Los niños y las creencias mágicas en Egipto


En el antiguo Egipto la magia y la medicina estuvieron unidas en una relación muy estrecha, constituyendo ambas la base de un conocimiento que se ofrecía como indivisible. Los hombres que practicaban este saber, que en algunas ocasiones son denominados en los textos egipcios como “Aquellos que tienen poder sobre los escorpiones”, cuidaban con celo de guardar su ciencia usando para ello velos impenetrables de modo que los otros hombres no pudieran tener acceso a ese conocimiento secreto. 


Magia y medicina 

El poder mágico de los médicos-magos egipcios tuvo que resultar eficaz en la vida cotidiana de los hombres, ya que en otro caso no se hubiera conservado durante miles de años. Posiblemente, en buena medida, esa eficacia se debía a que los sanadores sabían como influir en las mentes de sus pacientes. El enfermo, envuelto en los rituales mágicos, pensaba que una fuerza positiva que tenía gran poder estaba en marcha para combatir a las fuerzas negativas que le habían producido la enfermedad. Parece que en esos tiempos tan alejados los médicos-magos sabían como manejar los aspectos psicosomáticos de la sugestión, de la fe, en suma. 

En textos como el denominado Papiro Ebers se nos ha transmitido que existían diversos tipos de personas que practicaban el oficio de sanador. De un lado, estaban los que podríamos llamar doctores o físicos (swnw), que eran personas que tenían conocimientos prácticos de magia y medicina que habrían adquirido en la Casa de la Vida de alguno de los templos. Estos personajes, formados en el saber esotérico, tendrían conocimiento de la escritura jeroglífica y sabrían leer directamente los textos médicos que se custodiaban en las bibliotecas de los templos. Con ese bagaje de conocimientos sabían como utilizar el conjunto de fuerzas que eran necesarias para proteger y acrecentar la vida. 

Un segundo tipo de sanadores estaría constituido por los sacerdotes wab de la diosa Sekhmet, que estaban especializados en cuidar la salud física de los hombres. Sekhmet era una diosa temida por los egipcios ya que en su día había recibido de Ra la orden de masacrar a la humanidad, con la que el supremo dios estaba molesto por sus continuos actos de desobediencia. Se piensa que los hombres, que tenían miedo de Sekhmet, acudían a sus templos implorando su ayuda cuando se encontraban enfermos, de modo que los sacerdotes de la diosa habrían terminado especializándose en las curaciones. 

Finalmente, el Papiro Ebers cita también como sanadores a los denominados magos o exorcistas (sav), que serían personas que no habrían tenido acceso a las Casas de la Vida sino que se habrían formado en los conocimientos mágicos a través del contacto con otro mago que les habría permitido acceder a esa ciencia oculta. Usualmente estos conocimientos pasarían de padres a hijos y este tipo de sanadores desarrollaría su oficio en pequeñas poblaciones. Hemos de pensar que algunos de estos magos no serían sino meros charlatanes que habiendo tenido acceso a algunas fórmulas mágicas no dudaban en aprovecharse de la incultura generalizada de la población. 

Para los sanadores egipcios los conocimientos prácticos y terapéuticos de tipo puramente médico y el manejo de los formularios mágicos y esotéricos constituían una unión indisoluble. En palabras de Parra Ortiz (2003): “No es que los médicos egipcios aplicaran un tratamiento y, cuando no funcionaba, recurrieran a la magia; para ellos ambos aspectos eran consustanciales a la curación del enfermo. Las realidades del mundo físico estaban irremediablemente unidas a las del mundo “no visible” y actuar sobre ambas a la vez era el único modo de sanar a alguien”. Un cirujano egipcio nunca llevaría a cabo una operación si previamente no había conjurado a la divinidad protectora del miembro concreto que iba a intervenir. Sin el beneplácito de la divinidad, conseguido a través de la magia, no tendría sentido llevar a cabo la intervención. 

