Plegarias y amenazas a los dioses en Egipto



En el antiguo Egipto los hombres pensaban que la evolución del mundo creado dependía estrechamente de la actitud que en cada momento adoptaran las divinidades. Para favorecer una buena relación entre los dioses y el mundo resultaba necesario que día tras día se realizaran en los templos unos actos de tipo ritual que permitiesen asegurar que Maat, la divinidad del orden, la justicia y el equilibrio, imperase tanto en el cosmos como en el mundo inferior. 

En los templos egipcios no se rendía, sin más, culto a los dioses sino que se llevaban a cabo unos rituales complejos que buscaban garantizar el mantenimiento del orden del cosmos y del mundo a lo largo del tiempo. Era así que gracias a los ritos sagrados el sol nacía en cada nuevo amanecer, las estaciones se repetían de manera cíclica, la inundación del Nilo llegaba cada año... Los rituales egipcios no tenían un carácter meramente simbólico sino que constituían una parte esencial de los acontecimientos cósmicos. A través de esos ritos sagrados el hombre llevaba a cabo la misión que el Creador le había asignado. Si esa función no se cumplía existía una clara amenaza de catástrofe para los dioses y el cosmos. 

El faraón, en cuanto dios viviente, tenía como misión esencial entrar en contacto todos los días con los dioses para asegurar que los mismos estuvieran satisfechos. Día tras día el faraón lavaba y cambiaba la ropa de la estatua del dios, le ofrecía sus alimentos, le dirigía peticiones, etc. Gracias a ese contacto continuo con la divinidad, plasmado en unos actos rituales rígidos, el rey, que recibía la vida y la fuerza de los dioses, podía garantizar a los hombres, sus súbditos, que la prosperidad y la justicia, en suma Maat, reinasen en el país del Nilo. El faraón, sin embargo, no podía estar presente, por motivos obvios, en todos y cada uno de los templos egipcios. En su lugar, los sacerdotes se encargaban de llevar a cabo diariamente ese servicio divino. 

En esa relación entre el faraón, o los sacerdotes en que este delegaba, y las divinidades jugaban un papel importante las plegarias o súplicas que aquellos elevaban a los dioses. En este estudio pretendemos acercarnos a las creencias que los antiguos egipcios, representados por sus sacerdotes, tenían acerca de la función de las plegarias como medio para conseguir la aproximación o la fusión del hombre con la divinidad. Para acercarnos a esas creencias estudiaremos lo que Jámblico de Calcis, filósofo sirio del siglo III d.C., nos dejó escrito en la obra que hoy conocemos como “Sobre los misterios egipcios” acerca de la importancia de los actos rituales y de las plegarias como vías que permitían acceder a lo divino en la teología egipcia. Buscaremos, igualmente, una justificación de los motivos por los que, a veces, se encuentran en esos textos egipcios, en lugar de súplicas o peticiones, amenazas claras y violentas que los hombres emiten contra esas mismas divinidades. 


Jámblico 

La filosofía pagana de la antigüedad tardía se distingue, en buena medida, por estar impregnada de creencias de clara orientación mística que pretenden retornar a todo aquello que Platón y las fuentes de las que este se nutrió habían significado. Frente a la amenaza del cristianismo los pensadores del momento intentaban respaldarse en las enseñanzas que en tiempos antiguos habrían sido reveladas por autoridades que como Hermes, asimilado al Thot egipcio, se consideraban sagradas. 

Estamos en unos momentos de profunda crisis en que los filósofos no cristianos intentaban ofrecer la voz conjunta del paganismo para enfrentarla a las enseñanzas de Jesús, que los cristianos pretendían imponer en el Imperio. Es así como la sabiduría de la tradición egipcia, los Oráculos Caldeos o el conocimiento de Platón, Orfeo, Hesiodo, Aristóteles, etc. se aúnan en la obra de autores como Jámblico. La verdad del paganismo, articulada esencialmente en torno a Platón, tenía que ser capaz de enfrentarse al cristianismo. 

