Heka y Maat. Los egipcios y la creacíón


En los “Textos de las Pirámides”, cuando se hace referencia al momento de la creación, se nos dice que en el principio, cuando todavía no existían el cielo ni la tierra, cuando no había hombres, cuando ni siquiera los dioses habían nacido, ni tampoco la muerte, ya existía el Nun, es decir, las aguas primordiales, un inmenso abismo acuoso que contenía, en estado inerte, el germen de la vida. 


La creación 

Atum, el espíritu divino, flotaba en las aguas del Nun y según esos antiguos textos habría llegado un momento en que Atum tomó conciencia de sí mismo y deseó dar vida a todo lo que existe. Fue en ese instante cuando la creación se inició. Se hizo la luz. Nació el sol. Se produjo el paso de la no existencia a la existencia. Habría de ser luego Re (el sol), en cuanto emanación de Atum, quien propagaría la creación utilizando tanto la magia de la palabra como la fuerza inmensa de los signos escritos, trabajo en el que sería auxiliado por Thot, dios del conocimiento y de la escritura. 

En los “Textos de las Pirámides” se confirma la creencia en Atum como dios supremo de la creación: 

“¡Salve, Atum! 
¡Salud a ti, que tuviste tu origen en ti mismo! 
Tú surgiste, en tu nombre, de la Alta Colina. 
Tú fuiste, con tu nombre de “Aquel que viene”. 
Cuando tú fuiste, Atum, surgiste como una alta colina, 
Resplandecías como la piedra Ben-Ben en el templo del Fénix en Heliópolis” 

Siglos después, en los “Textos de los Sarcófagos”, encontramos referencias acerca del inmenso poder mágico de la palabra de Re (emanación del Demiurgo): 

“La palabra tomó forma, todo era mío cuando solo yo existía. Yo soy Re en sus primeras apariciones, cuando brilla desde el horizonte. Yo soy el gran dios que adoptó su propia forma, que creó su nombre, señor de las Enéadas, aquel que no tiene rival entre los dioses: el ayer es mío, y conozco el mañana” 


Maat 

De algún modo, en las creencias egipcias, Nun (las aguas primordiales) venía a significar el momento de la no existencia, en tanto que la existencia, es decir, el inicio de la creación, se habría producido cuando Atum tomó conciencia de si mismo. Ese primer momento de la creación, el paso de la no existencia a la existencia, el paso del caos inicial al orden de la creación, es lo que los textos egipcios denominan Tiempo Primero, en el que Atum habría establecido los dos grandes principios por los que la creación y todo lo creado habrían de regirse desde entonces. 

Esos dos principios de la creación fueron conocidos como Maat y Heka y habrían de ser personificados en divinidades que se distinguen por ser previas al resto de los dioses que el Demiurgo, Atum-Re, habría de crear. Maat y Heka, ideas que regían todo lo creado, ocupaban, de ese modo, un lugar intermedio entre el Creador y la multitud de divinidades que conformaban el panteón del Egipto faraónico. Maat, de un lado, personificaría el orden y la armonía que impregna la creación; todo lo creado debe adaptarse a Maat, es decir, a la idea del orden que el Creador impuso en la creación. Heka, por su parte, hace referencia al inmenso poder mágico que Atum-Ra posee. Ese poder es el que permite que día tras día la creación se vaya renovando. 

Una vez que el mundo fue creado, este se encontró amenazado por grandes peligros. El propio Re (el sol), nacía cada día pero se ocultaba luego al anochecer, aparentemente absorbido por el abismo y pasando a quedar inmerso en las amenazas del caos y las tinieblas. Los egipcios, atemorizados por la diaria desaparición del sol, pensaban que Re tenía necesidad, día tras día, de renovar el supremo acto de la creación. Era necesario, para vencer al caos, que la verdad, la justicia y el equilibrio del cosmos asegurasen cada nuevo día el mantenimiento de la creación. Esta no se concebía como algo estático, sino que tenía un carácter dinámico y precisaba de ser regenerada, lo que se conseguía gracias a los poderes mágicos de dioses y sacerdotes. Solo gracias a Maat y Heka la creación se podía mantener en el tiempo. 

