Hombres, espíritus y magia en Egipto



“Ningún hombre que tenga conocimiento morirá de la segunda muerte. 
Sus enemigos no podrán ejercer influencia alguna sobre él. 
Ninguna magia le retendrá en la tierra” 

Textos de los Sarcófagos, capítulo 83 



Los egipcios, impregnados por unas concepciones dualistas en las que se desarrollaba un enfrentamiento continuo entre las fuerzas de la Luz y de la Oscuridad, nos han transmitido en sus textos algunas noticias que nos hablan, a veces de manera velada, de los temores que los hombres sentían ante la presencia cotidiana entre ellos de seres sobrenaturales. Generalmente se trataba de los espectros de hombres fallecidos que habiendo sido incapaces tras la muerte de alcanzar el celeste Reino de la Luz de Re vagaban por la tierra, entre los vivos, a los que causaban molestias y angustias. Algunos de esos textos antiguos nos hablan del sentimiento de temor de los hombres a los que esos espíritus se habían manifestado. En otros encontramos, como remedio, conjuros y fórmulas mágicas que deberían permitir ahuyentar a esos espectros, logrando así que el individuo quedase liberado de la angustia que le poseía. 

La noche, el reino de la Oscuridad, era el momento propicio para que los espíritus errantes que deambulaban por la tierra se manifestasen a los hombres, unas veces durante el sueño, otras durante la vigilia que le precede o incluso en estado de plena conciencia, muchas veces en el momento del amanecer. Se trata de los espíritus de los difuntos no bendecidos, es decir, de aquellos que tras la muerte no han podido culminar el proceso de purificación y glorificación que debería haberles conducido, transformados en Seres de Luz (espíritus akh, luminosos o brillantes) al Reino Celeste donde Re gobierna el cosmos. 

Estos espíritus no bendecidos, los que deambulan por la tierra causando molestias a los hombres, son los muertos que tras la muerte “siguen muertos”. Son “los muertos que mueren por segunda vez” de los que nos hablan los Textos de los Sarcófagos y otros textos funerarios egipcios. Están imposibilitados de renacer como espíritus akh, debido sobre todo a que por estar muy apegados a la materia no han sido capaces de superar el proceso de purificación y glorificación que el hombre debe realizar tras la muerte. 

Ante estos espíritus errantes, que vagabundean por la tierra e interfieren en la vida de los hombres, los egipcios necesitaban de protección mágica. Ese es el motivo de que se hayan conservado diversos conjuros que deben permitir alejar a los espectros que atemorizan el sueño de los hombres, o cartas que los vivos dirigían a los muertos que les atormentaban. Era también frecuente que sobre las cabeceras de las camas se grabaran o pintaran representaciones de genios benéficos o fórmulas mágicas que debían permitir ahuyentar a los molestos espíritus. 

Los espectros, seres sobrenaturales que proceden del reino de las Tinieblas, podían ser vencidos gracias a los poderes también sobrenaturales de los magos egipcios. Solamente estos hombres, adecuadamente iniciados en los secretos de la Luz de Re, podían ponerlos en fuga y brindar tranquilidad a los hombres. En el Papiro Mágico de Leyden encontramos uno de esos conjuros protectores de los hombres que pretende conseguir ahuyentar a los tan molestos espíritus: 

“¡Atrás, tú que traes tu rostro, tu alma y tu cadáver y vosotros, que embrujáis con vuestros rostros y con vuestras imágenes! ¡Oh, espíritu, muerto, muerta, enemigo, enemiga durante el viaje de la noche! ¡Mirad a vuestro alrededor y veréis al Señor del universo... Atum y a Uadyet en la gran barca divina, al divino niño, señor de la Verdad y la Justicia, compañero de Atum en la ruta celeste, señor del cielo! ¡La tierra está en llamas, el cielo está en llamas, los hombres y los dioses están en llamas!” 

“Si recitas estos conjuros contra las visiones malignas –rubrica el texto del conjuro-, los dioses vendrán con su verdadero nombre y ellos te darán (en tu ayuda) las llamas del horizonte (es decir, la Luz). Decir estas palabras sobre la imagen que hay en este libro, dibujada sobre un trozo de tela fina y colocarlas en el cuello del hombre. Después ya no volverá a ver espectros”. 


