El Juicio de los Muertos en el antiguo Egipto

(En cuanto) al tribunal que juzga a los miserables, sabes que ellos no son benignos en el día de juzgar al malvado, en la hora de cumplir con su tarea. Es terrible que el acusador sea un hombre de conocimiento. No pongas tu confianza en la duración de los años, pues ellos ven el tiempo de la vida como una hora. El hombre puede permanecer tras la muerte, pues sus acciones se colocan junto a él como un tesoro, y la existencia allí es eterna. Estúpido es quien hace que ellos (los jueces) se irriten. Y respecto al que llega a ellos sin haber cometido faltas, quedará allí como un dios, yendo libremente, como los señores, eternamente.

Instrucciones a Merikaré, dinastía X 




En su obra “Isis y Osiris” el helenista Plutarco nos ha transmitido una valiosa información acerca del mito de Osiris, antiquísimo monarca que según la leyenda habría traído la civilización al Valle del Nilo. Asesinado por su hermano Seth, paradigma de las fuerzas negativas, que sentía envidia de él y ansiaba usurpar su trono, Osiris habría de retornar de nuevo a la vida gracias a los poderes mágicos de Isis, su esposa y hermana, que contó con la ayuda de Anubis y Thot. 

Los Misterios de la muerte y resurrección de Osiris, instituidos según Plutarco por la propia Isis, habrían de ofrecer desde entonces a los hombres la esperanza de una vida eterna en el Más Allá tras la muerte. Convertido Osiris tras su vuelta a la vida en Señor del Reino de los Muertos habrían de producirse diversos enfrentamientos entre su hijo Horus, que pretendía vengar a su padre y acceder al trono en cuanto heredero legítimo y Seth, su tío. 


El Juicio de Horus 

Se ha conservado un texto, que hoy conocemos como “Las aventuras de Horus y Seth”, fechado en los tiempos de Ramsés V (hacia 1160 a.C.), si bien su origen posiblemente haya que remontarlo a los tiempos del Reino Medio, en el que se narran las disputas entre los dos dioses por la herencia de Osiris. En el mismo se nos ofrece una rica información acerca del Gran Juicio que con ese motivo se celebró en el Tribunal de los Dioses (la Enéada), que estuvo presidido por Atum, el Gran Dios Primordial, llamado Señor Universal en el texto. 

En la narración que estamos comentando, Thot presenta al Señor Universal el Ojo Udyat, símbolo del litigio, y más adelante será Shu, divinidad del aire, quien solicite que el Ojo sea entregado a Horus, pretensión a la que finalmente, tras diversas peripecias entre Horus y Seth, terminará accediendo el Tribunal de Dioses. 

En los tiempos del Reino Antiguo ya se pensaba que del mismo modo que Horus, para ser reconocido por los dioses, había tenido que superar un juicio también el Faraón, tras la muerte, para alcanzar su puesto en el Reino Celeste de Re, en cuanto hermano de los dioses, también tendría que superar otro juicio en el que habría de resultar de especial interés que ninguna divinidad se opusiera a sus pretensiones. El Rey, que había sido el símbolo viviente de Horus en la tierra, había tenido como misión esencial durante su reinado que Maat (es decir, la imagen del Orden, el Equilibrio y la Justicia que el Dios Primigenio, Atum-Re, había establecido en el momento de la Creación) hubiese imperado en Egipto. Si el Faraón no había cumplido esa misión de aplicar Maat en la tierra, tras su muerte podía temer que alguna de las divinidades se opusiera a que su espíritu alcanzase el Reino Celeste. 

Los “Textos de las Pirámides” nos dicen que el Faraón, tras su fallecimiento, debía ser objeto de diversas transformaciones en el Más Allá, en un proceso que habrá de culminar con su manifestación como espíritu akh, ser de luz o espíritu luminoso, que se integrará con las otras divinidades en el Cielo. En ese viaje por el Más Allá los “Textos de las Pirámides” nos hablan de que el Rey habrá de atravesar diversos lugares de purificación, en los que dejará atrás sus posibles faltas, para así, una vez ya libre de la materia poder arribar al Gran Tribunal con posibilidades claras de superar el Juicio que habrá de presidir el Señor Universal. 

El conjuro 1.707 de los “Textos de las Pirámides” nos habla del destino inmortal que espera al espíritu del Rey fallecido: “Tu hermana es (la estrella) Sotis, tu descendencia es la Estrella Matutina, y te sentarás entre ellas en el gran trono que está en presencia de las Dos Enéadas”. Se pensaba, incluso, que una vez transformado en divinidad el Rey habrá de llegar a poder juzgar los asuntos de los otros dioses, ya sus hermanos. Dice, en ese sentido, TP 2.004 y 2.005: “Levántate, Oh Rey, vístete con esta capa tuya que está fuera de la mansión, con tu maza en tu brazo y tu cetro en tu mano (símbolos de su poder), estando a la cabeza de las Dos Cónclaves para que puedas juzgar a los dioses”. 

