Textos mágicos egipcios


“Palabras dichas por N (el difunto): 
“¡Oh, Único, que se levanta como la Luna! ¡Oh, Único, que brillas como la Luna! ¡Que N. pueda salir afuera entre la multitud de tus gentes! ¡Desátame, (como lo están) los habitantes de la luz! ¡Y ábreme la Duat!” 
Y he aquí que N. salió al día para hacer todo lo que pudiese desear (hacer) entre los vivos” 
(Libro de los Muertos, capítulo 2 - Fórmula para salir al día y vivir tras la muerte) 

El texto con el que hemos iniciado este estudio, un fragmento del capítulo 2 del Libro de los Muertos, permite que evoquemos a unos hombres, los antiguos egipcios, cuyas creencias acerca de la vida y la muerte se distinguían por la presencia continua en ellas de intensos componentes de tipo mistérico y mágico. En el antiguo Egipto la vida de los hombres, tanto en la tierra como en el Más Allá tras la muerte, estaba dominada por el poder de una divinidad primigenia, Heka, que era entendida como la personificación de los poderes mágicos responsables del origen y del mantenimiento de la vida. 

Para los egipcios cuando Atum, el Gran Demiurgo, en el primer momento, decidió iniciar la creación de todo lo que existe lo hizo sirviéndose de los poderes mágicos de Heka. Gracias a la utilización de las fuerzas de Heka pudo crear Atum al resto de las divinidades, a los hombres y a las demás criaturas. Heka, en suma, ocupaba una posición de privilegio entre el Gran Creador y el resto de los seres creados, entre ellos las demás divinidades. 

En los Textos de los Sarcófagos encontramos referencias concretas acerca del inmenso poder de Heka y de esa posición intermedia que ocupaba entre Atum y el resto de los dioses: 

“Yo soy el que da vida a las compañías de los dioses, 
yo soy el que hizo todo lo que desea, 
el padre de los dioses (…) 
Todas las cosas eran mías 
antes de que vosotros nacierais, ¡oh dioses! 
Vosotros vinisteis después, 
¡pues yo soy Heka!” 

En este estudio pretendemos profundizar en las creencias que los antiguos egipcios llegaron a elaborar acerca de la vida y la muerte, utilizando como medio de aproximación algunos de los muy abundantes textos mágicos que estos hombres nos legaron tras varios milenios de existencia cotidiana que había estado impregnada por los componentes irracionales y esotéricos que tradicionalmente distinguen a la cultura egipcia. Tendremos así oportunidad de conocer textos mágicos que nos hablan del nacimiento de los niños y de cómo se pensaba que las almas se incorporaban a sus cuerpos; veremos también conjuros que pretenden evitar las enfermedades y la muerte, y dedicaremos finalmente un espacio importante a analizar las creencias de estos hombres acerca de lo que habría de acontecerles tras la muerte, cuando en un proceso de paulatina glorificación sus espíritus habrían de terminar transformándose en Seres de Luz (Luminosos o Brillantes se les llama en los textos funerarios) que habrán de brillar como estrellas en el Reino Celeste que preside Atum-Re, la divinidad primigenia, el Único, que antes mencionábamos. 


La vida se acerca 

En el antiguo Egipto cuando los niños nacían prematuramente las posibilidades de supervivencia eran reducidas. En esos casos, los padres pensaban que solamente la fuerza de la magia podía salvarlos de la muerte. Se sabe que con esa finalidad lo usual era que se colocara en el cuello del prematuro un collar que a modo de amuleto habría de ahuyentar a los seres malignos que amenazaban su vida. Estaba fabricado con cuatro perlas o bolas de marfil, siete piedras semipreciosas y siete trozos de oro. Todo ello estaba sujeto por siete hilos de lino que habrían tenido que ser tejidos por dos hermanas uterinas, símbolo de las divinidades Isis y Neftis. 