Para facilitar la eficacia de la magia, y posiblemente como modo de influir en el ánimo del paciente, el sanador además de formular el conjuro correspondiente lo escribía sobre un papiro que se introducía en un recipiente con agua. Posteriormente el líquido, impregnado de la magia de la petición, habría de ser bebido por el paciente. Sabemos que era también frecuente que se consagraran estatuas y estelas mágicas recubiertas enteramente de conjuros protectores sobre las que también se vertía agua que tras escurrir por su superficie, participando de su poder energético, se recogía y era igualmente bebida por el enfermo. Era también usual que el paciente besara la estatua o la estela en cuestión, en la que se habría reproducido una imagen de Bes, dios de la magia y de la iniciación, pisoteando a animales dañinos, como serpientes o escorpiones. 

El estrecho vinculo existente entre la medicina propiamente considerada y la magia hace que en los antiguos documentos egipcios unas veces nos encontremos con conjuros y remedios que nos causan estupor, como introducir estiércol en la vagina de una mujer, en tanto que en otras descubrimos que tenían conocimientos médicos a los que el mundo occidental tardaría mucho tiempo en acceder, como es el caso del Papiro Ebers, fechado en la dinastía XVIII, en el que se describe la circulación de la sangre en el hombre y su reflejo en lo que hoy denominamos pulso. Veamos ese texto en la versión de Parra Ortiz (2003): 

“Hay conductos en él en todos sus miembros. De modo que: si cualquier doctor (swnw), cualquier sacerdote wab de Sekhmet o cualquier mago (sau) coloca sus dos manos o sus dedos en la cabeza, en la parte posterior de la cabeza, sobre las manos, en el lugar del corazón, en los dos brazos o en cada una de las dos piernas, él mide el corazón, debido a esos conductos de todos sus miembros. Habla por los vasos de todos los miembros” 

El sanador egipcio debía tener unos conocimientos esotéricos que le permitieran reproducir en nuestro mundo, es decir, en el mundo del enfermo, los cuidados de que son objeto las divinidades en el mundo del más allá. Si un niño era mordido por una serpiente y el veneno corría por su cuerpo, el médico debía conseguir que se reprodujera el milagro divino por el que el niño Horus, también envenenado por una serpiente, había recuperado la salud gracias a la magia de Isis, su madre. Veamos a modo de ejemplo otro texto, en este caso el denominado Papiro Mágico de Harris, en el que el sanador invoca al dios Bes, el Enano celestial, para pedirle que proteja a un enfermo. Seguimos a G. Cantú (2002): 

“¡Salud a ti, Enano celestial (dios Bes), que tienes un gran rostro, un tronco elevado y muy cortas las piernas! ¡Gran columna que tienes el capitel en el cielo y la base en el Dwat! ¡Señor del Gran Cadáver que yace en Heliópolis, gran señor viviente que reposa en Djedet! Te traemos a..., hijo de... Protégelo, día y noche, como protegiste a Osiris de aquel cuyo nombre es oculto, en el día de la sepultura en Heliópolis” 


Isis y Horus 

En su obra Isis y Osiris, el helenista grecorromano Plutarco nos transmitió sirviéndose de bellas palabras la imagen de Isis, la Suprema Maga que gracias a sus poderes devolvió la vida a Osiris, considerada ahora en su acepción de gran diosa de la maternidad: “Isis es, pues, la naturaleza considerada como mujer y apta para recibir toda generación... Siente amor innato por el primer principio (que es idéntico al principio del bien)... a él se ofrece para que la fecunde, para que siembre en su seno lo que de él emana y lo semejante a él. Se regocija al recibir estos gérmenes y tiembla de alegría cuando se siente encinta y llena de gérmenes productores. En efecto, toda generación es imagen de la materia de la sustancia fecundante, y la criatura se produce a imitación del ser que le dio la vida...” 