La identificación del monarca fallecido con Horus, lo que permitirá su acceso al Reino Celeste, se expone en diversos conjuros, así en TP 502 y 503 se dice que: “las puertas del cielo se abren, el Rey ha abierto (las puertas del cielo)… Ellos hacen un camino para el Rey, para que el Rey pueda pasar por él, porque el Rey es Horus”. Para facilitar el proceso de elevación al Reino Celeste (TP 265) el espíritu proclamará una y otra vez que durante su vida en la tierra se distinguió por establecer la Justicia y el Orden (Maat) en lugar de la Injusticia y el Caos, siendo por tanto su pretensión (TP 1.582) la de poder brillar en el Cielo como Re (el sol), sofocando la maldad y haciendo que Maat permanezca siempre al lado del Dios Primordial. Su destino final, en suma, será el de brillar cada día para Aquel que está en el Horizonte del Cielo. 

Antes, sin embargo, y según ya comentamos, los textos nos dicen que el Rey deberá ser purificado para dejar atrás las impurezas que puedan estar agarradas a su espíritu, tarea en la que será auxiliado por el propio Horus. Dice, en ese sentido, TP 2.202: “Oh Rey, … Horus vendrá a ti para que pueda cortar tus cuerdas y quitar tus lazos. Horus ha eliminado tus impedimentos y los dioses-tierra no podrán agarrarte”. Son muchos los conjuros que los sacerdotes hicieron gravar en las paredes de las tumbas reales para ayudar a la purificación de su espíritu. Así en TP 530 el Faraón, tras bañarse en el Campo de los Juncos proclamará que es puro, en tanto que en TP 841, por indicar otro ejemplo, se dice que: “El mal que está en el Rey es destruido, el mal que estaba en él es anulado”. ¡Oh Rey, -se le dirá en TP 1.067- arroja la tierra que hay en ti!. 

Especialmente sugestivo es el conjuro 275 en el que el espíritu, tras ser purificado, habrá de ser ayudado por Nut (dios del Cielo) y Shu (dios del Aire) en su proceso de elevación: 

“Este Rey se ha bañado en el Campo de los Juncos. 
La mano de este Rey está en la mano de Re. 
¡Oh Nut, toma su mano! 
¡Oh Shu, levántale! 
¡Oh Shu, levantalé!”. 

Otros conjuros de los “Textos de las Pirámides”, así los 373 y 488, contienen referencias expresas a la Gran Mansión que será el lugar en donde Re y Osiris habrán de impartir justicia y juzgar la conducta del Rey en la tierra. En TP 462 este afirmará que: “No hay ninguna palabra contra mí sobre la tierra entre los hombres, no hay acusación en el cielo entre los dioses…”. De algún modo el contenido de esta declaración podría ser un claro antecedente de lo que nosotros conocemos como “Confesión Negativa”, que en los tiempos posteriores del Reino Nuevo habrán de prestar todos los hombres que pretendan superar el Juicio de Osiris, como más adelante tendremos oportunidad de analizar. 

De los conjuros que hemos comentado y de tantos otros similares que de manera repetitiva se reproducen en los “Textos de las Pirámides” se nos ofrece la imagen (TP 316 a 323) de que el espíritu del Rey fallecido, del mismo modo que antes le había sucedido a Horus, heredero de Osiris, también tendrá que ser juzgado por el Tribunal de la Enéada, tras haber sido previamente purificado. El Rey será juzgado por las Dos Verdades (Isis y Neftis, coronadas por Maat) y contará en ese proceso con la protección que otorga el Ojo de Horus. En ese momento del juicio, no obstante, su espíritu sentirá miedo de que “la serpiente ígnea” pueda golpear los corazones de los dioses, sus jueces, a los que pedirá una y otra vez que no obstaculicen su ascensión sino que se presenten ante él como amigos. En TP 336 se indica que el Pueblo del Sol (las divinidades) ha testificado a favor del Rey, lo que nos sugiere que existía la posibilidad de que hubiera ocurrido lo contrario y alguien se hubiera opuesto a su pretensión de acceder al Reino Celeste. 

Ese es el motivo de que en TP 356 y 357, una vez declarado Justo por la Enéada, el Rey nos transmita su inmensa sensación de alegría. Ha podido superar los obstáculos que se le podían haber opuesto: 

“Estoy justificado; 
¡alegraos por mí, alegraos por mi ka! 
Mi hermana es Sotis, mi hijo es la Estrella Matutina. 
Estoy en la parte inferior del Cielo con Re. 
Estoy justificado; 
¡alegraos por mí, alegraos por mi ka!” 

El miedo a la posibilidad de ser excluido por los dioses hará que el Rey, antes de presentarse en las salas del Gran Tribunal no dude, incluso, en proferir temibles amenazas contra las divinidades que se le podrían oponer. En ese caso, el Rey se declara identificado con Atum e insiste en que todo lo que se diga en su contra será igualmente dicho contra el Señor Universal. Veamos, en ese sentido, los conjuros 492 y 493: 

“Si yo soy maldecido –dice el Rey-, Atum será maldecido; 
Si soy injuriado, Atum será injuriado; 
Si soy golpeado, Atum será golpeado; 
Si soy obstaculizado en este camino, Atum será obstaculizado, 
Porque yo soy Horus, 
He venido siguiendo a mi padre, 
He venido siguiendo a Osiris”. 