El nacimiento del niño constituía un momento especialmente delicado en el que grandes peligros amenazaban al nuevo ser. Se pensaba que la mujer debía llevar amuletos protectores, especialmente pequeñas joyas en las que se reproducía la figura del enano Bes. Para que el parto se desarrollara satisfactoriamente, de modo que el espíritu se encarnara en el cuerpo del niño y el alumbramiento llegara a su término, el mago debía invocar a las diosas Hathor y Mesjenet, esta segunda considerada como la divinidad que protegía todos estos acontecimientos. Veamos uno de los conjuros utilizados, en este caso del Papiro del Museo de Berlín, en la versión de Martín Valentín (2002): 

“¡Mesjenet que estaba provista del espíritu, del alma y de todo lo necesario cuando tú todavía estabas en el vientre de tu madre! ¡Mesjenet, obra de Atum, hija de Shu y de Tefnut! ¡Viene al mundo el niño, tú conoces en tu nombre de Mesjenet como dar el alma a este niño que está en el vientre de esta mujer! ¡Tú le procuras la orden real dada a Gueb para crear el espíritu, el alma y todo lo necesario de la diosa Nut! ¡No permitas que se pronuncie ningún maleficio pues tú eres benéfica! ¡Que los atrapados por la debilidad no impidan con sus malvadas bocas esto que es justo! ¡Tú que estás en paz, aparta de él a Seth y dale su herencia y provisiones! ¡Nut, tú que tienes junto a ti a todos los dioses, que son las estrellas luminosas. Igual que ellos no abandonan esas estrellas para darles luz, que su poder de protección venga y cuide de esta mujer!. Esta fórmula debe ser pronunciada por el sacerdote lector de los libros sagrados, sobre los dos ladrillos en los que se sienta la mujer parturienta, mientras arroja al fuego grasa de pájaro e incienso. Deberá ir vestido con una túnica del más fino tejido y en su mano deberá tener el bastón del poder”. 

Gracias a Mesjenet el espíritu se integraba en el cuerpo del niño, que podía abandonar el vientre materno protegido por esta divinidad que además le ofrecía la ayuda de los poderes celestes que habría de necesitar para poder triunfar sobre el mal siempre amenazante. Nut, diosa del cielo, también es invocada en este conjuro ya que es en el cielo en donde se sitúan todos los dioses, que son las estrellas que nos brindan su luz. El oficiante, en este caso un sacerdote lector, pedirá a Nut que la bóveda de las estrellas descienda sobre la mujer que está dando a luz y la proteja. 


Fórmula de sanación 

Magia y medicina estaban unidas indisolublemente en Egipto. Encontramos un buen ejemplo de ello en el Papiro Médico número 10.059 BM que nos ofrece una receta en la que se aúnan los contenidos mágicos y médicos con los que se pretende, en este caso, sanar a un niño de una quemadura. En su texto se invoca a Isis y se describe una pasta compuesta por diversos productos vegetales a los que se debe añadir la leche de la propia madre. Gracias a textos como este, frecuentes en Egipto, sabemos que en estos tiempos antiguos los hombres ya eran conscientes de las propiedades antisépticas e inmunológicas de la leche humana. Veamos esa receta en la versión de Serrano (1993): 

“Horus niño (estaba) en las marismas; un... inflamado se abatió sobre sus miembros; no conocía este (mal) ni sabía qué era. No estaba la madre para conjurarlo y su padre había ido a pasear. Hapy (¿) e Imset estaban allí (y gritaron). El hijo (divino) es (todavía) un niño de pecho, y el fuego es poderoso. No hay nadie que pueda salvarle (de eso). Entonces salió Isis del taller de tejido, en el momento en que ella estaba ocupada en desliar su tela. Y dijo: “Ven, Neftis, hermana mía; haz que (pueda) irme; teje (¿) el hilo de mi tejido. Déjame marchar para actuar. Yo sé cómo extinguirle eso con mi leche, el agua de curación que está en mis senos. Vierto (mi leche) sobre tus miembros, (hijo mío), y los músculos sanan. Hago que el fuego se aleje de ti, tan poderoso como era (¿)”. Decirlo sobre cortezas de acacia, panecillos de cebada, granos uah cocidos, coloquintos cocidos y culantros cocidos. Hacer con ello una masa y mezclar con leche de una madre que haya alumbrado un hijo varón. Lo alisarás con una rama de ricino.” 