La hermosa y el pastor 

En el papiro número 3.024 del Museo de Berlín se han conservado dos interesantes textos del antiguo Egipto. De un lado, se nos ha transmitido el Diálogo de un hombre desesperado con su alma; de otro, en un conjunto de 25 líneas, se reproduce un fragmento de un relato maravilloso, del que desgraciadamente se ha perdido el principio y el final. En él se narra de manera ciertamente confusa el encuentro entre un pastor y una mujer de belleza sobrenatural, en las inmediaciones de una laguna en la que el hombre estaba apacentando su ganado. 

El cuento del pastor, en el que se encuentran ambiguas referencias acerca de una aparición espectral, se ha fechado en los tiempos de la Dinastía XII (Reino Medio), si bien autores como Jesús López han encontrado antecedentes de esta historia en los propios Textos de los Sarcófagos (hacia 2100 a.C.) y piensan, incluso, que es un asunto que pudo ser desarrollado en los momentos del Reino Antiguo. 

Ya hemos comentado que el texto se ha conservado incompleto, de modo que no conocemos ni como se inicia ni como termina, lo que hace que no podamos tener una idea clara de cómo se desarrollaba realmente su trama, si bien la idea que se nos ha transmitido es la del espíritu de una mujer bellísima, que se manifiesta al protagonista en las inmediaciones de una corriente o estanque de agua. Estamos, en suma, ante una imagen que es frecuente reconocer en la historia de las apariciones espectrales: el espíritu de una mujer hermosa se aparece junto a un lago o río. 

El cuento se ha transmitido en un único manuscrito, que ya comentamos que se conserva en el Museo de Berlín. Seguidamente reproduciremos las líneas con las que se inicia ese fragmento que se ha conservado, utilizando para ello la versión de Lefebvre (2003). El pastor, que habla en primera persona, nos narra el inquietante encuentro que ha tenido con un ser de belleza sobrenatural: 

“Mirad –dice el pastor a sus compañeros-, habiendo descendido al estanque que está próximo a estos pastos, vi allí a una mujer; no era de la raza de los hombres. Mis cabellos- continúa- se erizaron cuando vi su peluca ensortijada, y como era de lisa su piel. Jamás haré yo lo que ella dijo: el temor que ella me ha causado está (aún) en mi cuerpo”. 

En este confuso texto podemos conjeturar que el pastor parece que está insinuando de manera velada que la extraña mujer le habría hecho una proposición de tipo sexual . En ese sentido se debería interpretar la alusión a la peluca ensortijada que lleva la aparecida, que en el antiguo Egipto suele simbolizar el deseo y la seducción. El pastor, sin embargo, no habría aceptado ese encuentro galante con el espíritu (¿quizás una diosa?) debido a que su cuerpo estaba plenamente poseído por el miedo. 

El relato, seguidamente, desarrolla una breve composición lírica en la que se nos habla de ganados que atraviesan las lagunas y se hace una alabanza de la crecida del Nilo. El tono de esta parte de la obra nos recuerda las frases que en las mastabas del Reino Antiguo se suelen poner en boca de los pastores representados en las escenas funerarias. 

Por último, el fragmento conservado del cuento finaliza hablándonos de un nuevo encuentro entre el pastor y la mujer. Nuevamente se insinúa, ahora con más claridad, la proposición sexual que la bella, en esta oportunidad desnuda, hace al hombre. Hemos de lamentar que la descripción de esa posible unión amorosa entre un hombre y un ser del Más Allá no se haya conservado: 

“Cuando la tierra se aclaró, al despuntar el día, se hizo como él había dicho. Esta diosa lo encontró cuando él iba al extremo de la laguna. Vino despojada de sus vestiduras, y sus cabellos estaban desordenados...” (Así termina el fragmento conservado). 

Finaliza, pues, el cuento ofreciéndonos de nuevo la imagen de la sobrenatural mujer, ahora desnuda, que está jugueteando con sus cabellos e insinuándose claramente al pastor. Todo parece sugerir que este, ahora tranquilizado, terminará accediendo a las pretensiones de la mujer. 

Encontramos en este sugerente texto una posible relación entre dos simbolismos de los que se nos habla en el mismo: de un lado las referencias a la crecida del Nilo; de otro, la imagen sobrenatural de la hermosa mujer. En el primer caso, los hombres, ante el fenómeno de la gran inundación, es sabido que sienten inicialmente temor, ya que están viendo como las aguas crecen de manera impetuosa. Después, sin embargo, podrán contrastar los efectos benéficos de la irrigación y no podrán sino estar agradecidos al gran Nilo. Algo de todo esto se expone en la parte central del cuento. 