Jámblico, que vivió en la segunda mitad del siglo III d.C., es un filósofo que representa al neoplatonismo siríaco, que se distingue por estar muy próximo a las fuentes orientales egipcias y caldeas. En su formación este hombre, que más que filósofo fue teólogo, acusa la influencia tanto del Hermetismo filosófico, articulado en torno a la legendaria figura de Hermes Trimegisto, como de las doctrinas más esotéricas de pensadores como Pitágoras o Platón. 

Sobresale en Jámblico la creencia de que el hombre, para poder acceder a Dios, debe utilizar ritos y fórmulas propiciatorias que favorezcan ese contacto. La divinidad, cuando actúa, no lo hace por haber sido persuadida por nuestro pensamiento, que es imperfecto, sino gracias a que hemos sabido utilizar adecuadamente unos símbolos y unas fórmulas que la propia divinidad ha sugerido en otros tiempos pasados a los hombres. 

Se le atribuye la obra “Sobre los misterios de los egipcios”, en la que encontramos referencias que nos hablan del modo en que las creencias religiosas egipcias y herméticas están invadiendo la filosofía griega. Son, según comentamos, momentos de crisis profunda y el pensamiento religioso y mágico egipcio, con todo lo que implica de irracional, ha irrumpido en la filosofía neoplatónica. 

Jámblico gozó en su momento histórico de un gran predicamento entre los filósofos paganos. Se sabe, en ese sentido, que cuando el emperador Juliano el Apóstata quiso revitalizar el paganismo recurrió a la filosofía neoplatónica en la forma que había tomado con este autor. Es también conocido que una seguidora de este filósofo fue Hipacia, pensadora famosa que encontró la muerte en Alejandría en el año 415 víctima del fanatismo de los cristianos que el obispo Cirilo había impulsado contra ella. 


Misterios egipcios 

La obra de Jámblico supone la respuesta de este autor, que actúa bajo el seudónimo de Abamón, a un escrito previo que Porfirio habría dirigido a un personaje egipcio de nombre Anebo, en el que le había planteado diversos interrogantes de tipo religioso. 

El texto de Jámblico está formado por un total de diez libros y en el inicio del mismo el autor aclara que como base de la obra no ha dudado en situar la sabiduría egipcia, a la que considera fuente de luz para la filosofía y la religión paganas. De esa sabiduría egipcia, nos dice Jámblico, habrían bebido en tiempos antiguos hombres como Pitágoras, Platón, Demócrito y muchos otros más. Todos ellos, en sus comienzos, habrían ido accediendo al conocimiento gracias al estudio de las inscripciones sagradas que se custodiaban en los santuarios egipcios. 

Ramos Jurado, cuya traducción de Jámblico hemos utilizado, sostiene que la obra de este autor tiene indudables relaciones con la tradición y con la religión egipcias, destacando en ese sentido, sobre todo, el contenido de su libro VII, dedicado a la “Teología egipcia simbólica”; sin embargo no deja de llamarle la atención que el modo en que Jámblico se enfrenta a los “misterios” sea tan distinto a como lo hacen otros autores que como Plutarco nos han legado también obras sobre estos asuntos. Posiblemente la obra de Jámblico acusa una influencia del Hermetismo que no parece tan evidente en los textos de Plutarco. 

En el ya citado libro VII de su obra, Jámblico, buen conocedor de los misterios de Egipto, nos dice que debido a la antigüedad de los egipcios y a los profundos conocimientos sagrados que estos alcanzaron, los dioses gozan cuando son invocados con las fórmulas rituales de este pueblo. En efecto, según Jámblico, si entre los ritos sagrados hay algo que se adecue especialmente a su santidad, eso es la inmutabilidad que debe presidir su realización. Piensa Jámblico que es necesario que se conserven las fórmulas de las antiguas plegarias egipcias, como templo inviolable, sin suprimir ni añadir nada a ellas, ya que de eso modo está contrastado que resultan especialmente gratas a la divinidad. Posiblemente, añade nuestro autor, el motivo de que ahora hayan perdido toda su eficacia los nombres y las plegarias es porque no han cesado de cambiar continuamente debido al ansia de novedad y de violación de la tradición que es propio de los griegos. 