Conocimientos médicos 

El estrecho vinculo existente entre la medicina propiamente considerada y la magia hace que en los antiguos documentos egipcios unas veces encontremos conjuros y remedios que nos causan estupor, como introducir estiércol en la vagina de una mujer, en tanto que otras descubrimos que tenían conocimientos médicos a los que el mundo occidental habría de tardar muchos siglos en acceder, como es el caso del Papiro Ebers, fechado en la dinastía XVIII, en el que se describe la circulación de la sangre en el hombre y su reflejo en lo que hoy denominamos pulso. Veamos ese texto en la versión de Parra Ortiz (2003): 

“Hay conductos en él en todos sus miembros. De modo que: si cualquier doctor (swnw), cualquier sacerdote wab de Sekhmet o cualquier mago (sau) coloca sus dos manos o sus dedos en la cabeza, en la parte posterior de la cabeza, sobre las manos, en el lugar del corazón, en los dos brazos o en cada una de las dos piernas, él mide el corazón, debido a esos conductos de todos sus miembros. Habla por los vasos de todos los miembros” 


La muerte se aproxima 

En relación con las enfermedades pensaban los egipcios que podían estar motivadas tanto por la presencia de emanaciones de la propia muerte como por la acción de espíritus malignos, que podían ser tanto las propias divinidades propiciatorias del Caos como los espectros de los hombres que habían muerto sin alcanzar el estado de bienaventurado. Los niños, por su especial debilidad y por su mayor facilidad para entrar en contacto con los seres del Más Allá, eran víctimas fáciles de las enfermedades, siendo atacados insistentemente por las fuerzas del mal. 

Se hacía necesario, por tanto, la existencia de conjuros que permitieran que el sanador se enfrentara sin vacilaciones a esos espíritus maléficos que en otro caso causarían la muerte del enfermo. Era frecuente el uso como medio para ahuyentar a los espectros del ajo y de la miel, el primero muy apropiado para hacer huir a los espíritus malignos y la segunda, muy grata para los hombres pero insufrible para los muertos no bendecidos. 

Veamos seguidamente una fórmula contra el envenenamiento que se incluye en el Papiro Mágico del Vaticano. Gracias al poder de este conjuro el mago pretende neutralizar un veneno y extraerlo de los miembros de una niña. Para ello deberá invocar a diversas divinidades con cuya ayuda podrá paralizar la maléfica acción. Seguimos a G. Cantú (2002): 

“¡Oh veneno, tú no aparezcas en su frente! Thot está contra ti, y es señor de su frente. No hay lugar donde te puedas establecer. ¡A la tierra, oh veneno! ¡Yo te extraigo y te convierto en puro! Tú quedas derramado, tú estás neutralizado, tú eres extraído de todos los miembros de... hija de... ¡Oh vil veneno, te has quedado sin fuerzas, eres ciego y no ves, estás derramado! No alzas tu faz, caes y eres inexperto, estás debilitado y sin dientes y ya te hallas perdido. Tú no hallas tu camino, estás preso, careces ya de fuerza y mueres...” 

Pensamos que puede resultar también interesante reproducir otro conjuro, en este caso del Papiro Mágico del Museo de Berlín, con el que se pretendía alejar a la muerte que está rondando a un niño enfermo. La fórmula la dirige su madre, que ha creado una barrera de protección empleando ajo y miel. Seguimos de nuevo a G. Cantú: 

“¿Has venido, quizás, a besar a este niño? 
¡No te voy a dejar que lo beses! 
¿Has venido para hacerlo enmudecer? 
¡No te permitiré que lo hagas callar! 
¿Tal vez viniste para hacerle daño? 
¡No permitiré que le hagas mal! 
¿Has venido, quizá, para llevártelo? 
¡Yo no permitiré que me lo quites! 
¡Yo he hecho para él una protección mágica contra ti, 
empleando el ajo, que tanto mal te hace, 
empleando la miel, dulce para los hombres 
más tan amarga para los difuntos!” 


La apertura de la boca 

A pesar de la multitud de textos mágicos que protegían la vida lo cierto es que inevitablemente habría de llegar un momento en que el hombre encontrara la muerte. Se iniciaba ahora un nuevo proceso mistérico que pretendía conseguir que el espíritu del difunto, asimilado a Osiris y transformado en divinidad, alcanzase el Reino de la Luz de Atum-Re. 

Uno de los rituales con los que se pretendía que la vida llegase de nuevo al cuerpo del fallecido era el de la apertura de la boca, antiguo rito que se practicaba sobre la momia o su representación escultórica, para insuflarlas de vida y hacerlas capaces de recibir a los componentes espirituales del ser, el ka y el ba. 