Del mismo modo, ante la inesperada primera aparición de la hermosa, el pastor siente un miedo intenso que paraliza sus miembros y que le impide acceder a su pretensión de aventura galante. Más adelante, sin embargo, cuando el cuento finaliza, parece ahora que el hombre, perdido el miedo ante esa imagen espectral de la hermosísima mujer, está dispuesto a gozar de la unión sexual que esta le ofrece. 

No debe causarnos sorpresa que los antiguos egipcios pensaran que los espíritus de los difuntos pudieran apetecer seguir manteniendo relaciones sexuales tras la muerte. En diversos pasajes del Libro de los Muertos se nos dice que los espíritus que habitan en los Campos de Osiris llevan allí una vida placentera, bastante similar a la que llevaban en la tierra, comiendo y disfrutando del sexo, libres ahora –eso sí- de cualquier tipo de preocupación. 


El espectro y el profeta de Amón 

De los tiempos situados en el entorno de la dinastía XIX se ha conservado una historia que fue reproducida en hierático sobre diversos fragmentos cerámicos (ostraca) que por desgracia ninguno de ellos se ha encontrado completo. En su texto se nos ofrece una “historia de espectros”, en la que podemos encontrar sugerentes informaciones sobre las necesidades cotidianas de los difuntos y sobre las relaciones entre los vivos y los muertos. 

Considerado por los estudiosos como un cuento de tipo fantástico, en la Historia de un espectro (título que asigna Lefebvre a esta narración, que Jesús López prefiere denominar Khonsuemheb y el espíritu), vemos como el espectro de un muerto, tan apegado a la tierra que incluso sufre ataques de tos, está padeciendo las consecuencias de que su tumba se encuentre en un estado de conservación lamentable, lo que le obliga a vivir sufriendo diversas privaciones y expuesto a la intemperie. 

Ese penoso estado de existencia hace que el espíritu no dude en aparecerse a los vivos, a los que en diversas oportunidades se ha quejado del mal estado en que se conserva su tumba. Buena parte de los ostraca que nos han transmitido fragmentos de esta narración han sido encontrados en Deir el-Medina, el poblado donde vivían los obreros que levantaron las tumbas de los reyes del Reino Nuevo. Posiblemente, pensaba Jesús López, el cuento lo que está reflejando son los sentimientos de esos obreros tebanos acerca de los robos y destrucciones de tumbas de tiempos antiguos. Cuando estos hombres contemplaban las tumbas antiguas, saqueadas y abandonadas a su suerte desde hacía cientos de años, no podrían sino interrogarse por el malestar que estarían padeciendo, en el Inframundo, los espíritus de los hombres que allí habían sido enterrados en tiempos pasados. 

Veamos a continuación como el Primer Profeta de Amón, conocedor de que el espectro se está apareciendo a los hombres, intenta ponerse en contacto con él. Seguimos a Lefebvre: 

“Él (el sacerdote de Amón) subió a la terraza (e invocó) a los dioses del cielo, los dioses de la tierra, los del sur, los del norte, los del oeste, los del este, y a los dioses (del otro mundo), diciéndoles: “Haced que venga a mí el espíritu”. Vino (este) y le dijo...” 

Seguidamente el Profeta prometerá al espectro que va a ordenar que su tumba sea restaurada del penoso estado en que se encuentra: 

“Dime lo que deseas, yo haré que (se) haga para ti; y se rehará (de nuevo) tu sepultura. También haré que se actúe respecto a ti como conviene actuar hacia quien (está en tu situación. Tú no tendrás que aguantar más,) desnudo, el viento en invierno; hambriento, (tu) no...” 

El espectro le dice al sacerdote que había vivido en tiempos de Rahotep, un rey de la dinastía XVII, y que murió cuando reinaba Mentuhotep (dinastía XI), lo que constituye una confusa mezcla de momentos históricos, debido posiblemente a que el cuento plasmaba por escrito una leyenda antigua y el autor del texto, no buen conocedor de los tiempos pasados, nos dejó ambiguas referencias a unos antiguos reyes cuyos nombres parece que ya ni siquiera conocía con exactitud, o si los conocía no era capaz de situarlos adecuadamente en el marco de la cronología de Egipto. 

