El hombre y la muerte en Egipto. Creencias y prácticas


En el antiguo Egipto el Universo se entendía como un equilibrio entre las fuerzas del orden y las manifestaciones del caos. El momento de la Creación, amenazado cada noche por el caos, se tenía que reproducir cada amanecer cuando el gran dios primordial Atum-Re emergía en el horizonte, teñido de rojo –el color de la sangre- tras haber cruzado los mundos subterráneos de la noche y haber derrotado al caos. 

Del mismo modo que la Creación se renovaba periódicamente, los egipcios atribuían un carácter cíclico a las manifestaciones de esa Creación: la vegetación nacía, moría y luego renacía de nuevo; la Gran Inundación llegaba cada año en el momento esperado; las Estrellas Imperecederas (las Circumpolares) brillaban cada noche en el cielo… Igualmente, ese aspecto cíclico impregnaba también la existencia del hombre, que nacía, vivía y fallecía, para volver luego a renacer tras la muerte. 

Osiris, legendaria divinidad civilizadora del Egipto más antiguo, brindaba a los hombres la esperanza de que una nueva vida les esperaba tras la muerte. Osiris, engañado y asesinado por Set, había muerto para luego, gracias a los trabajos de Isis (su hermana – esposa) y Anubis (el dios chacal que custodiaba las necrópolis y conducía a los difuntos al Más Allá), volver de nuevo a la vida y ser convertido en Rey del Mundo de la Ultratumba, en tanto que su hijo Horus, engendrado gracias al poder mágico de Isis, tras una conocida y prolongada disputa con su tío Set se habría convertido en el legítimo heredero del reino de Egipto. 

Pues bien, los antiguos egipcios con sus creencias en relación con la muerte y el más allá pretendían conseguir, al igual que Osiris, verse convertidos tras un proceso de Glorificación en seres inmortales, asimilados al propio Osiris. Ese es el motivo de que en los textos funerarios el difunto “N” sea denominado “Osiris N”. 


Los vivos y los muertos 

Esta es una materia en la que los egipcios lograron brillar con una luminosidad especial. En sus creencias, tan distintas de las modernas, el hombre estaba integrado por diversos componentes que hoy se nos manifiestan muy sugerentes. Nosotros distinguimos entre cuerpo y alma. Los egipcios eran mucho más sutiles y, en ese sentido, su capacidad de distinguir entre lo que ellos llamaban ka, ba y aj reviste una clara importancia. 

Distinguía al ka su componente de tipo energético. A través del ka el hombre participaba de la energía que reina en el Cosmos. Esta energía vital la representaban los egipcios como un doble del hombre. Ese es el motivo de que Khum, dios creador, cuando elabora el cuerpo del hombre en su torno de alfarero no haga una sino dos imágenes: una de ellas era el propio hombre, la otra su ka. 

Respecto al ba, se piensa, con ciertos reparos, que podría ser algo así como nuestro espíritu o alma. Se distinguiría, sobre todo por su capacidad de movimiento. Los textos egipcios nos hablan de la amplísima libertad de movimientos del difunto. En el “Libro de los Muertos” es frecuente referirse al difunto afirmando que avanza rápidamente, “a grandes zancadas”. El espacio no parece tener limitaciones para los bas de los muertos. Una vez que “las puertas del cielo quedan abiertas” (según se nos dice al finalizar el capítulo de “La Apertura de la Boca”) el difunto puede entrar y salir siempre que lo desee. “Tú andarás con grandes pasos”, se nos dice literalmente. 

El ba, hemos de puntualizar, parece que solamente se manifestaba cuando el hombre había muerto. Gracias al ba el difunto podía entrar y salir de su tumba a su voluntad y pasearse por el mundo de los vivos o por el reino celeste. 

También solamente después de la muerte se manifestaba, finalmente, el aj (el difunto, una vez terminado el proceso de Glorificación, se veía transformado en un Luminoso, Brillante o Ser de Luz), sin duda la expresión más elevada de las creencias funerarias egipcias. El difunto, plenamente purificado conseguía arribar entonces a un estado en el que asimilado a la divinidad habría de disfrutar de una vida de Millones de años, es decir, eterna. 