Osiris y los Occidentales 

Hemos visto que los “Textos de las Pirámides”, representados desde los tiempos de la V dinastía en las paredes de las cámaras sepulcrales de los reyes, pretendían facilitar a través de conjuros que se repiten de manera reiterativa la subida del espíritu del Faraón al Reino Celeste de Re. Debido a esa finalidad específica se encuentran en los mismos escasas alusiones acerca del destino que esperaba en el Más Allá al resto de los hombres. Todo parece indicar que para los egipcios comunes ese Más Allá no se situaba en el Cielo sino en lo que nosotros conocemos ahora como Inframundo, región subterránea en donde el espíritu del difunto se encontraba con los ancestros que le habían precedido en la existencia. En ese Inframundo los espíritus vivirían felices si bien tenían diversas obligaciones, entre ellas la de cultivar los campos y producir alimentos que habrían de nutrir a sus kas. 

En todo caso la Arqueología demuestra que desde los primeros momentos de la historia de Egipto, en torno al cuarto milenio a.C., los hombres tenían algún tipo de creencia acerca de la pervivencia en el Más Allá tras la muerte. Los egipcios de a pie no tenían entonces pretensiones de llegar al Reino Celeste de Re, ya que los “Textos de las Pirámides” nos dicen que ese acceso estaba vedado a los hombres, pero sin embargo tenían determinadas esperanzas de pervivencia. Las ofrendas que se depositaban en las tumbas indican que se pensaba que los espíritus seguían viviendo y por lo menos se podían mover y alimentar. 

En los “Textos de las Pirámides” existen algunas referencias al Reino de los Occidentales, así en el conjuro 251, que sería ese Inframundo en el que reinaría Osiris y en el que residirían los difuntos. En el conjuro indicado se le pide al Rey fallecido que desde el Reino Celeste donde se encuentra mire hacia abajo para contemplar ese otro Reino que Osiris preside. Se sostiene que el espíritu del Rey está en un nivel superior y que nunca llegará a estar en ese lugar que tiene un rango inferior: “Mira hacia abajo a Osiris –se le dice- cuando gobierna los espíritus (de los hombres comunes, hemos de entender), porque estás de pie lejos de él, no estás entre ellos y no estarás entre ellos”. La posición superior del Rey con respecto a esos espíritus se sostiene en otros textos, como los 57 y 220. En este último se dice que el cayado del Rey está a la cabeza de los espíritus, al igual que Anubis. 

Todos estos conjuros parecen sugerir que los “Textos de las Pirámides” mantienen una distinción entre los espíritus, que serían las almas de los egipcios comunes, y los denominados “Inmortales”, las Estrellas Imperecederas, que serían tanto los propios dioses como los reyes divinizados tras su muerte. En ese sentido, dice TP 1.994: “Yo vengo a ti, porque soy tu hijo; vengo a ti, porque soy Horus. Pongo tu bastón para ti a la cabeza de los espíritus y tu cetro a la cabeza de las Estrellas Imperecederas”. 

La decoración de las tumbas privadas, ya desde los tiempos del Reino Antiguo, muestra escenas en las que el difunto parece vivir en un lugar similar geográficamente al Delta del Nilo. Abundan los canales de agua y los lagos y allí los difuntos aparecen en escenas de caza y pesca, cultivando campos y llevando a cabo diversos trabajos cotidianos. Parece que en esas escenas se están ofreciendo imágenes del denominado Campo de los Juncos, el lugar donde vimos que los reyes se purificaban antes de acceder al Juicio de la Enéada. Parece que los egipcios pensaban que ese era un espacio de purificación y renacimiento en el que los hombres justos habrían de vivir eternamente. A fin de cuentas en un lugar similar de Egipto, el Delta del Nilo que antes mencionábamos, Isis había criado a su hijo Horus, que había crecido en esos parajes, oculto a la ira de su tío Seth. Si en esos lugares que se distinguen por la abundancia de agua se había desarrollado el crecimiento de Horus es razonable pensar que en parajes similares situados en el Más Allá pensasen los egipcios que también ellos habrían de desarrollarse como espíritus, libres de la materia corpórea. 

En los “Textos de las Pirámides”, que hasta ahora hemos venido analizando, hemos visto que existen diversas referencias a la necesidad de que el Rey difunto se purifique antes de arribar al Gran Juicio. No existen, sin embargo, noticias acerca de algún otro tipo de juicio para los espíritus de los egipcios corrientes, debido posiblemente a que la finalidad de estos textos era la de facilitar solamente la ascensión del Rey, en tanto que los demás egipcios tenían negada la posibilidad de acceder al Reino Celeste. Para profundizar en las concepciones de los hombres en relación con esa idea de juicio tras la muerte se hace, pues, necesario recurrir a las inscripciones que fueron gravadas en las tumbas privadas de esos tiempos. En todo caso, todo parece indicar que al Faraón se le juzgaba en base a que hubiese aplicado correctamente, o no, a Maat durante su existencia en la tierra. Se juzgaba, de algún modo, lo que podríamos denominar “Justicia del Estado”. Solo en tiempos posteriores, como más adelante expondremos, se pasará a juzgar individualmente a cada hombre fallecido para saber si también había actuado en su existencia impregnado por la idea de respeto a Maat. Será entonces cuando se pasará a juzgar la justicia moral de cada hombre en cada uno de sus días de vida. 