En el capítulo 23 del Libro de los Muertos se nos ofrece el conjuro que los sacerdotes pronunciaban en el momento de proceder a la apertura de la boca del fallecido, para lo que se servían de utensilios especiales, de un lado una especie de alicates llamados los dos divinos y de otro una azuela que recibía el nombre de grande de magia. Es frecuente que el acto figure representado en las pinturas funerarias que decoran las paredes de las tumbas: 

“Fórmula para abrir al difunto (N) su boca en el Más Allá: 
Que mi boca sea abierta por Ptah, que las vendas que amordazaban mi boca sean desatadas por el dios de mi ciudad. Que acuda además Thot, plenamente provisto de fórmulas mágicas; sean desligadas las vendas de Seth que amordazaban mi boca (y) sean separadas las manos de Atum que estaban colocadas como protección de ella. 
Mi boca me ha sido restituida, mi boca me ha sido abierta por Ptah, mediante su cuchillo de hierro (celeste), con el cual abrió la boca de los dioses. Soy Sekhmet-Eadjet, que reside en el Occidente del cielo. Soy Shayt que está en medio de las Almas de Heliópolis. 
¡Que los dioses rechacen cuantos sortilegios y conjuros mágicos se hagan contra mí! ¡Que se opongan a ellos todos y cada uno de los dioses de la Enéada!” 


Amenazas a los dioses 

Los Textos de las Pirámides, representados en las paredes de los corredores y cámaras sepulcrales de los reyes egipcios desde los tiempos de la V dinastía, pretendían facilitar la ascensión del espíritu del Faraón fallecido, que tenía que atravesar diversos lugares de purificación antes de presentarse ante el Gran Tribunal de los Dioses, que presidido por Atum-Re, el Señor Universal, habría de escuchar las alegaciones de las divinidades, el denominado Pueblo del Sol, para conocer si durante su reinado en la tierra el monarca había hecho aplicar adecuadamente la Regla de Maat, es decir los principios de Orden, Equilibrio y Justicia que el Dios Primordial había establecido en el primer momento del acto de la Creación. 

En ese juicio cabía la posibilidad de que alguna de las divinidades se opusiera a la pretensión del Rey fallecido de acceder al Reino Celeste, motivo por el que los sacerdotes de Heliópolis elaboraron multitud de sortilegios y conjuros que, favorables a las pretensiones del Rey, se repiten de manera reiterativa por las paredes de su tumba. 

Entre esos sortilegios hemos seleccionado la Declaración número 569, cuyo título es Discurso al dios-sol, que se ha identificado en las tumbas de Pepi I, Merenra y Pepi II. Se trata de un conjuro en el que el espíritu del Rey no duda en emitir terribles amenazas tanto contra Re, el Dios Primordial, como contra el Orden del mundo. El Rey está dotado de un inmenso poder, ya que es un dios, y afirma, por ejemplo, que si se le ponen trabas para acceder al Cielo, morada de las divinidades, no dudará en impedir que el sol salga en el nuevo amanecer o que las estrellas brillen en el firmamento. Entre ellas se cita, por ejemplo, a Orión y Sotis. Incluso, ¡algo terrible para Egipto!, las Dos Orillas del Nilo serán contenidas por Horus, divinidad con la que el Faraón se ha identificado, y ya no se volverá a producir el fenómeno anual de la inundación. 

Llama la atención entre esas amenazas que el espíritu manifiesta que si los jueces ponen obstáculos para que pueda acceder a lo que considera su derecho no dudará, incluso, en impedir que los hombres mueran en el futuro. El poder del Rey superaría, de ese modo, al menos eso se afirma, al propio poder de la muerte. 

Sin embargo, al final del conjuro, tras proclamar esas inquietantes amenazas, el equilibrio se restaura y el espíritu del Rey manifestará que desea contribuir a la navegación de la Barca Solar de Re y escoltar a la Gran Divinidad, a la que expresa sin titubeos que amará tanto con su cuerpo como con su corazón. 