Los egipcios, a lo largo del tiempo, han permanecido fieles a sus ritos y a sus plegarias, en su forma de expresarlas, y por ello son tan queridos por los dioses, a los que dirigen discursos que agradan a estos. Cambiar esos discursos sagrados no debería estar permitido a ningún hombre. 


Ritos y plegarias 

En el Libro I de “Sobre los misterios egipcios” sostiene Jámblico, ante la pregunta de Porfirio de si es preciso dirigir plegarias a los dioses, que la respuesta debe ser, a su juicio, afirmativa. En los actos de plegaria el hombre consigue que el componente divino que posee en su interior se despierte y se integre con la divinidad. A través de los ritos sagrados y de la plegaria los egipcios iniciados en los misterios conseguían que el componente divino del hombre se pusiera en contacto con el componente divino de los dioses. 

En la medida en que los hombres, a pesar de tener ese componente divino, son inferiores a los dioses tanto en poder como en pureza y en todos los ámbitos, Jámblico considera que es oportuno que el hombre realice plegarias a los dioses hasta la saciedad; esa sería la justificación de las letanías o súplicas reiteradas que los sacerdotes egipcios dirigían a las divinidades. En el proceso repetitivo de las letanías el hombre, que entra en contacto con lo sagrado, puede ver como su componente divino despierta. A través de la súplica, según Jámblico, los hombres se elevan al ser al que están suplicando, de manera que lentamente, en un proceso paulatino, la imperfección propia del hombre se va transformando en la propia perfección divina. 

En el Libro V de la obra que manejamos, Jámblico afirma que en la plegaría, a su entender, coexisten dos características esenciales. De un lado, nos habla de su función conectiva; a través de la plegaría el hombre entre en contacto con la divinidad y con el conocimiento. De otro, por su función copulativa, la plegaria favorece la comunión entre el hombre y los dioses. A través de la plegaria el alma del hombre se une inefablemente a la divinidad. En Jámblico, en suma, la plegaria es un elemento sustancial de los ritos. Cuando el hombre la realiza su alma se abre para acoger a los dioses y recibe centelleos de la luz divina. A través de ella el hombre se eleva a lo más alto. 


Complejidad de los ritos 

Lo que los sacerdotes egipcios invocaban y ponían en movimiento a través de unos rituales complejos no era algo simple y de un solo rango, ya que si fuera así, nos dice Jámblico (Libro V), esos ritos podrían ser también simples. Lo cierto es que nadie que no esté iniciado podría abarcar la complejidad de los poderes que despiertan y se ponen en marcha cuando los dioses, llamados a través de los ritos y de las plegarias, descienden y se interrelacionan con los hombres. 

Solo los teurgos, dotados de una profunda experiencia práctica, conocen de estos asuntos. Solo ellos saben el modo en que se cumple el arte hierático y son conscientes de que cualquier posible omisión que se produzca en el rito puede hacer que toda la obra del culto quede subvertida, del mismo modo en que una sola cuerda rota hace que todo el acorde musical quede inarmónico y sin proporciones. 

Los rituales son complejos ya que no se debe dejar sin honrar a ninguno de los seres superiores que descienden acompañando a la divinidad. Es preciso que todos ellos sean honrados por el teurgo, cada uno según su rango, no olvidando que la cima del arte hierático, es decir de los ritos místicos de elevación, es lo que Jámblico llama “el Uno”, es decir, el soberano de toda la muchedumbre de divinidades. 

La denominada “Fiesta de Opet” era uno de los actos rituales de contenido religioso más destacados del antiguo Egipto en su momento de mayor esplendor, es decir, en la XVIII dinastía. Con motivo de festividades como esta se ofrecía a los egipcios no iniciados en los misterios la posibilidad de entrar, siquiera fuera de manera marginal, en contacto con la divinidad, a la que podían dirigir sus súplicas. En esta fiesta el gran dios Amón de Karnak, oculto tradicionalmente a la mirada de los hombres, salía de su santuario para realizar una visita al cercano templo de Luxor. Se sabe que el cortejo se integraba por cuatro barcas que portaban a las estatuas de Amón, su esposa Mut, su hijo Khonsu y la representación del propio faraón reinante. 