Para poder profundizar en las creencias que los egipcios tuvieron en los tiempos finales del Reino Antiguo y en los posteriores momentos del Primer Periodo Intermedio acerca de si en el Más Allá habrían de ser sometidos a algún tipo de prueba que sopesara su actuación en la tierra, pensamos que puede resultar de interés analizar los textos que estos hombres hicieron representar en sus estelas funerarias y en las paredes de las tumbas. En el “Cuento de Sinuhé”, cuya acción se desarrolla en los tiempos de la dinastía XII, encontramos interesantes reflexiones acerca de la posibilidad de que este personaje encontrase la muerte en el exilio, lejos de Egipto, y fuese enterrado en una tierra extraña, lo que supondría una especie de maldición que le impediría alcanzar el Reino de Occidente. Para poder gozar del bienestar eterno, Sinuhé deberá regresar a Egipto, la Tierra Amada, en donde el Rey le ha prometido un entierro adecuado a los ritos y creencias egipcias: 

“Vuelve a Egipto –le dice el Faraón- para ver (de nuevo) la Residencia, en la que habitaste, para besar la tierra ante la Gran Puerta Doble, y para que te unas a los Compañeros. Pues ciertamente hoy has empezado a envejecer; has perdido la fuerza viril. Piensa en el día del entierro, de pasar al (estado de) reverenciado. La noche te será concedida por medio de aceites y bandeletas, de manos de (la diosa) Tayt. El día del entierro se te hará una procesión funeraria; el sarcófago será de oro, su cabeza de lapislázuli; un cielo estará sobre ti cuando hayas sido colocado en el ataúd; bueyes tirarán de ti; (irán) músicos ante ti. Se ejecutará la danza Muu ante la entrada de la tumba. Se te leerán las listas de ofrendas. Se harán sacrificios ante tu mesa de ofrendas. Tus columnas, construidas en piedra blanca, estarán entre (las de) los Hijos Reales. No morirás en tierra extranjera. Los Asiáticos no te enterrarán; no se te colocará en la piel de un carnero y no se te hará un (simple) túmulo. Es un vagabundeo demasiado largo por la tierra. Piensa en la enfermedad y ven (a Egipto)...” 

De los tiempos finales del Reino Antiguo (VI dinastía) data la tumba de Herkhuf, notable de Elefantina, en cuyas inscripciones se nos han transmitido sugerentes noticias acerca de las expediciones que este personaje realizó a las tierras de Yam, al sur de Egipto, de donde retornaría con un pigmeo capturado en esos parajes, que habría de despertar el entusiasmo de Pepi II, que entonces reinaba. En las fórmulas funerarias incluidas en el texto se desea que el difunto pueda marchar en paz por los sagrados caminos del Reino de Occidente, por los que transitan los espíritus reverenciados, y pueda finalmente ascender al Reino Celeste, como un reverenciado. 

Herkhuf justifica que en su vida terrena adaptó su actuación a la Regla de Maat diciendo que: “Yo fui uno excelente..., querido por (su padre), alabado por su madre, amado por todos sus hermanos. Di pan al hambriento, y vestidos al desnudo. He transportado a aquél que no tenía barca... Yo fui uno que dijo el bien y que repitió lo que se deseaba. Jamás dije yo maldad alguna al poderoso, de forma que actuara contra algún hombre, pues yo deseaba estar a bien con el Gran Dios. Jamás juzgué a dos (partes) de forma que se privará a un hijo de los bienes de su padre.” 

En estos mismos tiempos (VI dinastía) se ha fechado también la tumba de Pepinakht Hekaib, en la que el difunto muestra igualmente su interés por justificar adecuadamente su paso por la tierra: “Yo soy uno –nos dice- que habla el bien y que repite lo que se desea. Nunca dije al poderoso maldad alguna contra nadie. Desee la bondad que procede del Gran Dios. Di pan al hambriento y vestidos al desnudo. Nunca juzgué entre dos partes (de forma que) privara alguna vez al hijo de las posesiones de su padre. Soy uno amado de su padre, alabado por su madre, querido por sus hermanos...” 

Llama la atención la similitud de los contenidos de los textos encontrados en estas tumbas de fines del Reino Antiguo, que confirman las creencias de los hombres de esos tiempos de intentar justificar adecuadamente que su vida terrena había sido justa como medio de poder acceder a una nueva existencia en el Más Allá tras la muerte. 

Textos similares se han encontrado en otras tumbas de esos tiempos o de los momentos posteriores del Primer Periodo Intermedio. Podríamos citar (estamos siguiendo las traducciones de Serrano Delgado) los textos de la tumba de Hety, nomarca de Asiut: “He dado vida a la ciudad; hice que el trabajador comiera... y se repartió agua para permitir que el débil se recobrara... Hice un canal para esta ciudad ... He creado tierras de cultivo... Di agua a los vecinos...” Como otro ejemplo, y en sentido similar de justificación del difunto, citamos la estela de Iti, en Naga-Ed-Deir, cerca de Abidos, en la que este personaje nos dice que: 

“Yo fui un excelente ciudadano que actuó con su (propio) brazo, que incrementó los bienes de su padre. Fui uno que decía la bondad y que repetía la bondad, que arreglaba las cosas en el momento oportuno. Fui uno de corazón ligero, gracioso en el trato con sus hermanos. Di pan y cerveza al hambriento, vestidos al desnudo de mi servidumbre. Distribuí bienes a aquel que desconocía igual que al que conocía, de manera que (pueda) perdurar sobre la tierra y me vaya bien en la necrópolis...” 

