternas. Cuando el rey sea informado de ese deseo de Sinuhé, le hará saber pronto a través de una orden real que se reproduce íntegramente en el texto que él no tiene nada contra el huido y que, por tanto, Sinuhé puede retornar a Egipto si ese es su deseo, es más, le anima a ese regreso y le promete un entierro adecuado el día en que haya de convertirse en un espíritu iluminado: 

“Piensa –le dice Sesostris en la orden- en el día del entierro, en el paso al estado de bienaventurado. La noche te será (entonces) asignada por medio de aceites (de embalsamamiento) y de bandeletas (provenientes) de las manos de Tayt. Se te organizará un cortejo fúnebre el día del sepelio, -una funda de oro (con) la cabeza de lapislázuli, un cielo por encima de ti, habiendo sido colocado dentro del sarcófago; los bueyes te arrastrarán y los músicos (marcharán) delante de ti-. Se ejecutará la danza de los Muu en la puerta de tu tumba; se te leerá la lista de ofrendas; sacrificios serán hechos junto a t(u) estela, estando tus columnas construidas de piedras blancas en medio (de las tumbas) de los hijos reales. No, tú no morirás en una tierra extranjera...” 

Termina el relato narrando el retorno de Sinuhé a Egipto y su encuentra con Sesostris y la familia real en el palacio, inmersos en un ceremonial que el cuento nos describe con detalle. Después nuestro hombre se retirará a una casa de campo que le ha ofrecido el rey y en ella habitará preparando el momento de su cercana muerte, feliz de poder ser enterrado, finalmente, en su tan amada tierra. 

Las obras literarias producidas en estos tiempos, como este Cuento de Sinuhé y otras a las que antes nos hemos aproximado llegarían a constituir una especie de fondo literario clásico que se iba transmitiendo de generación en generación, sirviendo sus textos como material de base para las enseñanzas que se impartían en las escuelas de los escribas. En estos momentos Egipto alcanzó su edad de oro literaria. En tiempos posteriores los hombres a los que se enseñaban los misterios de la escritura hacían sus ejercicios copiando algunos de estos relatos sobre fragmentos de piedra caliza, los denominados ostraca, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros tiempos. 

El Cuento de Sinuhé, por su perfección literaria, fue copiado una y otra vez por los aprendices de escribas. Ese es el motivo de que nos hayan llegado, al menos, seis copias en papiro y más de una docena de ostraca. A pesar de que parece claro que algunos de los textos más populares que hemos venido comentado, al menos parcialmente, estuvieron inspirados por los reyes con una clara intencionalidad propagandística, no por ello habrían de perder, en palabras de Vercoutter, nada de su potencia y encanto. 



BIBLIOGRAFIA 

GUGEL, Begoña y otros (2008): El Reino Medio. La Edad de Oro (En: “Egipto. El culto a la muerte junto al río de la vida”), Arganda del Rey, Edimat. 

LEFEBVRE, G. (2003): Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica, Madrid, Ediciones Akal. 

LÓPEZ, Jesús (2005): Cuentos y fábulas del Antiguo Egipto, Barcelona, Universidad de Barcelona, Colección Trotta. 

PARRA, José Miguel y otros (2008): El Primer Periodo Intermedio. El Estado fragmentado (En: “Egipto. El culto a la muerte junto al río de la vida”), Arganda del Rey, Edimat. 

SCHULZ, Regine y otros (2004): Egipto, el mundo de los faraones, Colonia, Editorial Konemann. 

SERRANO, J. M. (1993): Textos para la historia antigua de Egipto, Madrid, Editorial Cátedra. 

VERCOUTTER, J. et alii (1971): Los imperios del antiguo oriente (del Paleolítico a la mitad del segundo milenio), Madrid, Siglo XXI de España Editores.