Para llevar a cabo el recorrido, de unos tres kilómetros, el cortejo, que estaba integrado por sacerdotes, músicos, bailarines, soldados, etc., empleaba según las distintas épocas entre once y veintisiete días. La marcha, lentísima, estaba jalonada de continuas plegarias y súplicas al gran dios y constituía una oportunidad única para que la muchedumbre aclamase a Amón y recibiese sus consejos. 

Cuando el cortejo llegaba a Luxor se multiplicaban los sacrificios y las plegarias; gracias a la fiesta de Opet el pueblo, siquiera en la distancia, podía entrar en contacto con Amón al que elevaban sus peticiones y súplicas. Finalmente, cuando el dios entraba en el templo, solamente los sacerdotes podían ya acompañarle, desarrollando a partir de entonces, en la cámara secreta, lejos de la mirada de los hombres, nuevos ritos y plegarias. 


Amenazas a los dioses 

Según hemos comentado Jámblico, conocedor de los misterios egipcios, pensaba que a través de la plegaria el hombre podía entrar en contacto de una forma pura con la divinidad. El ritual y la plegaria, unidos, se refuerzan entre sí y se comunican recíprocamente un poder teúrgico intenso y perfecto. ¿Cuál puede ser entonces el motivo de que los sacerdotes egipcios, a veces, en lugar de súplicas a los dioses no dudasen en emitir violentas amenazas contra ellos?. 

Jámblico nos habla de esas amenazas terribles que a veces emiten los teurgos y nos dice, a modo de ejemplo, que en algunas ocasiones estos han llegado a amenazar a la divinidad con sacudir el orden del cielo, desvelar los misterios de Isis, divulgar el secreto del que esta enterrado en Abido (Osiris), detener la barca de Re, esparcir por la tierra los miembros descuartizados de Osiris.... ¿Qué puede estar sucediendo para que el teurgo se vea obligado a actuar de esa manera tan aparentemente impía, amenazando con perturbar el orden del cosmos, orden que, precisamente, el hombre debe contribuir a mantener y no a destruir?. 

En el Capítulo 65 del “Libro de los Muertos”, que lleva por título “Fórmula para salir al día y poder disponer de su enemigo”, encontramos un conjuro que incluye una amenaza clara de perturbación del orden natural de las cosas. El espíritu del difunto, en su proceso de glorificación, ansía ver a Re y salir victorioso sobre los enemigos que a ello se oponen. Con esa finalidad no duda en lanzar una terrible amenaza para el caso de que la divinidad lo rechace y no pueda salir victorioso sobre esos enemigos: 

“Pero si (rechazándome) no me dejas salir contra mi vil enemigo y ser proclamado victorioso sobre él en la asamblea del Gran dios, ante la gran Enéada, ¡que Re no ascienda entre la gran Enéada, sino que sea Hapy (genio del Nilo) quien ascienda al cielo y viva de Verdad, al tiempo que Re descienda a las aguas y viva de peces!”. 

En caso contrario, es decir si el espíritu es declarado victorioso en la asamblea del Gran dios, entonces: “Re ascenderá al cielo y vivirá de Verdad y Hapy descenderá y vivirá de peces. Entonces, en el país un largo día rematará su tiempo”. 


Las amenazas en los “Textos de las Pirámides” 

Muchos siglos antes, en los tiempos del Reino Antiguo, las sacerdotes egipcios habían confeccionado los “Textos de las Pirámides”, que representados en las paredes de los corredores y cámaras sepulcrales de los reyes desde los tiempos de la V dinastía, pretendían facilitar la ascensión del espíritu del faraón fallecido, que debía atravesar diversos lugares de purificación, entre ellos el denominado Lago de los Juncos, antes de presentarse ante el Gran Tribunal de los Dioses, que presidido por Atum-Re, el Señor Universal, habría de escuchar las alegaciones de las divinidades, el denominado ”Pueblo del Sol”, para conocer si durante su reinado en la tierra el monarca había hecho aplicar adecuadamente la Regla de Maat, la idea de Orden, Justicia y Equilibrio que el Dios Primordial había impuesto en el primer momento del acto de la Creación. 