Todos estos textos funerarios que hemos reproducido confirman las creencias que tenían los antiguos egipcios en relación con la esperanza de una vida ultraterrena en el Más Allá. Para acceder a ella parece que era necesario haber tenido una vida impregnada por la idea de lo justo (Maat). No encontramos referencias concretas a la idea de un juicio pero lo cierto es que el sentido de las inscripciones indica que para los hombres resultaba tranquilizador mostrar que en su vida terrena habían estado impregnados por las ideas de justicia y bondad. 


Letanía de Intef 

De un personaje de nombre Intef, que vivió en tiempos de Sesostris I (dinastía XII), se ha conservado una estela que estuvo situada en la capilla que este individuo se hizo consagrar en Abidos. Estamos en unos momentos, finalizado el Primer Periodo Intermedio, en que el culto a Osiris estaba alcanzado un importante auge y las personas adineradas hacían lo posible por ser enterradas en el suelo sagrado de Abidos, donde se situaba el principal centro de culto al dios, o en otro caso ordenaban levantar un cenotafio o capilla en la creencia de que con ello se favorecía la acogida de su espíritu en el Reino de Occidente. 

En esa estela se ha conservado un texto que constituye una letanía de las virtudes que distinguieron el difunto en su vida en la tierra, de modo que se piensa que constituye un antecedente de la denominada “Confesión Negativa” que el capítulo 125 del “Libro de los Muertos” habría de desarrollar en tiempos posteriores. 

La “Letanía” de Intef, desarrollada como un conjunto de declaraciones, detalla las justificaciones que este personaje ofrece acerca de su paso por la tierra en la confianza de que habrán de facilitar su ascensión a la vida eterna. En el texto se nos reiteran las virtudes de Intef, destacando, en palabras de Serrano Delgado, aspectos como el autocontrol, la paciencia, la moderación, la generosidad, la justicia, la lealtad, la obediencia a los superiores... Intef, en suma, nos brinda una visión de su existencia en la tierra que supone un modelo de vida pleno de virtudes, en línea con los contenidos de la denominada “Literatura Sapiencial”, en la que se incluyen obras como las “Máximas de Ptahhotep”, texto fechado en los tiempos de la V dinastía y coetáneo, por tanto, de los “Textos de las Pirámides”. 

Veamos algunos fragmentos del contenido de la Letanía de Intef, en la versión de Serrano Delgado: 

“Fui clemente, cuando escuchaba mi nombre, con aquel que me decía lo que había en su corazón… 
Fui apacible, amable y benéfico, uno que apaciguaba al lloroso con buenas palabras… 
Fui generoso para con el subordinado, uno que hacía el bien a su igual… 
Fui amigo de los pobres, bondadoso para el que nada tiene… 
Fui uno que socorrió al hambriento que nada poseía, generoso con los humildes… 
Fui sabio con aquel que (aún) no conocía, uno que enseñaba al hombre lo que le era útil… 
Fui preciso, igual que una balanza, verdaderamente recto, como Thot… 
Fui un sabio que a sí mismo se enseñó el conocimiento, un consejero a quien se le pedía opinión…” 

De los textos de la estela de Intef que hemos seleccionado parece desprenderse que con esas declaraciones de su capilla en Abidos este hombre, adornado con las excelsas virtudes de los sabios, pretendía justificar ante los Jueces del Más Allá su actuación en la tierra. Ese es el motivo de que el texto se considere un antecedente de la “Confesión Negativa” del “Libro de los Muertos”. En todo caso, parece que durante su existencia mortal Intef supo adaptar su espíritu a la Regla de Maat, ese principio de orden luminoso e intemporal que es anterior a la existencia de la humanidad y que seguirá existiendo cuando llegue el fin de los tiempos. 


Divulgación de los Misterios 

Las “Instrucciones a Merikaré”, que se remontan a la X dinastía, en el contexto de los tiempos finales del Primer Periodo Intermedio, se insertan en la tradición de los “Textos Sapienciales” del Reino Antiguo, como las “Máximas de Ptahhotep”, y en ellas el padre instruye a su hijo Merikaré en relación con la obligaciones que durante su reinado pesan sobre un Rey que desee ser recordado en el futuro como ejemplo de “buen pastor” que condujo con equidad a su pueblo. 

Practica la justicia y tu recuerdo perdurará sobre la tierra, le dirá Hety a Merikaré, y añadirá diversos consejos en relación con las normas de actuación que deberá seguir en su vida como Rey, todos ellos impregnados por las ideas de justicia social y piedad religiosa. “(La vida) en la tierra pasa. No es larga. Afortunado aquel de quien se tiene un buen recuerdo... (El hombre bueno) vive para siempre. 

En relación con la idea del Juicio de los Muertos, Hety recordará a su hijo que: “(En cuanto) al tribunal que juzga a los miserables, sabes que ellos no son benignos en el día de juzgar al malvado, en la hora de cumplir con su tarea. Es terrible que el acusador sea un hombre de conocimiento. No pongas tu confianza en la duración de los años, pues ellos ven el tiempo de la vida como una hora. El hombre puede permanecer tras la muerte, pues sus acciones se colocan junto a él como un tesoro, y la existencia allí es eterna. Estúpido es quien hace que ellos (los jueces) se irriten. Y respecto al que llega a ellos sin haber cometido faltas, quedará allí como un dios, yendo libremente, como los señores, eternamente.” 