La historia de Isis y Horus, símbolo de la unión entre la madre y su hijo, hizo que durante milenios Isis fuese considerada por los hombres como la gran diosa que protegía la salud y la vida de los niños. En el relato mítico se narra que Horus, siendo niño, fue mordido por una serpiente en la que se había encarnado Seth, paradigma de las fuerzas del Caos y asesino de Osiris, padre de Horus. Las lamentaciones de Isis, que veía como su hijo, cuyo corazón palpitaba ya muy débilmente, iba a morir, serían las mismas que tantas veces habrían exclamado las madres egipcias, ya que era frecuente que serpientes o escorpiones mordieran o picaran a los niños. 

En estos casos la intervención del sanador pretendía devolver la salud al niño aplicando determinadas hierbas dotadas de propiedades terapéuticas y utilizando fórmulas mágicas que atrajeran el auxilio de las divinidades y potenciaran la acción del remedio aplicado. En una de las versiones del mito de Horus, su madre Isis suplicará la intervención de Thot, dios del conocimiento esotérico, que descenderá de los cielos trayendo consigo el “soplo de la vida”, lo que permitirá la curación del niño y devolverá la alegría a su madre. 

El Papiro Médico número 10.059 BM nos ofrece un buen ejemplo de una receta en la que se aúnan los aspectos médicos y mágicos que pretenden, en este caso, sanar a un niño de una quemadura. En su texto se invoca a Isis y se describe una pasta compuesta por diversos productos vegetales a los que se debe añadir la leche de la propia madre. Parece claro que en estos tiempos antiguos los egipcios ya eran conscientes de las propiedades antisépticas e inmunológicas de la leche humana. Veamos esa receta en la versión de Serrano (1993): 

“Horus niño (estaba) en las marismas; un... inflamado se abatió sobre sus miembros; no conocía este (mal) ni sabía qué era. No estaba la madre para conjurarlo y su padre había ido a pasear. Hapy (¿) e Imset estaban allí (y gritaron). El hijo (divino) es (todavía) un niño de pecho, y el fuego es poderoso. No hay nadie que pueda salvarle (de eso). Entonces salió Isis del taller de tejido, en el momento en que ella estaba ocupada en desliar su tela. Y dijo: “Ven, Neftis, hermana mía; haz que (pueda) irme; teje (¿) el hilo de mi tejido. Déjame marchar para actuar. Yo sé cómo extinguirle eso con mi leche, el agua de curación que está en mis senos. Vierto (mi leche) sobre tus miembros, (hijo mío), y los músculos sanan. Hago que el fuego se aleje de ti, tan poderoso como era (¿)”. Decirlo sobre cortezas de acacia, panecillos de cebada, granos uah cocidos, coloquintos cocidos y culantros cocidos. Hacer con ello una masa y mezclar con leche de una madre que haya alumbrado un hijo varón. Lo alisarás con una rama de ricino.” 


La magia en el embarazo 

Si, como estamos considerando, la magia impregnaba la vida en Egipto, en el caso de los niños esa continua presencia de las creencias mágicas era especialmente intensa. Los misterios que rodeaban los conocimientos sobre la concepción de los niños (embarazo, gestación y alumbramiento) y la situación de gran debilidad con que estos llegaban al mundo, sometidos a peligros que amenazaban sus vidas, hacían que la necesidad de ritos mágicos propiciatorios resultase imprescindible. Ante esa necesidad fueron surgiendo diversos prácticas y conjuros que pretendían evitar, por ejemplo, que la mujer quedase embarazada en el acto sexual, o que buscaban pronosticar si la concepción se iba a producir o no. Existían también otras fórmulas con las que se pretendía conocer el sexo del feto que se estaba gestando. 