Entre sus quejas, el espíritu indica al Profeta que: “Mira, la parte inferior del suelo (de la tumba) está arruinada y se está cayendo hacia el exterior. (Se) deja que el viento sople (en su interior) y él (el viento) toma la lengua (es decir, produce tos al espectro)”. 

Afortunadamente, al final, todo se solucionará. Los hombres a los que el Primer Profeta de Amón ha encargado los trabajos de restauración de la sepultura nos dirán que han encontrado un lugar excelente para hacer que perdure hasta la eternidad el nombre del espectro que antes había causado tantas molestias a los vivos con sus reiteradas apariciones. 


Posesiones y exorcismos 

Pensaban los egipcios que los espíritus que vagabundeaban por la tierra además de manifestarse ante los hombres podían también tomar posesión de sus cuerpos y causarles enfermedades e incluso la muerte. Una de las tareas más importantes que tenían que realizar los magos era precisamente conseguir que el espíritu invasor que había penetrado en el cuerpo del poseso fuese expulsado “a la tierra”, que era el lugar en el que pensaban que debían residir los espectros. 

Estos espíritus que se introducían en los cuerpos de los hombres correspondían sobre todo a difuntos que habían fallecido de manera violenta o prematura. Debido a que la muerte les había acontecido en un momento inesperado no estaban adecuadamente preparados para superar el proceso de glorificación que habría de ultimar con su llegada al Reino Celeste de Re. En su lugar, estos seres quedaban apegados a la tierra y en su deseo de pervivir no dudaban en introducirse en los cuerpos de los vivos. Ese es el motivo de que el mago tuviera que concentrar todos sus esfuerzos en que el espíritu se retirase del hombre al que estaba poseyendo y volviese a la tierra. 

En las creencias egipcias, Osiris, tras ser asesinado por su hermano Seth, yacía enterrado bajo un montículo de tierra (Aker) en el Inframundo. Allí esperaba la llegada, por la noche, de la barca solar de Re y su séquito. Cuando el cortejo de la Luz llegaba al mundo de los tinieblas era cuando los muertos, y Osiris entre ellos, tornaban nuevamente a la vida y se incorporaban al navío celestial (la Barca de los Millones de espíritus que citan los textos del Inframundo). Allí, en el Inframundo, en la tierra, era donde el espectro debía llevar a cabo su proceso de purificación, tras abandonar el cuerpo del poseso. 

Veamos algunos de esos textos, en la versión de J.R. Ogdón, con los que el mago pretendía conseguir que el espíritu tornase a la tierra: 

“¡Entonces, tú (el espíritu invasor) te extinguirás!... ¡Entonces, retrocederás de allí (el cuerpo del poseso) a la tierra!” 

“¡Si un oponente… se ha unido a esta carne de N., nacido de N.; a este su cuerpo, a estos sus miembros… Si es expulsado de los miembros de N…, entonces el Cielo perdurará por siempre sobre sus pilares!... ¡Si un oponente… es expulsado de todos los miembros de N… a la tierra!” 


Khonsu y la princesa 

La princesa de Bakhtan es el nombre que los egiptólogos han dado a una narración que se ha conservado grabada en signos jeroglíficos en una estela que fue encontrada cerca del templo de Khonsu, en Karnak, en 1829 y que actualmente se conserva en el Museo del Louvre. Se trata de un texto de tipo propagandístico que los sacerdotes tebanos elaboraron en alabanza al dios Khonsu, al que se atribuía entre sus poderes mágicos una capacidad especial para ahuyentar a los espíritus que molestaban a los hombres. En su contenido todo parece indicar que la narración se inspira en una antigua leyenda popular que los sacerdotes querían ahora convertir en documento oficial. 

En el texto se dice que los acontecimientos que narra acontecieron durante el reinado de Ramsés II pero está documentado que estamos ante una narración apócrifa ya que lo cierto es que el autor, erróneamente, atribuye al supuesto Ramsés II diversos títulos en su protocolo que realmente corresponden no a este rey sino a Thutmosis IV. En todo caso, la inscripción nos habla de un rey egipcio que ha desposado con una princesa extranjera, de nombre Neferure, que habría nacido en el lejano reino de Bakhtan (quizás lo que nosotros conocemos ahora como Bactriana). La protagonista de la historia es Bentrech, hermana menor de Neferure, de la que se nos dice que está gravemente enferma desconociendo los médicos de su reino el posible modo de curarla. 