Resurrección 

A través de los rituales de la momificación y de la Apertura de la Boca, los egipcios contaban con medios materiales que les permitían avanzar en el proceso que habría de culminar con la inmortalidad del difunto. Con respecto a la momificación, no parece que estén claros los motivos que obligaban a que el cadáver del difunto hubiera de conservarse eternamente y es que el trasfondo espiritual que domina el proceso de la Glorificación, que debe culminar con la transformación del difunto en una divinidad, en una manifestación del propio Osiris, en un Ser de Luz, hace que aspectos de tipo puramente material, como es la momificación, se manifiesten, aparentemente al menos, como algo pobre en su concepción, si lo comparamos con el destino que espera al hombre resucitado, que es integrarse en una naturaleza divina. 

Esta sería una de las paradojas de la espiritualidad egipcia. Fue capaz de alcanzar niveles elevados de misticismo, en el sentido de ansia del hombre de ser asimilado a una divinidad y alcanzar la unión con Atum-Re, y sin embargo no fue capaz de dejar atrás algo tan material como es la necesidad de conservación del cuerpo del difunto. 

¿Pretendían los egipcios, con la momificación, impedir que algo que temían y que nosotros desconocemos se produjera? No lo sabemos. Viene siendo usual que pensemos que gracias a la momificación estos hombres conseguían que el cuerpo siguiera siendo el soporte del ka, de modo que este pudiera subsistir. En todo caso, esta era una práctica antigua, ya que desde la Primera Dinastía, al menos, se tiene constancia de que el cuerpo del difunto era sometido a algún tipo de manipulación. 

Todo parece sugerir que los antiguos egipcios no eran capaces de entender la vida eterna si la misma no estaba vinculada de algún modo a un cuerpo o a una estatua que la encarnaran gracias al inmenso poder de la magia. 

Tanto el proceso de la momificación como el de la Apertura de la Boca debieron ser una obsesión para los egipcios. En relación con estas materias llama la atención la afirmación de Heródoto de que los egipcios fueron los primeros hombres que desarrollaron la idea de la reencarnación de las almas de los difuntos, y que de los egipcios habrían tomado esta idea los antiguos griegos (hemos de entender que entre otros los órficos y los pitagóricos, ya que Heródoto, prudente, no indica claramente a quien se refiere, aunque dice que lo sabe). 

En la mística griega, en la que encajarían los dos grupos citados, se mantenía esa creencia en la reencarnación de las almas de los hombres que fallecían sin estar adecuadamente purificados. Es conocido, sin embargo, que aparentemente no hay nada en los textos de los propios egipcios que permita sostener que creían en la reencarnación. La gran pregunta es: ¿y porque Heródoto lo afirmaba? 

La influencia egipcia en otras facetas de las creencias órficas es, sin embargo, evidente. Las láminas de oro encontradas en las tumbas de los iniciados órficos, o el denominado “Papiro Derveni”, contienen indicaciones que resultan similares, en su concepción, a las que se encierran, por ejemplo, en “El Libro de los Muertos” egipcio. En ambos casos, tenemos guías de viaje para el más allá, y es que desde antiguo se conocía que Orfeo se había iniciado en Egipto. 


El funeral de un rey en el Reino Antiguo 


Las creencias según los “Textos de las Pirámides” 

En un intento de aproximarnos a los ritos y creencias funerarias vamos a comentar lo que vendría a ser el funeral de un rey en los tiempos del Reino Antiguo. Pensemos, para ello, que se trata de un faraón perteneciente a la dinastía VI, con objeto de poder profundizar en las creencias plasmadas en los “Textos de las Pirámides”, que aparecen en las pirámides de los reyes de las dinastías V y VI. Se trata de unos textos que no tenían como finalidad decorar las cámaras y corredores de la tumba real, sino que se esculpieron con una intencionalidad de tipo simbólica y mágica. 