Maat, que los egipcios consideraban hija de Re, nutría de justicia y equilibrio a las divinidades que eran objeto de culto en los santuarios egipcios. Gracias a las virtudes de que Maat estaba investida se podía conseguir el milagro de que la creación del mundo se repitiera, sin cesar, hasta el infinito. De no ser así, los inmensos peligros que acechaban al mundo triunfarían y las fuerzas del caos, que buscaban el retorno a la no existencia que precedió a la creación, saldrían triunfantes sobre el Demiurgo. 


El faraón y Maat 

La función más sagrada del faraón era, precisamente, la de contribuir al establecimiento de Maat en el mundo, evitando el imperio del caos. El universo creado tiene una tendencia a la disgregación y al desorden que el rey se esfuerza cada día por detener impidiendo que se produzca el retorno al Nun, arquetipo del caos que existía antes de la creación. Gracias a Maat todo lo que existe en el cosmos: estrellas, fenómenos celestes, hombres, animales… está adecuadamente armonizado y se adapta a lo que Atum estableció en el Tiempo Primero. 

Practicar Maat y hacerla respetar por todos es el deber esencial del rey, ya que en otro caso el caos se adueñaría del mundo. Un antiguo texto que hoy conocemos como “El rey como sacerdote del Sol” nos habla de esa importante función que debe cumplir el faraón: “Re ha colocado al rey sobre la tierra de los vivientes para siempre y eternamente, para juzgar a la humanidad y apaciguar a los dioses, para ejecutar la justicia y aniquilar la injusticia; él hace ofrendas divinas a los dioses, ofrendas funerarias a los muertos transfigurados, el nombre del rey está en el cielo igual que el de Re...” 

Otra imagen del faraón como paladín de Maat, expresada ahora en un lenguaje más cercano a los hombres, se encuentra en las “Instrucciones para el faraón Merikare”: 

“Que tú seas justificado delante de la divinidad, 
que los hombres digan, incluso cuando estés ausente, 
que castigas proporcionalmente.... 
Cumple la justicia para permanecer en la tierra por mucho tiempo. 
Consuela al que llora, no oprimas a la viuda. 
No expulses a nadie de la tierra de su padre. 
Ni disminuyas las posesiones de los notables. 
Evita el castigar injustamente....” 

Esa necesidad de que la actuación del faraón se adapte a Maat también afectaba a otras grandes autoridades o personajes del reino. En las “Máximas de Ptahhotep” se nos ofrecen interesantes consejos que deben permitir que los hombres que actúan como dirigentes de otros hombres sean siempre respetuosos con la Regla Eterna: 

“Si eres un guía, 
encargado de dar directrices a un gran número, 
busca, para ti, toda ocasión de ser eficiente, 
de suerte que tu manera de gobernar carezca de falta. 
Grande es Maat, duradera su eficacia. 
Ella no ha sido perturbada desde los tiempos de Osiris. 
Se castiga a quien transgrede las leyes, 
incluso si esta transgresión es hecha por uno de corazón rapaz. 
La iniquidad es capaz de apoderarse de la cantidad, 
pero jamás el mal conducirá su empresa a buen puerto. 
Él (quien actúa mal) dice: adquiero para mí mismo. 
No dice: adquiero en beneficio de mi función. 
Cuando llegue el fin, Maat permanecerá...” 


Ofrenda de Maat 

El templo egipcio era el recinto sagrado en el que la divinidad tenía su morada. Diariamente se llevaban a cabo en él ceremonias y rituales a través de las cuales las necesidades del dios eran atendidas. La finalidad de esos ritos era propiciar la preservación del mundo. 