Ante esa situación el monarca de Bakhtan decide solicitar la ayuda de Ramsés II, al que ruega que envíe a un mago egipcio que se ocupe de la salud de la princesa. Por encargo del faraón uno de los mejores sanadores egipcios se traslada al lejano reino y tras examinar a Bentrech toma pronto conciencia de que la princesa está poseída por un espíritu merodeador, de los que traen las enfermedades a los hombres: 

“Cuando el sabio llegó a Bakhtan –se indica en el texto, seguimos nuevamente a Lefebvre-, se encontró a Bentrech en el estado de (alguien) que está poseída por un espíritu; se encontró por otro lado que (se trataba de) un enemigo al que había que combatir...” 

Encontrándose el mago con que el espíritu es un ente de grandes poderes informará a Ramsés II que piensa que es necesario que una divinidad egipcia sea trasladada al reino de Bakhtan para conseguir la expulsión del intruso del cuerpo de la princesa. 

Se decide, finalmente, que sea Khonsu, en su acepción de “Khonsu-que-gobierna-en-Tebas” quien viajará al país lejano, no sin que antes el propio “Khonsu-el-Grande” le provea adecuadamente con sus fluidos de poder, que le suministrará a través de cuatro “pasadas” mágicas que se citan expresamente en el texto. Es de especial interés este fragmento de la narración en el que se nos informa de uno de los rituales mágicos que practicaban los egipcios: vemos como Khonsu transmite su poder a “Khonsu-que-gobierna-en-Tebas” a través de varias “pasadas” repetidas y que posteriormente esta segunda divinidad hará lo mismo con la princesa posesa: 

“Provéelo con tu fluido mágico –le dice el rey a Khonsu-, para que yo haga ir a Su Santidad a Bakhtan para salvar a la hija del príncipe.” 

Y más adelante se nos dice que: “Entonces este dios (“Khonsu-que-gobierna-en-Tebas”) se dirigió al lugar en que se encontraba Bentrech. Hizo pasar el fluido mágico a la hija del príncipe: ella se encontró bien de inmediato”. 

Finaliza esta curiosa narración propagandística de los poderes mágicos de Khonsu indicando que el espíritu, reconociendo el inmenso poder del dios, se declara de inmediato su siervo, marchándose luego en paz, con la aquiescencia de Khonsu. Vemos así que esta divinidad tebana es reconocida como poseedora de poderes especiales que permiten poner en fuga a los espíritus que a veces entran en posesión de los cuerpos de los hombres. 


Cartas a los muertos 

Estamos viendo que los hombres del antiguo Egipto pensaban que existían unas relaciones muy estrechas entre los vivos y los muertos, cuyas existencias se entrecruzaban de manera cotidiana. Imperando esas creencias podemos entender que en determinados momentos los egipcios no dudaran en hacer llegar mensajes a sus difuntos, escribiéndoles cartas que depositaban en las tumbas de sus deudos fallecidos. Se han conservado varias de esas cartas, lo que acredita que su emisión hubo de ser una costumbre que tuvo cierto arraigo. 

Estos textos, que constituyen una singularidad que distingue a la literatura egipcia, solían escribirse sobre los recipientes cerámicos en los que se depositaban las ofrendas dirigidas al fallecido; es también usual que se utilizara como soporte la tela de lino o el papiro, sobre todo en el caso de mensajes que tenían una mayor extensión. Los primeros ejemplos de cartas a difuntos que se han conservado son de los tiempos finales del Imperio Antiguo (dinastía VI) y se cree que la costumbre debió extenderse cuando se difundieron entre la población los cultos funerarios propios del mito de Osiris. 

Las cartas dirigidas a los fallecidos reposaban en una doble creencia que imperaba entre los egipcios. De un lado, pensaban que los espíritus eran seres luminosos que tenían poderes mágicos y que gozaban de una gran movilidad, visitando la tierra tantas veces como deseaban; de otro, atribuían un inmenso poder creador a la palabra y, a fin de cuentas, a través de las cartas conseguían fijar la palabra en un soporte concreto (fuese un recipiente o una tela o papiro) y gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes que llevaban a cabo los cultos funerarios conseguían neutralizar los peligros por los que los remitentes se sentían amenazados. Las cartas no se depositaban, sin más, en la tumba, sino que además el sacerdote llevaba a cabo rituales determinados que aseguraban que su contenido cobrase un gran poder mágico y llegase a conocimiento del difunto. 