“Yo conozco tu nombre, no ignoro tu nombre; tu nombre es “Ilimitado”, el nombre de tu padre es “Tu-eres-grande”, el nombre de tu madre es “Paz”, la que te da a luz en el sendero del amanecer (¿), el sendero del amanecer (¿). 
El nacimiento del Ilimitado en el horizonte será impedido, si me impides llegar al lugar donde estás. 
El nacimiento de Selkis será impedido, si me impides llegar al lugar donde estás. 
Las Dos Orillas serán contenidas por Horus, si me impides llegar al lugar donde estás. 
El nacimiento de Orión será impedido, si me impides llegar al lugar donde estás. 
El nacimiento de Sotis será impedido, si me impides llegar al lugar donde estás. 
Los Dos Monos, sus queridos hijos, serán apartados de Re, si me impides llegar al lugar donde estás. 
El nacimiento de Upuaut... será impedido, si me impides llegar al lugar donde estás. 
Los Hombres serán alejados del Rey, el hijo del dios, si me impides llegar al lugar donde estás. 
A tu tripulación de Estrellas Imperecederas se le impedirá llevarte a remo, si les impides dejarme ir a bordo de esta barca tuya. 
A los hombres se les impedirá morir, si me impides ir a bordo de esta barca tuya. 
Los hombres serán apartados de la comida, si me impides ir a bordo de esta barca tuya. 
Yo soy..., enviado de Re, y no seré apartado del cielo; el árbol... pone su mano sobre mí, (incluso ella) la portera del cielo; ... se ha preparado para mí, (incluso él) el barquero del Canal Sinuoso, no seré retenido, ni se pondrán obstáculos contra mí, porque soy uno de vosotros, dioses. 
Yo he venido a ti, Oh Re, he venido a ti, Oh Ilimitado, y te conduciré a remo, te escoltaré, te amaré con mi cuerpo, te amaré con mi corazón.” 


El corazón y el juicio de Osiris 

Para los antiguos egipcios, al igual que para nosotros, el primer componente del ser humano era el cuerpo, la materia física en la que el espíritu está encarnado. Cuando llegaba el momento de la muerte pensaban que el cuerpo no debía desaparecer, ya que era la garantía de que los otros componentes del hombre (el ka y el ba) pudieran seguir existiendo. Era necesaria la conservación indefinida del cuerpo, lo que se conseguía a través de las prácticas de la momificación. Al parecer creían que dentro de los elementos que se integran en el cuerpo físico el más importante era el corazón, órgano en el que radicaba la conciencia del hombre. En el Juicio de los Muertos era el corazón, precisamente, el órgano humano que se pesaba en la balanza de Maat, para conocer si su poseedor, en su existencia, había sido justo. En ese momento existía el peligro de que el hombre que había actuado con maldad fuese denunciado por su propio corazón, que podía declarar, pensaban, en contra de quien había sido su dueño. Para evitar ese peligro existían diversos conjuros en el Libro de los Muertos. Veamos el que se expone en el capítulo 30 B: 

“¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mis diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en presencia del guardián de la balanza (del juicio)! ... No digas falsas palabras contra mí en presencia del Gran dios, Señor del Occidente. ¡Mira, el ser proclamado justo se basa en tu lealtad!”. 


Sirvientes en el más allá 

Los egipcios pensaban que el espíritu del hombre, tras la muerte, habría de residir durante un tiempo indeterminado en la denominada Campiña de las Juncias, lugar de purificación en el que reinaba Osiris, antes de poder acceder si eran merecedores de ello al Reino de la Luz de Re. 

En los campos de Osiris los espíritus llevaban una vida muy similar a la terrena, si bien impregnados de felicidad y carentes de todo tipo de preocupaciones. Tenían, sin embargo, algo propio de las mentalidades antiguas, que trabajar la tierra, como antes habían hecho en su vida, para producir alimentos de los que habrían de nutrirse los kas de los fallecidos. 

En el deseo de evitar ese trabajo material los hombres llegaron a pensar que gracias a la magia de la palabra se podía conseguir que pequeñas imágenes de sirvientes que se depositaban en las tumbas cobrasen vida y se dedicaran a realizar esas actividades físicas, de modo que el difunto quedase liberado de ellas y pudiese disfrutar de su vida en el Más Allá de manera plácida. Gracias a las cosechas que se producían en los Campos de Osiris los alimentos no faltarían nunca a los espíritus, incluso a aquellos que habían muerto hacía mucho tiempo y cuyas tumbas habían quedado abandonadas. Esa segura provisión de alimentos para los espíritus tenía un importante efecto tranquilizador para los vivos, que tras los acontecimientos del denominado Primer Periodo Intermedio eran conscientes de que en los momentos de revolución y enfrentamiento entre los hombres se había visto como las tumbas eran saqueadas por los alborotadores y las momias habían rodado por los suelos. 