Dentro de esos rituales destaca, sobre todo, el acto diario de ofrenda de Maat a la divinidad. Maat, esencia del orden, era entregada por el oficiante, que actuaba como mandatario del faraón, a la divinidad concreta que residía en cada templo. Gracias a esa ofrenda, que debía ser renovada cada día, los dioses veían como su espíritu era potenciado y se adaptaba a las necesidades de contribuir a mantener a Maat en la creación. 

Maat, más que una divinidad, era un principio universal que era anterior, como vimos, a los propios dioses. La clave de Maat era que día tras día su substancia tenía que impregnar a los espíritus de las divinidades, para que todo pudiera mantenerse de manera armoniosa y ordenada. De algún modo Maat vendría a ser el alimento espiritual de los dioses, contribuyendo a que eso que los egipcios conocían como Tiempo Primero, el primer momento de la creación, se mantuviera inalterable. 

El mundo está amenazado continuamente por poderosos enemigos, que buscan de manera insistente el retorno al caos. Egipto, tierra sagrada por excelencia, conoció momentos de descomposición y desorden en el que los hombres llegaron a pensar que Maat había sido vencida. La denominada “Profecía de Neferti” y otros textos similares nos ofrecen la visión aterradora de unos tiempos en que la justicia ha sido derrotada, la maldad impera y los templos han sido abandonados por los hombres. En este caso se trata de los terribles momentos del Primer Periodo Intermedio: 

“¿Cómo estará pues este país? El disco solar se velará y no brillará más de manera que los hombres puedan ver(lo); no se podrá vivir, pues las nubes (lo) recubrirán. Y los hombres estarán estupefactos por el hecho de su ausencia… Te muestro el país trastornado: lo que no había sucedido (antes) (ahora) se ha producido. Se cogerán las armas de combate y el país vivirá en el desorden. Se harán flechas de bronce y se pedirá el pan con la sangre. Se reirá con una risa dolorosa. No se llorará ya a causa de la muerte; no más el acostarse, ansioso, a causa de la muerte. Cada uno no tendrá pensamientos más que para si mismo. No se harán entonces ya ceremonias de duelo: el ánimo se habrá desviado completamente de esto. El hombre quedará sentado en su rincón, no teniendo pensamientos más que para sí mismo, mientras que un individuo estará dando muerte a otro”. 

Para evitar que Maat pudiera ser vencida por las fuerzas del caos y retornaran esos momentos aterradores en que ni siquiera el sol salía los sacerdotes hacían diariamente la ofrenda de Maat a las divinidades. Reproducimos el texto de una de esas ofrendas: 

“Vengo hasta ti. Soy Thot y te traigo a Maat, con las manos unidas. Maat ha venido para estar junto a ti, puesto que ella se encuentra dondequiera que tú estés. ¡Yo te saludo! Sírvete de Maat, creador de todo cuanto existe, creador de todo lo que es. Tú surges con Maat, vives de Maat, unes tus miembros a los de Maat, haces que Maat se pose sobre tu cabeza y tenga su lugar en tu frente. Tú gozas a la vista de tu hija Maat. Llegan hasta ti los dioses y las diosas te circundan, trayéndote a Maat. Ellos saben que vives de Maat. Tu ojo derecho es Maat, tu ojo izquierdo es Maat, tu carne y cada uno de tus miembros es Maat. Tú te alimentas de Maat, tú bebes de Maat... Los dos hemisferios de la tierra llegan hasta ti, trayéndote a Maat, para darte toda la órbita del disco solar. Maat se une al disco solar. Thot te entrega a Maat, con sus manos colocadas sobre sus bellezas, delante de tu faz. Tu ka te pertenece cuando Maat te adora y tus miembros se unen a los suyos... Tú existes, porque Maat existe y, recíprocamente, Maat penetra en tu cabeza y se manifiesta ante ti, para toda la eternidad. Maat es dos veces estable, porque ella es la Única y porque eres tú quien la ha creado. ¡Tú solo la posees para siempre, para la eternidad!”. 