A través de las cartas a los difuntos lo usual es que se hiciera una petición o ruego al espíritu del fallecido, del que, insistimos nuevamente, se pensaba que se había convertido en un ser dotado de poderes especiales. En estos casos, el destinatario del escrito era un espíritu benéfico al que se solicitaba alivio ante una enfermedad o ayuda para tomar una decisión o ganar un pleito. No era inusual que en la carta, además de pedir el favor del fallecido, se le amenazara con dejar abandonado el culto funerario de su tumba en el caso de no acceder a ello. 

Otro tipo de cartas, por contra, se dirigían a espíritus maléficos, que estaban causando algún daño al remitente. En ese caso es frecuente que además de reprochar al difunto su actuación se le amenace con plantear un litigio ante el tribunal de los dioses, todo ello para conseguir que el maleficio o las molestias cesen. 


Carta a Ankhiry 

Fechada en el entorno de la dinastía XIX, esta carta (Papiro Leyden, 371) contiene las quejas amargas que un individuo dirige al espíritu de su esposa. Ha sido estudiada por Serrano (1993) y de su contenido se deduce que la difunta le viene recriminando algo que realmente no se llega a exponer y el viudo, molesto ya que no se siente culpable, le indica que se ha visto obligado a presentar una acusación contra ella ante el gran tribunal de la Enéada de Dioses que tiene su sede en el Occidente. 

“¿Qué crimen cometí contra ti, se pregunta el individuo, para llegar a la miserable situación en que me encuentro?, ¿qué es lo que te he hecho?” 

En la carta el viudo recrimina al espíritu de su esposa que no sabe apreciar todo el bien que hizo por ella mientras vivió, por lo que se ve obligado a escribirla para que Ankhiry tome conciencia de los males que su actuación le están provocando. Como vehículo mágico de tipo material, es decir, como soporte de la carta, escrita sobre papiro, se utilizó una figurilla femenina en madera, recubierta de yeso y coloreada, sobre la que se enrolló el escrito, depositándose todo ello en la tumba. 

Nuestro hombre, angustiado, insiste una y otra vez en su carta en que mientras Ankhiry vivió cuidó de ella con gran diligencia, no entendiendo la situación de acoso en que vive, causada por el espíritu, por lo que ha decidido presentar una petición de respaldo a los dioses: “Voy a presentar -nos dice- un litigio contra ti con palabras de mi boca ante la Enéada de Dioses que está en Occidente, y se decidirá entre tú y yo ...” Insiste el viudo en que ya que “no permites que mi corazón se reconforte seré juzgado contigo, y se discernirá la maldad de la justicia” 

En suma, viendo que Ankhiry no parece distinguir entre el bien y el mal, su viudo ha tomado la decisión de que sean los dioses los que decidan entre ella y él, que tras cuidarla durante toda su vida no pudo sino llorar, nos dice, cuando conoció su muerte. Entonces, no reparó en gastos para proporcionar las ropas de lino con las que habría de ser ataviado su cadáver y no permitió que ninguna cosa buena se dejase de hacer por ella. Ankhiry, sin embargo, no solo no muestra ningún agradecimiento por todos los desvelos que tuvo con ella en vida, sino que además está usando sus poderes para inquietar al pobre viudo, que vive una situación de temor y angustia antes esas inquietantes influencias. 

El escrito que esta persona desesperada dirigía al espíritu de Ankhiry constituye un documento que reviste especial interés en la medida en que nos permite contrastar con claridad el modo en que la vida cotidiana en el antiguo Egipto estaba profundamente influenciada por las creencias sobre el mundo espiritual y por las frecuentes relaciones que los egipcios tenían, gracias al intenso poder de la magia, con los seres del más allá. 


Prácticas maléficas 

En la historia de la princesa de Bakhtan vimos como un mago egipcio, en su afán por sanar a una persona, tomaba conciencia de que la misma estaba poseída por un espíritu contra el que sería necesario luchar. Para ello habría de conseguir la ayuda de una divinidad, Khonsu, poseedora de grandes poderes mágicos. 

El mago, sin embargo, podía intervenir también de otras diferentes maneras en este contexto de las relaciones entre los hombres y los espíritus. Era frecuente que a veces el mago invocase a un espíritu, sirviéndose usualmente para ello de Seth, divinidad negativa, para que el espíritu interfiriera en el sueño de otra persona y le transmitiese un determinado mensaje que alguien (el que ha contratado al mago) deseaba hacerle llegar. 