En ese juicio cabía la posibilidad de que alguna de las divinidades se opusiera a la pretensión del rey fallecido de acceder al Reino Celeste, motivo por el que los sacerdotes de Heliópolis elaboraron multitud de sortilegios y conjuros que, favorables a las pretensiones del Rey, se repetían de manera reiterativa por las paredes de su tumba. 

Entre esos sortilegios hemos seleccionado la Declaración número 569, cuyo título es “Discurso al dios-sol”, que se ha identificado en las tumbas de Pepi I, Merenra y Pepi II. Se trata de un conjuro en el que el espíritu del rey no duda en emitir terribles amenazas tanto contra Re, el Dios Primordial, como contra el Orden del mundo. El rey está dotado de un inmenso poder, ya que es un dios, y afirma, por ejemplo, que si se le ponen trabas para acceder al Cielo, morada de las divinidades, no dudará en impedir que el sol salga en el nuevo amanecer o que las estrellas brillen en el firmamento. Entre ellas se cita, por ejemplo, a Orión y Sotis. Incluso, ¡algo terrible para Egipto!, las Dos Orillas del Nilo serán contenidas por Horus, divinidad con la que el Faraón se ha identificado, y ya no se volverá a producir el fenómeno anual de la inundación. 

Llama la atención entre esas amenazas que el espíritu manifiesta que si los jueces ponen obstáculos para que pueda acceder a lo que considera su derecho no dudará, incluso, en impedir que los hombres mueran en el futuro. El poder del rey superaría, de ese modo, al menos eso se afirma, al propio poder de la muerte. 

Como no podía ser de otro modo, tras proclamar esas inquietantes amenazas al final de la declaración el equilibrio se restaura y el espíritu del rey, que ama con intensidad a Re, manifiesta que desea contribuir a la navegación de la Barca Solar y escoltar a la Gran Divinidad, a la que expresa sin titubeos que amará tanto con su cuerpo como con su corazón. 

Veamos el contenido completo de la declaración que estamos comentando, en la versión de F. López y R. Thode: 

“Yo conozco tu nombre, no ignoro tu nombre; tu nombre es “Ilimitado”, el nombre de tu padre es “Tu-eres-grande”, el nombre de tu madre es “Paz”, la que te da a luz en el sendero del amanecer (¿), el sendero del amanecer (¿). 

El nacimiento del Ilimitado en el horizonte será impedido, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

El nacimiento de Selkis será impedido, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

Las Dos Orillas serán contenidas por Horus, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

El nacimiento de Orión será impedido, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

El nacimiento de Sotis será impedido, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

Los Dos Monos, sus queridos hijos, serán apartados de Re, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

El nacimiento de Upuaut... será impedido, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

Los Hombres serán alejados del Rey, el hijo del dios, 

si me impides llegar al lugar donde estás. 

A tu tripulación de Estrellas Imperecederas se le impedirá llevarte a remo, 

si les impides dejarme ir a bordo de esta barca tuya. 

A los hombres se les impedirá morir, 

si me impides ir a bordo de esta barca tuya. 

Los hombres serán apartados de la comida, 

si me impides ir a bordo de esta barca tuya. 

Yo soy..., enviado de Re, y no seré apartado del cielo; el árbol... pone su mano sobre mí, (incluso ella) la portera del cielo; ... se ha preparado para mí, (incluso él) el barquero del Canal Sinuoso, no seré retenido, ni se pondrán obstáculos contra mí, porque soy uno de vosotros, dioses. 

Yo he venido a ti, Oh Re, he venido a ti, Oh Ilimitado, y te conduciré a remo, te escoltaré, te amaré con mi cuerpo, te amaré con mi corazón.” 