El corazón y Maat 

Del mismo modo que Maat asegura el orden de todo lo creado, el hombre debe también ajustar su existencia en la tierra a Maat. Para la glorificación del espíritu de la persona, una vez que ha llegado el momento de la muerte, es necesario que durante su vida el hombre haya actuado de manera justa, conforme a Maat, siguiendo lo que los egipcios conocían como vía del corazón. Solamente el hombre justificado, declarado “Justo de Voz” en el Juicio de Osiris podrá arribar al reino de Occidente. El “Libro de los Muertos”, en su capítulo CXXV, recoge las palabras que tendrá que pronunciar el difunto cuando se presente ante el Tribunal que habrá de juzgar su paso por la tierra: 

“He venido a ti, te he traído a Maat. 
He arrojado por ti el mal. 
No he levantado la mano sobre el hombre de humilde condición. 
No he hecho llorar. 
No he hecho sufrir a nadie. 
No he quitado la leche de la boca de las criaturas. 
No he echado al rebaño del pasturaje…” 

Superado el juicio y culminado el proceso de glorificación el espíritu del fallecido se convertirá en un Luminoso, en un ser de Luz que brillará en el firmamento. El hombre que fue justo en su vida habrá sido, finalmente, divinizado, fusionándose con la Luz que emana de Re. Los “Textos de las Pirámides”, cuya redacción es mucho más antigua que el “Libro de los Muertos”, ya nos describían esa experiencia inigualable: 

“Que yo brille como Re, 
habiendo desechado todo lo que es falso. 
Que, a través de mí, Maat esté detrás de Re. 
Que yo brille cada día 
como quien está en el horizonte del cielo” 


El poder de Heka 

Concebida como una inmensa fuerza creadora, Heka fue también considerada hija de Re, la emanación de Atum, el dios sol, cuyos rayos transmiten vida y energía a todo lo creado. Gracias a la magia de ese poder creador, que representa la inmensa fuerza divina de Atum, el sumo creador fue dando vida a las otras divinidades y el cosmos y el mundo se pusieron de manifiesto. Heka, que es por tanto anterior a los dioses, representa el vínculo mágico que une al Demiurgo (Atum) con todo lo creado, es decir, con todo lo que él decidió que existiera. Heka, siguiendo a Jeremy Naydler, sería el poder creador divino que sostiene e impregna todo lo que existe en el mundo; a través de Heka los diferentes niveles materiales y espirituales de todo lo creado están relacionados de manera íntima entre sí y pueden entrar unos en otros. 

En los “Textos de los Sarcófagos” encontramos referencias acerca del inmenso poder de Heka y de su posición intermedia entre Atum-Re y el resto de las divinidades: 

“Yo soy el que da vida a las compañías de los dioses, 
yo soy el que hizo todo lo que desea, 
el padre de los dioses (...) 
Todas las cosas eran mías 
antes de que vosotros nacierais, ¡oh dioses! 
Vosotros vinisteis después, 
¡pues yo soy Heka!” 


El sacerdote y Heka 

El faraón, investido de Heka por el Creador, debía utilizar esa energía para a través de unos rituales determinados mantener la creación tal y como había sido establecida en el Tiempo Primero. Ese es el motivo de que al faraón se le denomine Señor de los Ritos. En esa labor vital, que el rey no puede desarrollar en persona en todos y cada uno de los templos, será representado por los sacerdotes que, grandes en magia, también conocen los secretos de Heka. 