En las “Instrucciones a Merikaré” el autor insiste en que la actuación del hombre durante todos y cada uno de los días de su vida será tenida en cuenta cuando se le juzgue en el Más Allá. Un solo día puede aportar algo para la eternidad, incluso una sola hora. Por ello el hombre debe ser recto y practicar la justicia (Maat) durante todos y cada uno de los días de su paso por la tierra. La divinidad –dirá Hety a su hijo- prefiere las cualidades del hombre que es recto de corazón antes que las magníficas ofrendas que le pueda presentar un pecador. Lo mismo que el hombre haga por la divinidad en la tierra, eso mismo hará Dios por él en el Más Allá. Nuestras buenas acciones en este mundo repercutirán de manera muy favorable en la eternidad. Dios conoce a todos los hombres y sabe lo que hace en cada momento aquel que trabaja para él. 

Las “Instrucciones a Merikaré” fueron escritas en unos tiempos en que los Misterios de Osiris, antaño reservados exclusivamente a los funerales del Rey, estaban siendo divulgados entre capas más amplias de la población, fruto todo ello de los tumultuosos momentos que la tierra de Egipto había vivido tras la caída del Reino Antiguo. Primero los poderosos y luego diversos sectores de la población habían tenido acceso a estos cultos mistéricos que prometían la eternidad en el Reino Celeste de Re, y no solo en el Inframundo como hasta entonces, a los hombres que hubieran sido justos en su vida terrena. 

En las “Admoniciones de Ipuwer”, texto que hace referencia a esos momentos del Primer Periodo Intermedio, se nos habla de que ha llegado un tiempo en que los escritos que se custodiaban en la Cámara Privada han sido robados y los secretos que allí había han sido revelados a los hombres. Las fórmulas mágicas se han divulgado y ahora los conjuros y encantamientos se han tornado ineficaces ya que la gente los conoce y se repiten por todas partes. Estamos en unos tiempos de gravísima crisis económica y social y los desórdenes y conflictos imperan. Incluso –se nos dice- las tumbas están siendo saqueadas por los revoltosos y los cadáveres momificados yacen ahora tirados en los terraplenes. 


El Tribunal de Osiris 

En los “Textos de los Sarcófagos”, precedente del posterior “Libro de los Muertos”, todavía no existen referencias expresas a la idea de un juicio al que tengan que someterse los espíritus de los fallecidos. El Tribunal de los Dioses se entiende como una corte de tipo tradicional en el que las autoridades divinas pueden atender los casos de reclamaciones. Será con el triunfo pleno de las creencias osirianas cuando el Juicio de los Muertos deje de estar motivado por un posible incidente concreto, como en la justicia moderna, para pasar a significar una valoración de toda la existencia, de toda la vida, de un individuo. 

A través de la difusión de los Misterios de Osiris lo que sucedió es que triunfó plenamente, entre todos, la idea de un orden moral que presidía la Creación y que, personificado en la diosa Maat (el Orden, la Justicia y el Equilibrio) debía impregnar todas las acciones de la existencia del individuo en la tierra. El hombre, en su vida terrena, no podía oponerse a lo que la Regla de Maat representaba. En el Juicio de Osiris, tras su muerte, toda su existencia sería revisada por las divinidades. 

Esta idea osiriana de un juicio a los hombres tras su muerte es una novedad que nos ha legado la civilización egipcia y habrá de ser recogida posteriormente por judios, cristianos y musulmanes, si bien existe una diferencia que se debe resaltar ya que en Egipto el juicio se desarrollaba de manera individualizada para cada hombre en un momento lógicamente posterior a la muerte pero que no se concreta, en tanto que en las otras religiones citadas habrá de tener lugar, colectivamente, el último día de existencia del mundo, el denominado día del Juicio Final, cuando tras el anuncio de la trompeta divina todos los hombres habrán de ser juzgados. 

El “Libro de los Muertos”, que los egipcios conocían como “Libro para salir al Día” o “Libro para salir a la Luz Plena”, es el texto funerario por excelencia del antiguo Egipto y habría de desarrollarse plenamente a partir de los tiempos del Reino Nuevo sobre la base de los antecedentes que suponían los sortilegios de los “Textos de las Pirámides” y de los “Textos de los Sarcófagos”. Los contenidos que se integran en este nuevo libro no surgieron como un bloque conjunto y estructurado sino que se fueron integrando de manera paulatina desde los momentos finales del Primer Periodo Intermedio y el Reino Medio gracias a la labor de sucesivas generaciones de sacerdotes que fueron recopilando textos antiguos y redactando otros nuevos en línea con la difusión de los Misterios que se estaba produciendo. 

Ese es el motivo de que el “Libro de los Muertos” suponga una solución de compromiso entre las tradicionales creencias solares propias de los “Textos de las Pirámides”, que se siguieron respetando, y las nuevas ideas que ofrecían los Misterios de Osiris. Así, a modo de ejemplo, el capítulo 7 del libro, claramente influenciado por la teología de Heliópolis, nos ofrece una fórmula que permite superar los peligros que supone en el Inframundo la serpiente Apopi, ser maligno que amenaza cada noche el viaje nocturno de la Barca Solar de Re, en tanto que en el capítulo 125, plenamente osiriano, se nos hablará con ricos detalles del juicio al que habrán de someterse todos los hombres tras la muerte. 