En el primer caso, para evitar el embarazo, las fórmulas mágicas utilizadas pretendían impedir que Hathor, diosa del amor, o Ta-Urt, diosa de la maternidad, intervinieran en el acto sexual. Adicionalmente las mujeres egipcias utilizaban como medios anticonceptivos unos pesarios que se introducían en la vagina y que actuaban como diafragmas muy rudimentarios. Eran también frecuentes las irrigaciones vaginales con esencias de plantas y con estiércol de cocodrilo, algo que nos causa especial sorpresa en nuestros tiempos. 

En el Papiro Carlsberg se nos ha transmitido una fórmula curiosísima que permitía pronosticar si el embarazo se iba a producir o no. Veámosla en la versión de Vidal Manzanares (1994): 

“Un diente de ajo humedecido... lo tendrá en la vagina toda la noche hasta que amanezca. Si el olor del ajo le sale por la boca es que dará a luz. Si no, es que no dará a luz”. 

Otra fórmula también muy llamativa es la que se conserva en el Papiro de Berlín (199), que permitía conocer el sexo del futuro niño. Seguimos nuevamente a Vidal Manzanares: 

“Medio para saber si una mujer dará o no a luz. Se coloca cebada y trigo, y la mujer los regará todos los días con su orina. Pondrás asimismo dátiles y arena en los dos sacos. Si germinan los dos, dará a luz. Si germina la cebada (antes), será niño. Si germina el trigo (antes), será niña. Si no germina (ninguno), no dará a luz. 


El niño nace 

En el caso de los niños que nacían prematuramente las posibilidades de supervivencia eran escasas y de hecho solamente la fuerza de la magia podía salvarlos de la muerte. Se sabe que con esa finalidad se colocaba en el cuello del prematuro un collar que a modo de amuleto habría de ahuyentar a los seres malignos. Estaba fabricado con cuatro perlas o bolas de marfil, siete piedras semipreciosas y siete trozos de oro. Todo ello estaba sujeto por siete hilos de lino que habrían tenido que ser tejidos por dos hermanas uterinas, símbolo de las divinidades Isis y Neftis. 

El nacimiento del niño constituía un momento en el que existían grandes peligros. Se pensaba que la mujer debía llevar amuletos protectores, especialmente pequeñas joyas en las que se reproducía la figura del enano Bes. Para que el parto se desarrollara satisfactoriamente, de modo que el espíritu se encarnara en el cuerpo del niño y el alumbramiento llegara a su termino, el mago debía invocar a las diosas Hathor y Mesjenet, esta segunda considerada como la divinidad que protegía todos estos acontecimientos. Veamos uno de los conjuros utilizados, en este caso del Papiro del Museo de Berlín, en la versión de Martín Valentín (2002): 

“¡Mesjenet que estaba provista del espíritu, del alma y de todo lo necesario cuando tú todavía estabas en el vientre de tu madre! ¡Mesjenet, obra de Atum, hija de Shu y de Tefnut! ¡Viene al mundo el niño, tú conoces en tu nombre de Mesjenet como dar el alma a este niño que está en el vientre de esta mujer! ¡Tú le procuras la orden real dada a Gueb para crear el espíritu, el alma y todo lo necesario de la diosa Nut! ¡No permitas que se pronuncie ningún maleficio pues tú eres benéfica! ¡Que los atrapados por la debilidad no impidan con sus malvadas bocas esto que es justo! ¡Tú que estás en paz, aparta de él a Seth y dale su herencia y provisiones! ¡Nut, tú que tienes junto a ti a todos los dioses, que son las estrellas luminosas. Igual que ellos no abandonan esas estrellas para darles luz, que su poder de protección venga y cuide de esta mujer!. Esta fórmula debe ser pronunciada por el sacerdote lector de los libros sagrados, sobre los dos ladrillos en los que se sienta la mujer parturienta, mientras arroja al fuego grasa de pájaro e incienso. Deberá ir vestido con una túnica del más fino tejido y en su mano deberá tener el bastón del poder”. 