El capítulo 6 del Libro de los Muertos contiene una curiosa fórmula que debe permitir que la representación escultórica de un sirviente (ushebti) cobre vida y pase a ejecutar los trabajos que en otro caso tendría que haber realizado el difunto: 

“Palabras dichas por N. (el difunto): Que diga: 
- “¡Oh ushebti de N.! Si soy llamado, si soy designado para hacer todos los trabajos que se hacen habitualmente en el Más Allá (en la Campiña de las Juncias), (sabe) bien que la carga te será inflingida allí. Como (se debe) alguien a su trabajo, toma tú mi lugar en todo momento para cultivar los campos, para irrigar las riberas y para transportar la arena de Oriente a Occidente”. 
- “Heme aquí” (dirás tu, figurilla). 
- “Iré a donde me mandes, Osiris N. Justificado”. 


La luz y las tinieblas 

En el capítulo 80 del Libro de los Muertos encontramos una interesante fórmula que debe permitir que el difunto sea transformado en divinidad pasando ahora a iluminar la oscuridad que es propia del mundo de las tinieblas. Dice el conjuro: 

“Palabras dichas por N. (el difunto): 
Soy Hem-Nun que ilumina las tinieblas. He venido para hacer brillar las tinieblas, que por mediación mía se hacen luminosas y brillantes. He hecho brillar las tinieblas y he derrotado a los espíritus malvados. Los habitantes de las tinieblas me adoran y los que gimen, ocultando sus rostros, se levantan gracias a mí, ellos que se habían hundido (en la desolación). 
¡Reconocedme! Soy Hem-Nun, la que no permitirá que acerca de ella planteéis cuestiones. ¡Eso sería profanar(me)! 
Soy Hem-Nun que ilumina las tinieblas. He venido y he puesto fin a la oscuridad. (Las tinieblas) brillan, las convertí en luz” 

En este sugerente texto se nos dice que el difunto se ha transformado en una divinidad, en este caso Hem-Nun, una de las denominaciones que recibía la Luna y del mismo modo que este astro ilumina las tinieblas de la noche, el espíritu del difunto, glorificado ya en luz hace que la oscuridad se transforme en luminosidad y resplandor. En textos como este que nos habla de la luz y de las tinieblas se encuentran los antecedentes de las creencias dualistas que habrían de impregnar a las religiones de tiempos posteriores. Recordemos, por ejemplo, el Himno con el que se inicia el Evangelio de Juan, en el que el autor nos dice que: 

En Él estaba la vida, 
y la vida era la luz de los hombres. 
La luz luce en las tinieblas, 
Pero las tinieblas no la acogieron… 


Miedo a los espectros 

El Libro de los Muertos contiene multitud de fórmulas gracias a las cuales el difunto justificado, transformado en lo que él desease, podía desplazarse a su voluntad tanto por la Duat como por el reino de los vivos. A modo de ejemplo, la rúbrica final del capítulo 68 nos dice que “quien conozca este libro podrá salir al día y pasearse por la tierra entre los vivos y nunca jamás podrá perecer. Esto se ha revelado eficaz millones de veces”. 

Existen multitud de fórmulas similares; así, los capítulos 12, 13 y 17 nos ofrecen conjuros para entrar y salir en el Más Allá, en tanto que los capítulos comprendidos entre los números 64 y 74 contienen otras fórmulas que habrían de permitir tanto salir del Más Allá o de la tierra como abrir la tumba del fallecido. Otros textos diseminados por el libro (así los capítulos 91, 92 o 132) permitían que el alma no quedase retenida en el Más Allá o que el difunto pudiera volver a ver su casa en la tierra. Veamos, a modo de ejemplo, el texto del conjuro del capítulo 91 que pretende evitar que el alma sea retenida presa en el Más Allá, así como la rúbrica que sigue al mismo: 

“¡Oh tú que eres exaltado! ¡Oh tú que eres adorado! ¡Oh tú, de alma poderosa! ¡Alma grande en prestigio, que infundes miedo a los dioses al manifestarte sobre tu gran trono! Abre el camino a N. (nombre del difunto), a su alma, a su poder espiritual, a su sombra, (que están) provistos de lo necesario. Soy un bienaventurado llegado a la perfección: ábreme el camino para ir al encuentro de Re y Hathor. (Rúbrica: Quienquiera que conozca esta fórmula podrá convertirse en un bienaventurado provisto de lo necesario en el Más Allá. No será retenido prisionero en ninguna parte del Occidente, ni a la entrada ni a la salida. Esto ha sido verdaderamente eficaz millones de veces)”. 