En los “Textos de las Pirámides” el rey fallecido no se nos presenta en cuanto hombre sino revestido de su naturaleza divina, intermediario entre los dioses y los hombres. En estos textos nunca encontramos alusiones a aspectos biográficos del rey sino que todos los contenidos se insertan en un contexto arquetípico y mitológico. El faraón vivo es Horus, el faraón muerto es Osiris. 

En los “Textos de las Pirámides” nada tiene un sentido literal, sino un valor simbólico-mágico. Al rey fallecido le espera un más allá celeste y solar, junto a Atum-Re y la pirámide, símbolo del culto solar, es la rampa o escalera por la que el faraón ascenderá al cielo. 

Las creencias, que se plasman por escrito en la dinastía V (en la pirámide de Unis), eran ya conocidas, sin embargo, desde los primeros tiempos del Reino Antiguo, constituyendo los textos rituales que los sacerdotes recitaban y cantaban con ocasión de dar sepultura al rey en la pirámide. Antes de que se plasmaran en las paredes internas de las pirámides estos textos se habían transmitido de modo oral o escritos en un material perecedero, papiro posiblemente. Sus redactores habían sido los sacerdotes del culto solar de Heliópolis. En la medida en que los viejos conjuros orales se escribían ahora en signos jeroglíficos (la escritura de los dioses) estos textos, gracias al intenso poder mágico de la palabra y de la escritura, intensificaban la eficacia de los ritos funerarios. 



Las pirámides y el culto solar 

Las pirámides, en una primera aproximación, fueron las tumbas de determinados faraones del Reino Antiguo. Cuando el culto solar triunfó plenamente, los faraones de las dinastías IV, V y VI se hicieron sepultar en pirámides que, a modo de rampas dirigidas al cielo, facilitaban el proceso ascensional del faraón hacía su destino final: el reino celeste de Atum-Re, allí donde se manifiestan las Estrellas Imperecederas (las Circumpolares), que los egipcios pensaban que eran inmortales, ya que nunca desaparecían del cielo nocturno. 

La pirámide, destino final de los funerales de estos reyes, simbolizaba la colina primordial que había emergido en los primeros tiempos de las aguas primordiales del Nun. Sobre esa colina primigenia se había posado el Pájaro Benu, que habría de transformarse en sol y elevarse a los cielos, dando así comienzo a la Creación. 

La pirámide era una construcción funeraria (una tumba, en suma) destinada exclusivamente a los reyes. Solamente el rey tenía asegurado en estos tiempos un destino solar junto a Atum-Re y solamente él ascendía a los cielos, viendo favorecido el viaje gracias al simbolismo y al poder mágico de la pirámide. 

El complejo funerario en el que se daba sepultura a los reyes fallecidos estaba integrado por cuatro elementos: el templo bajo, situado a orillas del Nilo; la rampa por la que había de transitar el cortejo funerario; el templo funerario (o templo alto, situado junto a la pirámide) y la propia pirámide. El complejo estaba orientado siguiendo un eje este-oeste, simbolizando así el camino del Sol a lo largo de cada jornada. 

A partir de la V dinastía se manifestó una tendencia a aumentar el tamaño del templo alto, en el que se presentaban las ofrendas al rey muerto. Igualmente en estos momentos finales del Reino Antiguo en los que nos encontramos fue frecuente la construcción de templos solares que reproducían el templo de Re en Heliópolis, es decir, en estos momentos existían dos complejos que estaban próximos entre sí, de un lado el propio complejo piramidal y de otro el complejo del templo solar. 



Recorrido del cortejo funerario 

Estamos pensando en un faraón de finales del Reino Antiguo, de modo que el complejo funerario estaría situado en Saqqara, la gran necrópolis menfita. 