Gracias a Mesjenet el espíritu penetraba en el cuerpo del niño, que podía abandonar el vientre materno protegido por la diosa que además le ofrecía la ayuda de los poderes celestes que habría de necesitar para poder triunfar sobre el mal siempre amenazante. Nut, diosa del cielo, también es invocada en este conjuro ya que es en el cielo en donde se sitúan todos los dioses, que son las estrellas que nos brindan su luz. El oficiante, en este caso un sacerdote lector, pedirá a Nut que la bóveda de las estrellas descienda sobre la mujer que está dando a luz y la proteja. 


El niño y la enfermedad 

En relación con las enfermedades, que en el caso de los niños causaban especial preocupación a sus padres, los egipcios pensaban que podían estar motivadas tanto por la presencia de emanaciones de la propia muerte como por la acción de espíritus malignos, que podían ser tanto las propias divinidades propiciatorias del Caos como los espectros de los hombres que habían muerto sin alcanzar el estado de bienaventurado. Los niños, por su especial debilidad y quizás por su capacidad profética que luego comentaremos, eran víctimas fáciles de las enfermedades, siendo atacados insistentemente por las fuerzas del mal. 

Se hacía necesario, por tanto, la existencia de conjuros que permitieran que el sanador se enfrentara sin vacilaciones a esos espíritus maléficos que en otro caso causarían la muerte del niño. Era frecuente el uso como medio para ahuyentar a los espectros del ajo y de la miel, el primero muy apropiado para hacer huir a los espíritus malignos y la segunda, muy grata para los hombres pero insufrible para los muertos no bendecidos. Se han conservado, igualmente, diversas Cartas a los muertos en las que frecuentemente se pide al espíritu glorificado del difunto que aporte su poder para conseguir liberar a una persona de una enfermedad que está sufriendo, atacado por un ser maligno. Es de tal intensidad la creencia de que los difuntos podían contribuir a devolver la salud a los enfermos que es también frecuente que se amenace al propio fallecido, si no presta ese auxilio, con dejar abandonado el culto funerario de su tumba, con todo lo que ello implicaría para su Ka y su memoria. 

Veamos seguidamente una fórmula contra el envenenamiento que se incluye en el Papiro Mágico del Vaticano. Gracias al poder de este conjuro el mago pretende neutralizar un veneno y extraerlo de los miembros de una niña. Para ello deberá invocar a diversas divinidades con cuya ayuda podrá paralizar la maléfica acción. Seguimos a G. Cantú (2002): 

“¡Oh veneno, tú no aparezcas en su frente! Thot está contra ti, y es señor de su frente. No hay lugar donde te puedas establecer. ¡A la tierra, oh veneno! ¡Yo te extraigo y te convierto en puro! Tú quedas derramado, tú estás neutralizado, tú eres extraído de todos los miembros de... hija de... ¡Oh vil veneno, te has quedado sin fuerzas, eres ciego y no ves, estás derramado! No alzas tu faz, caes y eres inexperto, estás debilitado y sin dientes y ya te hallas perdido. Tú no hallas tu camino, estás preso, careces ya de fuerza y mueres...” 

Pensamos que puede resultar también interesante reproducir otro conjuro, en este caso del Papiro Mágico del Museo de Berlín, con el que se pretendía alejar a la muerte que está rondando a un niño enfermo. La fórmula la dirige su madre, que ha creado una barrera de protección empleando ajo y miel. Seguimos a G. Cantú: 

“¿Has venido, quizás, a besar a este niño? 
¡No te voy a dejar que lo beses! 
¿Has venido para hacerlo enmudecer? 
¡No te permitiré que lo hagas callar! 
¿Tal vez viniste para hacerle daño? 
¡No permitiré que le hagas mal! 
¿Has venido, quizá, para llevártelo? 
¡Yo no permitiré que me lo quites! 
¡Yo he hecho para él una protección mágica contra ti, 
empleando el ajo, que tanto mal te hace, 
empleando la miel, dulce para los hombres 
más tan amarga para los difuntos!” 