Magia y energía 

Para entender los motivos por los que los sacerdotes podían llegar a emitir este tipo de amenazas contra las divinidades pensamos que debemos analizar lo que la idea de poder mágico (Heka) implicaba para los antiguos egipcios, al menos para los iniciados en los misterios. 

Al igual que Maat, la idea divinizada del orden y la justicia del cosmos, Heka era también una idea divinizada que era, lógicamente, posterior al Gran Creador pero anterior al nacimiento del resto de los dioses. Heka, que simbolizaba el poder mágico del Supremo, es denominada en los “Textos de los Sarcófagos” como la energía divina del Creador. En ese sentido, Heka sería el inmenso poder creador que estaba contenido en el Verbo de Atum, el dios primigenio de los egipcios, y ya existía, por tanto, antes de que existieran las otras divinidades. De algún modo esos dioses secundarios habrían sido creados gracias a la Heka de Atum. En su obra “El templo del cosmos” Jeremy Naydler recoge una inscripción de los “Textos de los Sarcófagos” que recoge esas creencias sobre el destacado papel que Heka jugaba en la cosmogénesis egipcia: 


“Yo soy el que da vida a las compañías de los dioses, 
yo soy el que hizo todo lo que desea, 
el padre de los dioses (...) 
Todas las cosas eran mías 
antes de que vosotros nacierais, ¡oh dioses! 
Vosotros vinisteis después, 
¡pues yo soy Heka!” 

El sacerdote-mago, en la medida en que con sus poderes mágicos inmensos era poseedor de Heka podía llegar a controlar, incluso, a las propias divinidades, ya que estas también dependían y estaban subordinadas a Heka. De ese modo, el teurgo, que ha llegado a dominar el poder de Heka, puede verse obligado en momentos límites a amenazar con romper el orden del cosmos para así forzar a los dioses a que sean favorables al acontecimiento que desea producir. En palabras de Jeremy Naydler “el mago participa tan intensamente del universo que podría potencialmente ejercer una extraordinaria influencia sobrenatural en él”. 


Las amenazas en Jámblico 

En relación con esta cuestión de las amenazas a la divinidad, Jámblico ofrece dos interpretaciones distintas. De un lado, el autor nos dice que esas amenazas no se dirigirían contra los propios dioses, sino contra los démones, que son los espíritus que tienen a su cargo la custodia de los misterios. Esos misterios, que en suma harían referencia a la indecible esencia de los dioses, constituyen un conocimiento secreto que nunca debería ser desvelado. La belleza oculta y fecunda de los principios de Isis, en palabras de Jámblico, no debe descender hasta el cuerpo perceptible por los sentidos y visible. Igualmente, el poder benéfico de Osiris debe permanecer puro e intacto a lo largo del tiempo, del mismo modo que el curso del sol, día tras día, nunca se detiene. Estos grandes misterios deben permanecer ocultos y nadie, salvo los iniciados, debe acceder a ellos. 

Piensa Jámblico que realmente el teurgo no amenaza a las divinidades; esas amenazas, cuando existen, se encaminan a asustar a los démones, cuya naturaleza es claramente inferior a la de los dioses. Esos démones no pueden soportar escuchar las amenazas y por ello, a veces, según Jámblico, puede obtener el teurgo cierta eficacia de las mismas. En suma, para Jámblico, el teurgo actúa cuando emite una amenaza con el poder mágico que es propio de una divinidad y dirige la misma no contra los dioses, sino contra los démones. Entre los caldeos, que se distinguen por la pureza de su lenguaje, nos dice Jámblico, jamás se profieren amenazas en el curso de las plegarias. Los egipcios, sin embargo, que mezclan los símbolos divinos con las palabras demónicas, si es cierto que a veces llevan a cabo esas amenazas. 