Este juicio se desarrollará, en un momento impreciso según antes comentamos, en la Gran Sala de la Doble Maat, es decir en la Sala de la Verdad y la Justicia, donde se manifiesta en todo su esplendor el triunfo de la Regla divina que el Demiurgo estableció en el primer momento de la Creación. En el capítulo 125 del libro se ofrece al difunto la fórmula que debe permitir que pueda entrar en esa sala y adorar a Osiris, que preside el tribunal y que en los papiros aparece acompañado por 42 divinidades (una por cada uno de los nomos o provincias egipcias), así como por Isis y Neftis y los cuatro hijos de Horus: 

“¡Gloria a ti, Gran Dios (Osiris), Señor de las Dos Maat! He llegado hasta ti, mi Señor, habiendo sido traído para contemplar tu perfección. Te conozco y conozco el nombre de los cuarenta y dos dioses que están contigo en esta Sala de las Dos Maat, que viven de la vigilancia de los pecados y se abrevan de su sangre, cuando se juzgan las cualidades (de los difuntos) en presencia de Unnefer. Mira: “Aquel de las Dos Hijas, el de las dos Meret, El Señor de la Doble Maat” es tu nombre. En verdad, he llegado (aquí) hasta ti y te he traído lo que es equidad y por ti he destruido la perfidia” 

El instrumento del juicio será una balanza en la que se pesará el corazón del difunto (órgano de la conciencia), colocándose en el otro platillo una pluma de avestruz, símbolo de Maat, o una figurilla de la divinidad. Anubis, inicial dios de los muertos y ahora gran señor de la momificación, será el encargado de introducir en la sala al difunto, en tanto que Thot actuará como notario, anotando el resultado de la pesada del corazón en una tablilla. Es usual que Thot sea representado como un babuino que está sentado en lo alto de la balanza. 

Una vez en la Sala de la Doble Maat el difunto deberá presentar dos declaraciones de inocencia ante los dioses. La primera de ellas está integrada por un total de 36 declaraciones negativas que se realizarán ante el propio Osiris. Con ellas el difunto debe manifestar que no ha cometido pecados en todos y cada uno de los días del año (en relación con los 36 decanes o unidades de tiempo egipcias). La segunda declaración la debe hacer el difunto ante los 42 dioses-jueces que acompañan a Osiris y está compuesta por otras 42 declaraciones negativas que se dirigen, cada una de ellas, a cada una de esas divinidades. 

Veamos el contenido íntegro de la declaración que el difunto debía realizar ante Osiris: 

“No cometí iniquidad contra los hombres. 
No maltraté a las gentes. 
No cometí pecado en la Sede de Maat. 
No (intenté) conocer lo que no debía (conocerse). 
No hice mal. 
No comencé el día recibiendo una comisión de parte de las gentes que debían trabajar para mí y mi nombre no llegó a las funciones de un jefe de esclavos. 
No blasfemé contra dios. 
No empobrecí a un pobre en sus bienes. 
No hice lo que era abominable a los dioses. 
No perjudiqué a un esclavo ante su amo. 
No fui causa de aflicción. 
No hice padecer hambre. 
No hice llorar. 
No maté. 
No di orden de matar. 
No causé dolor a nadie. 
No disminuí las ofrendas alimentarias de los templos. 
No mancillé los panes de los dioses. 
No robé las tortas de los bienaventurados. 
No fui pederasta. 
No forniqué en los santos lugares del dios de mi ciudad. 
No robé con la medida de áridos. 
No disminuí la arura (lindes de los campos). 
No hice trampas con las tierras. 
No añadí (peso) al peso de la balanza. 
No falseé el peso de la balanza. 
No arrebaté la leche de la boca de los niños. 
No privé al ganado de sus pastos. 
No cacé pájaros en el coto de los dioses. 
No pesqué peces en sus lagunas. 
No retuve el agua en su estación. 
No opuse al agua corriente ningún dique. 
No apagué nunca un fuego en su quema. 
No pasé por alto los días de las ofrendas de carne. 
No quité ganado (destinado) a la comida del dios. 
No me opuse a ningún dios en sus salidas procesionales. 
¡Soy puro, soy puro, soy puro, soy puro!...” 


El destino de los espíritus 

Si el difunto, tras el juicio, era declarado culpable de haber actuado contra la Regla de Maat un terrible destino le aguardaba. Habría de ser entregado a Ammit, la Gran Devoradora, un ser monstruoso con cuerpo de león, trasero de hipopótamo y cabeza de cocodrilo que en los papiros funerarios se representa, acechante, sentado al lado de la balanza, esperando que la sentencia sea desfavorable, para devorar el cuerpo del fallecido. Además, el espíritu será conducido a un paraje infernal situado en el Inframundo en el que habrá de padecer inmensos sufrimientos producidos por los más atroces tormentos corporales: mutilaciones de órganos, cremación, etc. 

Sin embargo esos tormentos y suplicios no eran eternos sino que tras esas torturas despiadadas que suelen reproducirse en los “Libros del Inframundo” del Reino Nuevo, habría de llegar lo que más temían los egipcios, que era la aniquilación total del espíritu. Privado del acceso a la Luz de Re y excluido de la presencia divina, se produciría el paso a la no existencia. El fallecido no solo no había podido acceder a la vida eterna junto a los dioses sino que era aniquilado; en lo sucesivo era como si jamás hubiese existido. 