El sanador, en posesión del poder de Heka, la divinidad de la magia, no dudaba en emitir amenazas contra los dioses en el caso de que el enfermo no recuperase la salud. Gracias a la magia los egipcios participaban en los ciclos cósmicos y naturales. El mago, dotado de un gran poder, podía si llegaba el caso provocar la ruptura de ese orden grato a la divinidad. Si los ritos mágicos que se desarrollan en los templos dejaban de realizarse la amenaza del Caos se tornaría en una realidad catastrófica. Veamos una de esas amenazas en la versión de Jeremy Naydler (2003). Ante una persona en peligro de muerte por envenenamiento el mago no duda en proclamar que: 

“Si el veneno se extiende a través del cuerpo, 
si se aventura en cualquier parte del cuerpo, 
no habrá ofrendas en las mesas de ofrendas en los templos, 
ni se derramará agua sobre los altares, 
ni se encenderá fuego en ningún lugar del templo, 
ni se llevará ganado a la mesa del sacrificio, 
ningún trozo de carne se tomará para el templo. 
Pero si el veneno cae a tierra, 
todos los templos se llenarán de alegría, 
los dioses serán felices en sus santuarios...” 


Los niños y el porvenir 

En su obra Isis y Osiris, antes citada, Plutarco nos dice que en el antiguo Egipto los hombres atribuían a los niños de corta edad la facultad de emitir profecías y ofrecer información sobre acontecimientos que habrían de suceder en el futuro. El motivo reposaría en la creencia de que sus almas, lo que los egipcios llamaban Ba, no estaban todavía agarrotadas en la carne, es decir, atrapadas en la materia del cuerpo físico. Los niños, por ese motivo, estarían dotados de una especial sensibilidad que permitía que su Ba dejase su cuerpo con cierta facilidad y tomase contacto con los mundos del más allá. Esa facultad de contactar con el mundo invisible, que posibilitaría la emisión de profecías, sería algo propio de los niños de corta edad y se iría luego diluyendo a medida que el paso de los años fuese anquilosando el alma en la materia. A fin de cuentas no debe causarnos extrañeza esta creencia ya que en los denominados Misterios Egipcios la finalidad última del proceso mistérico no sería sino lo que el filósofo Jámblico denominaba la “ascensión hierática”, es decir, conseguir que el Ba abandonase el cuerpo del iniciado y se fundiese con la divinidad. 

Debido a estas creencias cuando los niños jugaban en los patios de los templos, los sacerdotes solían prestar atención a las palabras que emitían, intentando deducir de ellas posibles presagios. Aparentemente las palabras de los niños se emitían al azar, pero los egipcios pensaban que en ciertos casos podían tener un significado oculto de tipo profético. De algún modo, a través de las almas sencillas de los niños, el hombre podía conocer los deseos de la divinidad. 

Estas creencias serían confirmadas por Apuleyo (Apol., 43), que iniciado en los Misterios de Isis nos decía que: “Estoy convencido de que las almas humanas, sobre todo las sencillas, como las de los niños, pueden, por mediación de encantos y la embriaguez producida por los perfumes, quedar adormecidas y enteramente aisladas de la consciencia de las cosas de este mundo, e, insensiblemente, olvidando el cuerpo, verse conducidas a su naturaleza, inmortal y divina como se sabe, y que, entonces, como caídos en letargo, pueden presagiar el porvenir”. 

Esta facultad profética propia de los niños de corta edad podría ser una de las causas de que los espíritus malignos los consideraran como enemigos y trataran de atacarlos de manera continuada causándoles enfermedades que tanto sus madres como los sanadores intentarían una y otra vez atajar no dudando en aplicar los conocimientos que emanados del inmenso poder de Heka (dios primordial de la magia) habrían de permitir la neutralización de esos poderes negativos y malignos. 



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