En otro pasaje del Libro VI de “Sobre los misterios egipcios” aporta Jámblico otra explicación en relación con este asunto de las amenazas. Nos dice ahora el autor que el teurgo tiene la capacidad de dar órdenes a los poderes cósmicos en la medida en que utiliza para ello la fuerza que le proporcionan unos símbolos inefables que los dioses han dado a conocer solamente a algunos hombres. Así, el teurgo cuando actúa no lo hace en cuanto hombre, sino que lo hace como si ya estuviera en el rango propio de los dioses. Ese es el motivo, su inmenso poder, de que no dude en emitir unas amenazas que superan su propia esencia de hombre. Realmente el teurgo no tiene intención de hacer lo que dice. Solamente está mostrando, utilizando esas palabras de amenaza, lo grande que es el poder que ha alcanzado gracias a su unión con los dioses. El conocimiento de los símbolos inefables le ha otorgado un gran poder que él proclama, pero que realmente no llegará a utilizar. 


Libro de Asclepio 

A lo largo del estudio que estamos finalizando hemos pretendido acercarnos a las creencias propias del antiguo Egipto acerca de la relación entre el hombre y los dioses, relación que hemos visto que se desarrollaba a través de unos actos rituales complejos y precisos que se apoyaban en la emisión de plegarias y súplicas por parte de los teurgos, si bien acompañadas de manera ocasional por violentas amenazas que pretenderían alterar el orden natural de las cosas en el supuesto de que el acontecimiento solicitado no se produjera. Hemos utilizado para profundizar en el estudio diversos textos mágicos egipcios y, sobre todo, el abundante material que Jámblico nos legó en su obra. 

Del análisis realizado se desprende la importancia que las plegarias y súplicas a la divinidad tenían en el antiguo Egipto; a través de ellas el hombre iniciado podía conseguir que su naturaleza divina entrase en contacto y se fundiese con la naturaleza divina de los dioses. A través de la plegaría vimos que el hombre podía encontrar su unión con el Supremo. 

Estas creencias egipcias habrían de fundamentar, mucho tiempo después, junto con la doctrina de pensadores griegos como Pitágoras o Platón, las creencias que son propias del Hermetismo filosófico, que habría de desarrollarse en la Alejandría helenística en torno a la figura mítica de Hermes Trimegisto. En el Hermetismo, en efecto, el hombre tiene una doble función: de un lado, debe atender al cuidado del mundo inferior (y aquí destaca la importancia de los ritos); de otro, debe amar y reverenciar a la divinidad. En el “Libro de Asclepio” Hermes llegará a afirmar que el hombre es verdaderamente un ser digno de admiración y más eminente que cualquier otro ser y ello debido a que el hombre es artífice de los dioses que habitan en los templos, que están felices con la proximidad humana, de modo que el hombre no sólo es alumbrado por la Luz de Dios sino que también alumbra, no sólo se proyecta hacia Dios sino que también proyecta dioses. 

En la conclusión y plegaria final del “Libro de Asclepio” Hermes, en línea con las creencias egipcias que antes hemos expuesto, incide en lo trascendental que resulta que el hombre dirija sus súplicas a la divinidad, que no precisa ni quiere que los hombres le hagan ofrendas materiales sino que desea que estos busquen integrarse espiritualmente con ella. Reproducimos esas conclusiones del Asclepio: 

“Salieron todos del santuario y se dispusieron a dirigir sus plegarias a Dios con la mirada vuelta hacia el sur ( pues cuando se ora a Dios en el ocaso, se ha de mirar hacia el sur, lo mismo que si está amaneciendo se ha de mirar hacia el este) pero en el momento en que empezaban a orar, Asclepio, dirigiéndose a Tat, le dijo con voz queda: 

- Tat, ¿quieres que sugiramos a tu padre que acompañe nuestra súplica a Dios con incienso y perfumes? 

Pero Trimegisto, que le había oído, repuso irritado: 

- ¡Calla Asclepio! ¡Calla!, porque casi es un sacrilegio quemar incienso y todo lo demás mientras se ora a Dios, pues nada le puede faltar a quien es él mismo todas las cosas o en quien todas las cosas están. Por tanto, adoremos a Dios dándole gracias, porque la mejor forma de incensar a Dios es la acción de gracias de los mortales”. 



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