Del mismo modo que los difuntos tenían a su disposición multitud de fórmulas que facilitaban su tránsito a voluntad por la tierra, hemos de entender lógico que los vivos, a veces atemorizados por las molestias que esas presencias les causaban, utilizaran también otros conjuros cuya finalidad perseguía que el hombre no fuese atormentado por los espectros. En el Papiro Mágico de Leyden encontramos uno de esos conjuros (Martín Valentín, 2002): 

“¡Atrás, tú que traes tu rostro, tu alma y tu cadáver y vosotros, que embrujáis con vuestros rostros y con vuestras imágenes! ¡Oh, espíritu, muerto, muerta, enemigo, enemiga durante el viaje de la noche! ¡Mirad a vuestro alrededor y veréis al Señor del universo... Atum y a Uadyet en la gran barca divina, al divino niño, señor de la Verdad y la Justicia, compañero de Atum en la ruta celeste, señor del cielo! ¡La tierra está en llamas, el cielo está en llamas, los hombres y los dioses están en llamas! Si recitas estos conjuros contra las visiones malignas, los dioses vendrán con su verdadero nombre y ellos te darán (en tu ayuda) las llamas del horizonte. Decir estas palabras sobre la imagen que hay en este libro, dibujada sobre un trozo de tela fina y colocarlas en el cuello del hombre. Después ya no volverá a ver espectros”. 


Cartas a los muertos 

Existiendo tan estrechas relaciones entre los vivos y los muertos podemos entender que en determinados momentos los egipcios no dudaran en hacer llegar mensajes a sus difuntos, escribiéndoles cartas que depositaban en las tumbas de sus deudos fallecidos. Se han conservado varias de esas cartas, lo que acredita que su emisión hubo de ser una costumbre extendida. 

Estos textos, que constituyen una singularidad que distingue a la literatura egipcia, solían escribirse sobre los recipientes cerámicos en los que se depositaban las ofrendas dirigidas al fallecido; es también usual que se utilizara como soporte la tela de lino o el papiro, sobre todo en el caso de mensajes que tenían una mayor extensión. Los primeros ejemplos de cartas a difuntos que se han conservado son de los tiempos finales del Imperio Antiguo (dinastía VI) y se cree que la costumbre debió extenderse cuando se difundieron entre la población los cultos funerarios propios del mito de Osiris. 

Las cartas dirigidas a los fallecidos reposaban en una doble creencia que imperaba entre los egipcios. De un lado, pensaban que los espíritus, según hemos ya comentado, eran seres luminosos que tenían poderes mágicos y que gozaban de una gran movilidad, visitando la tierra tantas veces como lo deseaban; de otro, atribuían un inmenso poder creador a la palabra y, a fin de cuentas, a través de las cartas conseguían fijar la palabra en un soporte concreto (fuese un recipiente o una tela o papiro) y gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes que llevaban a cabo los cultos funerarios conseguían neutralizar los peligros por los que los remitentes se sentían amenazados. Las cartas no se depositaban, sin más, en la tumba, sino que además el sacerdote llevaba a cabo rituales determinados que aseguraban que su contenido cobrase un gran poder mágico y llegase a conocimiento del difunto. 

A través de las cartas a los difuntos lo usual es que se hiciera una petición o ruego al espíritu del fallecido, del que, insistimos nuevamente, se pensaba que se había convertido en un ser dotado de poderes especiales. En estos casos, el destinatario del escrito era un espíritu benéfico al que se solicitaba alivio ante una enfermedad o ayuda para tomar una decisión o ganar un pleito. No era inusual que en la carta, además de pedir el favor del fallecido, se le amenazara con dejar abandonado el culto funerario de su tumba en el caso de no acceder a ello. 