Por contra, si el resultado del juicio resultaba favorable para el difunto su espíritu era declarado “Justificado” o “Justo de Voz”, como le había sucedido a Horus cuando había reclamado justicia en sus disputas con Seth. Los muertos bendecidos pasaban así a disfrutar de una nueva vida “de millones de años”, transformados en espíritus iluminados (akh). Esa era precisamente la pretensión última del “Libro de los Muertos”, conjunto de textos que perseguían transformar al difunto en un ser de Luz, en un espíritu transfigurado o iluminado que habría de hacerse uno solo con la Luz de Re. 

“Las cartas que los egipcios dirigían a los muertos –nos dice Stephen Quirke- se refieren a los parientes fallecidos como akh, espíritu transfigurado, e identifica a los espíritus malignos que provocan conflictos en el mundo como mut, los muertos, es decir, los muertos que siguen muertos después de la muerte y no consiguen alcanzar una buena vida futura. Las analogías más cercanas en los idiomas modernos serían “muertos benditos” para akh y “condenados” para mut. Por tanto, sakhu, es decir, transfiguraciones es lo que encarna el verdadero núcleo de propósito de la literatura funeraria, el intento de fusionarse con las fuerzas de la luz y escapar de la eterna oscuridad.” 

Para obtener una sentencia favorable en el Juicio de Osiris era necesario que el corazón del difunto, órgano de la conciencia del hombre, no tomase partido en contra de su poseedor. El capítulo 30 B del “Libro de los Muertos”, con esa finalidad, facilita al poseedor del libro un conjuro especialmente llamativo: 

“Fórmula para evitar que el corazón del difunto se oponga a él mismo en el Más Allá. Que (el difunto) diga: 

¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mis diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, no os opongáis a mí en el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en presencia del guardián de la balanza!... No digas falsas palabras contra mí en presencia del Gran dios, Señor del Occidente. ¡Mira, el ser proclamado justo se basa en tu lealtad!” 


La tumba de Nefertari 

Los textos de la tumba de la Reina Nefertari, esposa de Ramsés II, que está situada en el Valle de las Reinas, cerca de Tebas, confirman que en los tiempos del esplendor del Reino Nuevo las antiguas creencias que se plasmaban en los “Textos de las Pirámides” acerca del destino del espíritu del Rey en las Estrellas se mantenían vigentes, en este caso para ser aplicados a la esposa real, si bien se insertan en el nuevo contexto que había supuesto la difusión de las creencias osirianas. Así, los textos que decoran esta tumba reproducen muchos de los capítulos del “Libro de los Muertos” y recogen diversas fórmulas reiterativas que expresan conjuros rituales que se atribuyen a diversas divinidades que han de acoger a Nefertari en el Más Allá. 

La idea central que se desprende de los textos de Nefertari confirma la creencia de que su espíritu, culminado un proceso de ascensión en el que ha sido juzgado y declarado “Justificado”, ha accedido ante el Señor de la Eternidad, Osiris, y manifiesta su anhelo de aparecer ahora en el Cielo, como el Disco Solar, durante toda la eternidad. En el pasillo descendente IV de la tumba se expresa lo siguiente: 

“Palabras pronunciadas por Isis, Señora del Cielo y Dama de todos los dioses del País Sagrado: 

He venido junto a ti (Nefertari), Gran Esposa Real, Señora del Doble País, Dama del Alto y del Bajo Egipto, (nuevo) Osiris –Señora del Doble País, (Nefertari)- justificado ante el gran dios Osiris, Señor de la Eternidad. Te doy un lugar en el País Sagrado en presencia de Unnefer. ¡Que aparezcas como el Disco Solar en el Cielo, perpetuamente!... 

Te doy un lugar en el Akeret (el Reino Celeste donde residen los espíritus justificados). Has aparecido en el Cielo como mi padre Re y el Akeret se ha iluminado con tus rayos”. 

Textos como este y otros similares que se repiten una y otra vez por las paredes de la tumba representan un compendio de las creencias propias de la teología de Heliópolis, en cuyo contexto se situaban los viejos “Textos de las Pirámides”, y las nuevas ideas surgidas en torno a la difusión de los Misterios de Osiris. Con cierta frecuencia se incluyen diversas glosas intercaladas por los sacerdotes que pretendían con ellas facilitar la comprensión de las partes más oscuras de las creencias heliopolitanas, lo que sugiere que en estos tiempos del Reino Nuevo resultaban de difícil comprensión para la mayor parte de las personas. Ahora es Osiris quien se muestra como “El que está al frente del Occidente, Señor del País Sagrado, Señor del Akeret”, si bien se expresa también su subordinación con respecto al Gran Dios Primordial Atum-Re, del que, como en los textos del Reino Antiguo, se afirma que es el Gran Dios que se creó a si mismo en el principio de los tiempos: “Yo era Atum –se dice- cuando estaba solo en el Nun (las Aguas Primordiales que precedieron a la Creación). Yo soy el sol (es decir, Re) cuando aparece para regir lo que ha creado”. 

Es ante este Dios Primordial, Atum-Re, del que Osiris es una emanación (Osiris es el ayer -se nos dice- Re es el mañana) ante el que Nefertari habrá tenido que rendir cuentas de su actuación en la tierra antes de poder acceder, una vez declarada Justa, al Supremo Reino de los Cielos. 


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