El cadáver del rey fallecido llegaría, en un primer momento, al templo bajo, situado en el valle. Parece que ese era el lugar en el que se procedía a la purificación y embalsamamiento, así como a los rituales de Apertura de la Boca. Ya comentamos que resultaba imprescindible que el cuerpo no se corrompiera, para que pudiera garantizar la eterna pervivencia del ka (embalsamamiento) y era necesario también que mágicamente se consiguiera que la vida volviera al cuerpo (Apertura de la Boca). 

Por la rampa que nacía en el templo bajo, el cortejo se dirigiría al templo solar o funerario, en donde el rey habría de ser objeto de culto y se le presentarían las ofrendas funerarias. Seguidamente, siempre en un contexto de ritos mágicos que los sacerdotes iban recitando o cantando (y que los “Textos de las Pirámides” reproducen) se procedería a trasladar al difunto a la cámara funeraria de la pirámide, no sin antes haber purificado el féretro real en el camino a su definitivo sepulcro. 

Hablemos algo de los sarcófagos en estos tiempos. El sarcófago era un elemento que cumplía dos misiones. De un lado, protegía a la momia y facilitaba su conservación; de otro, potenciaba la regeneración del difunto depositado en su interior. En estos momentos de la dinastía VI lo usual es que la caja fuera doble (la más interna, de madera; la externa de piedra) y que contara con una decoración que incorporaba bandas horizontales y verticales de inscripciones y el denominado “panel de ojos”. En estos tiempos, la tapa solía ser plana y era frecuente que el propio sarcófago, en su interior, estuviera decorado con una representación de la diosa Nut (el cielo), símbolo de las creencias solares imperantes en el momento. 

En el Reino Antiguo el ajuar funerario estaba integrado por diversos elementos necesarios para la vida del difunto en el Más Allá (vajillas, grandes vasos realizados en piedra, alabastro o calcita…); estatuillas que tenían el carácter de ofrendas votivas; los vasos canopos, en los que se depositaban las vísceras, que en esos momentos suelen ser anepígrafos y que a partir del Reino Medio contendrán invocaciones a los cuatro Hijos de Horus; diversos amuletos, que usualmente reproducirán partes del cuerpo humano cuya vida se pretende asegurar; signos jeroglíficos, debido a la creencia en la magia de la palabra escrita… 

Cumplidos todos los ritos y depositado el sarcófago en la cámara funeraria se cerraría la pirámide, teniendo los sacerdotes la seguridad de que se había conseguido la transfiguración y resurrección del rey muerto, que transformado en estrella imperecedera brillaría durante Millones de Años (toda la eternidad) junto a Atum-Re, la divinidad primordial. 


Un funeral privado en el Reino Nuevo 

Aspectos doctrinales 

En el Reino Nuevo los aspectos doctrinales de las creencias funerarias reposan en los contenidos del “Libro de los Muertos”. En los tiempos del Reino Antiguo los sacerdotes de Heliópolis habían plasmado en los “Textos de las Pirámides” unas fórmulas funerarias que solamente se aplicaban cuando fallecía el rey; ahora, los contenidos del “Libro de los Muertos”, elaborado por los sacerdotes tebanos, serán de aplicación para los demás hombres, sobre todo para quienes cuenten con recursos para costearlo. 

Destaca en el “Libro de los Muertos” que nos presenta un Más Allá que se distingue por su carácter dual. De un lado, existe un mundo subterráneo en el que reina Osiris; de otro, se nos habla de un mundo celeste, más elevado que el anterior, en el que el dueño y señor es Re. 

Llama también la atención ahora la creencia, plasmada en su capítulo 125, en un juicio al que deberá someterse el difunto como medio de ser declarado “Justo de Voz” y tener así libre el paso para ser admitido en el Reino de Occidente, donde los bienaventurados habrán de disfrutar de una vida feliz y eterna. Esta idea de un tribunal que debe juzgar a los difuntos parece que tiene antecedentes en el Reino Medio, pero entonces se necesitaba que alguien actuara como acusador del difunto. Leyendo los “Textos de las Pirámides” vemos también que en diversas ocasiones el rey manifiesta su temor de que alguna divinidad pudiera oponerse a su pretensión de acceder al reino celeste. En esos tiempos antiguos parece que solamente el rey podía ser juzgado si alguna divinidad actuaba como acusadora. Ya sabemos que entonces el rey y sus súbditos no compartían un destino igual tras la muerte. 