El sacerdote-mago, en las creencias egipcias, era una persona que poseía conocimientos profundos, no accesibles al común de los mortales, acerca de lo que era Heka. Conocía como se ponía en marcha ese poder mágico y cuando lo activaba lo hacía de un modo que era conforme a Maat. Así, el mago egipcio cuando actuaba lo estaba haciendo del mismo modo que lo había hecho Atum en el momento de la creación y su poder, por tanto, resultaba inmenso. El faraón, o el sacerdote-mago que lo representaba, no actuaban como meros hombres sino como canales a través de los cuales se manifestaba el poder de Heka. Se han conservado, así, textos en los que el oficiante hace saber a los dioses que no es él quien esta ordenando algo, sino que es Heka quien lo hace. Veamos una inscripción de los “Textos de las Pirámides”: 

“¡Oh dioses, no es el rey quien os da la fórmula. Es Heka quien os la da. El rey recita las fórmulas mágicas del Horus de la región de la Luz!” 

El sacerdote, en lo más profundo de su corazón, es participe de Heka, es decir, de esa inmensa fuerza sobrenatural que es sustento de la vida. Utilizando esa fuerza podrá llegar a incidir, según las creencias egipcias, sobre la propia marcha del cosmos y de nuestro mundo. A través del conocimiento y de la práctica de Heka el sacerdote podrá llegar a introducirse entre las propias divinidades. Gracias al poder de Heka, la energía esencial del universo, el mago podrá conseguir que el caos sea vencido y que triunfe Maat. 

Cuando el mago alcanza a conocer los secretos de la magia de Heka la fuerza de ese poder llegará incluso a impregnar su propia materia, su cuerpo. Conscientes de ello los sacerdotes egipcios no dudarán en comer fragmentos de textos mágicos, deseosos de que su ser absorba esos conocimientos. Ese es el sentido que debe atribuirse al denominado “Himno Caníbal” de los “Textos de las Pirámides”, en el que el faraón Unas es reflejando cuando devora el Heka de las divinidades: 

“Unas es un dios, el más antiguo de los Antiguos. 
Le sirven millares, le hacen ofrendas centenares… 
ha quebrado vértebras y espinazos, 
se ha apoderado de los corazones de los dioses. 
Se ha comido la (Corona) Roja, ha engullido la Verde. 
Unas se alimenta de los pulmones de los Sabios, 
y queda saciado viviendo de sus corazones y su magia...” 


Heka y Maat 

Hemos podido contrastar que para los antiguos egipcios las dos grandes ideas o principios que se encarnaban en Heka y Maat venían a ser el soporte en el que había reposado el acto de la Creación. Heka y Maat ya existían en el Tiempo Primero; gracias a ellas todo fue creado por el Demiurgo; gracias a ellas, también, la creación se mantiene a lo largo del tiempo. 

De Heka se nos ha transmitido su carácter de fuerza divina misteriosa, de potencia inimaginable, a la que el sacerdote egipcio, después de años de iniciación, podía acceder. Gracias a Maat, por su parte, el equilibrio de la creación se iba renovando día tras día. Los egipcios tenían la creencia firme de que si en algún momento del tiempo esas dos misteriosas potencias resultaban vencidas todo volvería a ser como era antes de la creación, es decir, todo retornaría al Nun, al caos inicial. 

El Creador, Atum-Re, en el Tiempo Primero, estableció como quería que fuese todo lo creado. Para el mantenimiento de ese equilibrio de la creación y del cosmos nada debe ser variado. Las fuerzas del caos, siempre están amenazantes. Todas las noches, cuando la barca de Re recorre el mundo subterráneo, la serpiente Apopis ataca al dios sol pretendiendo conseguir que no se produzca, con la mañana, el nuevo amanecer. La inmensa labor del sacerdote-mago egipcio, del hombre, en suma, es la de luchar contra los enemigos de la creación, para lo que debe utilizar el poder mágico de Heka y actuar de acuerdo con la Regla de Maat. 

Esa es la gran función del hombre en el cosmos; con sus ritos y sus plegarias el sacerdote egipcio debía ayudar a que cada nuevo día el acto de la creación pudiera ser renovado y el sol saliera de nuevo. Gracias a la sabia utilización de Heka y de Maat el hombre contribuía a que la amenaza que el caos supone no llegase jamás a triunfar. 


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