En una de las cartas que se han conservado, que se ha datado en los tiempos del Imperio Medio (dinastía XII), un individuo de nombre Dedi se dirige a su hermano Intef, que en vida había sido sacerdote. Al tiempo de hacerle una ofrenda funeraria que consiste en diversos alimentos, Dedi pide ayuda al espíritu de su hermano haciéndole saber que una joven sirvienta, precisamente la muchacha que se encarga del cuidado y mantenimiento de la tumba de Intef, se encuentra enferma y temen por su vida. Dedi, que es consciente de que su hermano se ha convertido en un ser de luz dotado de poderes mágicos, ruega su intercesión para que la joven, que lleva tiempo manteniendo la capilla del difunto en buen estado, se recupere. Nuestro personaje, finalmente, temiendo que su hermano no atienda su petición, incluye en el escrito la amenaza de dejar abandonado el culto funerario de la tumba de Intef en el caso de que este no se tome interés en ayudar a la joven sirvienta. Reproducimos el contenido de la carta (Martín Valentín, 2002): 

“A propósito de la joven sirvienta Imiu que está enferma. ¿Acaso no puedes protegerla durante el día y la noche contra cualquier hombre o mujer que la esté provocando su mal? ¿Acaso quieres que tu capilla funeraria sea destruida y abandonada? ¡Lucha de nuevo por ella, a fin de que tu capilla sea restaurada y se viertan libaciones para ti! Si no obtengo tu ayuda, tu tumba será destruida. ¿Acaso no sabes que es esa criada la que mantiene tu capilla en buen estado en medio de los hombres? ¡Lucha por ella, protégela! ¡Sálvala contra todo el que quiera dañarla! Entonces tu casa y tus hijos serán establecidos, tus peticiones serán bien escuchadas y atendidas”. 

Sobresale en la carta que Dedi cree que la muchacha está enferma debido a que alguien, usando poderes mágicos negativos, la está provocando el mal. En estrecha sintonía con esa idea, Dedi piensa que Intef está obligado a utilizar sus poderes como espíritu luminoso para salvar a Imiu de aquellos que quieren dañarla. 


Inmenso secreto 

Los conocimientos mágicos egipcios acerca del hombre, su vida en la tierra (el Hoy) y su destino en el Más Allá (el Mañana) se distinguían esencialmente por su intenso componente mistérico. Un inmenso secreto envolvía los conocimientos egipcios sobre estas materias. Solo los iniciados en los Misterios tenían acceso a esos conocimientos. 

Las referencias a esa necesidad de mantener los secretos son frecuentes en los textos egipcios. Terminamos este estudio reproduciendo el contenido del artículo 190 del Libro de los Muertos, titulado Fórmula para estar cerca de Osiris: 

“(Este Libro) muestra el secreto de la Duat y el misterio religioso del Más Allá. (Permite) atravesar las montañas y abrir (senda) por los valles. Es un misterio que no debe, absolutamente, ser conocido. (Sirve) para mantener el corazón del bienaventurado, ampliar su caminar, darle movimientos, quitarle las bandas de su rostro, abrirle su cara para así contemplar al mismo tiempo al Gran dios. 

Lee (este Libro) de modo que ningún hombre (lo) vea, con excepción de tu verdadero amigo íntimo y del sacerdote-lector que esté contigo, comportándote de manera que ningún otro rostro (lo) vea, ni (siquiera) un sirviente venido de fuera. 

El alma del bienaventurado para quien sea recitado (el Libro) podrá salir con los vivos, saldrá al día, será poderosa entre los dioses, los cuales no la rechazarán, sino que los dioses la rodearán y la reconocerán como una de las suyas. Y ella te dará conocimiento, en plena luz, de los (bienes) que (le) han llegado. 

Este Libro es una cosa verdaderamente muy secreta; no debes permitir que las gentes de condición inferior (lo) conozcan en cualquier lugar donde estés y no permitas (que lo conozcan) los habladores (ni ninguna otra persona), excepto tú y tu verdadero amigo íntimo. 

Estas palabras se pronunciarán en una cámara (tapizada) de tela (que estará) tachonada totalmente de estrellas. 

¡Esto ha sido verdaderamente eficaz millones de veces!” 


BIBLIOGRAFÍA 

Bergua, Juan B., edición (1967): “El Libro de los Muertos de los antiguos egipcios”. Madrid. 
Brier, Bob (2008): “Los misterios del antiguo Egipto”. Barcelona. 
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