En estos casos, ante la posibilidad de que el espíritu se resista a las pretensiones del mago, lo más usual es que este emita temibles amenazas. El mago está revestido de los poderes de Seth y no duda en proclamar esas amenazas al espíritu para el caso de que este no cumpla lo que le está ordenando. En el Papiro Mágico de Leyden, encontrado en el interior de una tumba tebana, se nos ofrece una rica información en relación con las prácticas mágicas egipcias en los tiempos helenísticos. A modo de ejemplo, reproduciremos un conjuro en el que el mago obliga al espíritu (un ser inferior) a que se ponga sin reparos a su servicio, utilizando para ello la coacción y el terror. El mago se ha identificado con Seth, es decir con un dios de la esfera superior, y el espíritu no podrá sino obedecerle. 

Veamos ese conjuro número 5 del Papiro de Leyden, en la versión de Calvo y Sánchez (1987): 

“Y tú, Demon Bueno, cuyo poder es el más grande entre los dioses; escúchame y ven junto a N., a su casa donde duerme, a su alcoba, y ponte a su lado con aspecto temible, terrorífico en virtud de los nombres grandes y poderosos del dios, y dile esto. Te conjuro por tu fuerza, por el gran dios Seth, por el momento en que fuiste creado como dios grande, por el dios que va a profetizar lo de ahora mismo, por los 365 nombres del gran dios, a que vengas junto a N., en este momento, en esta noche, y le digas esto en el sueño. Si me desoyes y no te acercas a N., se lo diré al gran dios. Te herirá y cortará miembro a miembro y dará tu carne a comer al perro rabioso que se sienta en los basureros. Por esto, escúchame, ya, ya, pronto, pronto, para no verme obligado a decir estas cosas por segunda vez”. 

Antes del propio conjuro, el texto nos describe el entorno mágico que debe envolver el acto: “Toma un lienzo puro y –según Óstanes- pinta en él con tinta de mirra una figura de aspecto humano y cuatro alas; que tenga la mano izquierda extendida con las dos alas del lado izquierdo y la derecha doblada con los dedos doblados también; sobre la cabeza una diadema real y un manto alrededor del antebrazo y dos vueltas en el manto; sobre la cabeza unos cuernos de toro. En las nalgas, la cola cortada de un pájaro. Que la mano derecha esté sobre el estómago, cerrada; que una espada se extienda hasta cada uno de los tobillos. Escribe en la cinta los nombres del dios, uno tras otro, y cuanto quieras que N. sepa...” 

Vemos que en estos momentos del Egipto helenizado el mago dirige su invocación a un “Demon Bueno”, que está dotado de grandes poderes. Demon es una palabra griega, ya utilizada en los tiempos de Homero, que en sus orígenes significaba “ser divino”. Posteriormente, sin embargo, en los momentos finales del helenismo, existía ya una clara distinción entre theós (dios) y daímon (ser inferior, espíritu usualmente maligno). Es sabido que en la acusación contra Sócrates se reprochó a este filósofo que había introducido en Atenas el culto a extraños daimónia, ajenos a las divinidades tradicionales griegas, oriundos posiblemente de las tierras del valle del Nilo o de Mesopotamia. Para Platón (El banquete), formado en los Misterios egipcios, “todo daimónion era algo intermedio entre un dios y un mortal”. 

En suma, parece que los démones del Egipto helenístico y romano eran seres espirituales a mitad de camino entre los hombres y la divinidad, y que podían ser tanto buenos como malos. Esa es la justificación de que hombres de tiempos posteriores, conocedores también de los Misterios Egipcios, como Plutarco, añadieran el adjetivo phaulos (malo) cuando querían dejar claro que se estaban refiriendo a la influencia maligna de un demon (Luck, 1995). 


Ritos de sometimiento 

Pero es que, además, la invocación del mago puede pretender que el espíritu no solamente se manifieste ante otra determinada persona sino que además le cause un daño determinado. En estos casos los egipcios pensaban que debido a las amenazas que el mago emitía, el espíritu, atemorizado, tendría que seguir sus órdenes y no dudaría en causar la enfermedad o incluso la muerte del sujeto. 

Se han conservado diversos formularios mágicos de tiempos grecoegipcios que nos informan con claridad del ritual que se debía seguir en estos casos. Ante todo, el texto del maleficio, acompañado de los símbolos mágicos adecuados, se debía grabar en la noche en una lámina de plomo. Esa lámina se deberá depositar luego junto al cadáver de una persona que haya fallecido de muerte violenta o prematura y se invocará a una divinidad de carácter negativo, usualmente Seth. 

Se trata, pues, de un mecanismo mágico que debe permitir que un hombre pueda utilizar al espíritu de un muerto para someter o causar mal a otro hombre. Podemos ver un ejemplo en el Papiro Mágico del Museo Británico, que constituye en palabras de Calvo y Sánchez un verdadero “manual del mago”, debido a la variedad de prácticas que contiene: 

“Genuina fórmula para silenciar y someter y de posesión. Toma plomo de una cañería de agua fría, haz una lámina y escribe con un estilo de bronce, como aparece después, y ponlo junto a un muerto prematuro: (siguen diversos signos y palabras mágicas)..., sujeta. (Luego, pon lo que desees)”. 

En otro papiro mágico del Museo Británico, adquirido por Anastasi en Tebas y vendido luego al museo en 1839, encontramos otra fórmula que pretende conseguir, a través igualmente de la intervención del espíritu de un muerto prematuro, sujetar la voluntad de otra persona para que no haga algo que en otro caso sería perjudicial para el invocante. Seguimos de nuevo a Calvo y Sánchez: 

“Toma un papiro hierático o una lámina de plomo y un anillo de hierro; coloca el anillo sobre el papiro y con un cálamo dibuja el borde interior y exterior del anillo; después cubre con tinta la circunferencia; después escribe en la circunferencia del anillo, sobre el papiro, el nombre y en la parte externa los signos mágicos; después, en la parte interna, lo que no quieras que ocurra y esto: “Que su mente quede atada para que no haga tal cosa.” Luego pon el anillo sobre su propio círculo que hiciste y, eliminando la parte externa, cose el anillo hasta que éste quede enteramente cubierto. 

Mientras pinchas signos mágicos con el cálamo y realizas la atadura, di: “Yo encadeno a N. a tal cosa: que no hable, que no se oponga, que no diga nada en contra, que no pueda mirarme de frente ni hablar contra mí, sino que me esté sometido, tanto tiempo como este aro esté oculto. Yo ato su inteligencia y sus pensamientos, su reflexión, sus actos, para que sea incapaz contra todos los hombres.” Si se trata de una mujer: “para que no se pueda casar con N” (tu deseo). 

Después lo llevas a la tumba de uno que haya muerto prematuramente, haces un hoyo de cuatro dedos, lo pones dentro y dices: “Demon de muerto, quienquiera que seas, entrégame a N. para que no haga tal cosa.” Después de enterrarlo, márchate. Esto lo harás mejor si la luna está menguante. Esto es lo que se escribe en el círculo: (siguen diversas palabras mágicas)..., que no se haga esto en el tiempo en que esté enterrado este anillo.” Sujétalo con cuerdas que tú habrás tejido con esparto y deposítalo así . El anillo se echa también en una fuente que no se usa o en la tumba de uno que ha muerto antes de tiempo...” 

Estos ritos mágicos maléficos, inmersos ya en el contexto del pensamiento helenístico, habrían de ser asimilados por las culturas griega y romana, en donde perduraron durante siglos. Esa es la explicación de que, a modo de ejemplo, en tiempos recientes se identificasen en Córdoba, procedentes de una zona de necrópolis romana, unas láminas de plomo que se habían depositado en el interior de un recipiente cerámico lleno de cenizas y huesecillos. Se trataba aparentemente de la urna de incineración de un niño, ejemplo claro de muerto prematuro. Alguien había depositado allí las láminas maléficas no sin antes haber grabado textos como el siguiente: “...Genio malévolo, execra(los) y concede que callen. Sean mudos los herederos”. Los textos han sido estudiados por Ángel Ventura (1996). Parece que alguien, interesado en recibir una herencia, deseaba paralizar las posibles acciones de los otros herederos. Para conseguir sus propósitos no dudó en utilizar en su provecho el desorientado espíritu de un niño que había fallecido recientemente. 



BIBLIOGRAFÍA 

Calvo Martínez, José y Sánchez Romero, M. Dolores (1987): “Textos de magia en papiros griegos”. Madrid. 
David, R. (2003): “Religión y magia en el Antiguo Egipto”. Barcelona. 
Lefebvre, G. (2003): “Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica”. Madrid. 
Martín Valentín, F.J. (2002): “Los magos del antiguo Egipto”. Madrid.