En el Reino Nuevo, sin embargo, ha triunfado la creencia de que todos los hombres han de ser juzgados, sin necesidad de que nadie actúe como acusación. El destino que espera al hombre en el Más Allá es igual para todos, trátese del propio rey o del más humilde de sus súbditos. Todos serán juzgados y todos tendrán las mismas expectativas. 



Aspectos textuales 

Ya hemos hablado del “Libro de los Muertos”, conocido por los egipcios como “Fórmulas del salir del alma a la luz del día”. Su finalidad era que el ba del difunto pudiera salir del sepulcro y alcanzar la luz, es decir, la revitalización, en el Más Allá. Los primeros ejemplares del libro parece que se destinaron al rey y a los miembros de su familia, pero pronto se amplió su uso para todos los egipcios, al menos para aquellos más adinerados. 

No obstante, también existieron otros textos que se han identificado en las tumbas reales del Valle de los Reyes y que estaban destinados solamente a los faraones. Estos libros pretendían profundizar en el conocimiento topográfico del Más Allá así como en el viaje que por esos parajes habría de realizar, al igual que Osiris-Re, el propio rey difunto. Podemos citar como ejemplo el denominado “Libro de Amduat”, plasmado en las paredes de la tumba de Tutmosis III. En este texto se nos habla del viaje de la barca solar de Re, que se manifiesta acompañado de su séquito, por el mundo subterráneo a lo largo de las doce horas de la noche. 



El cortejo fúnebre de un particular 

En relación con esta materia y como momentos o aspectos más destacados podemos citar: 

El sarcófago, en un pequeño barco, sale de la orilla este del Nilo (la ciudad de los vivos) y se dirige a la orilla oeste (la ciudad de los muertos). Una vez en el otro lado del Nilo, el sarcófago, colocado sobre un trineo, será transportado a la necrópolis. Tirarán de él varios bueyes, toros o vacas. Cuando llegue a la necrópolis, será un grupo de hombres el que tirará del trineo. 

En el cortejo, entre otros sacerdotes, estarán presente el Maestro de la Purificación, que porta la leche purificadora, y el sacerdote Sem, que llevará sobre sus hombros una característica piel de leopardo. 

Las plañideras son uno de los elementos más característicos del cortejo. Mezclados con ellas puede haber también hombres y lo usual es que en el grupo que se lamenta estén integrados la esposa y los hijos del difunto. 

En las representaciones de las tumbas de particulares se suelen distinguir tres grupos de personas que pasamos a comentar: De un lado, lo que se conoce como “La gente de la ciudad de N”, que sería una de las poblaciones mencionadas en el mito de Osiris; de otro, los denominados Semeru (amigos o compañeros del difunto), que serían los que arrastrarían el trineo cuando este llegaba a la necrópolis; y finalmente los Iauu o ancianos, que serían algunas de las autoridades o mandatarios locales que se piensa que acudirían al sepelio de los miembros más distinguidos de la localidad. 

Es conocido que la momificación y la Apertura de la Boca son dos momentos cruciales del proceso funerario egipcio. A través de la momificación se conseguía vincular al ka del difunto con su cuerpo incorrupto; gracias a la Apertura de la Boca, practicada por el sacerdote Sen junto a la entrada de la tumba, se lograba que la vida retornara de nuevo al cuerpo muerto. 

Es también significativo el ritual de las “Cuatro Antorchas”, con el que se pretendía traer el calor vital de Re al cuerpo del difunto. Estos ritos se detallan en el capítulo 137 A del “Libro de los Muertos”, siendo de destacar que se realizaban en el interior de la tumba. En ese mismo capítulo se nos habla también de los diversos amuletos protectores que había que colocar en puntos determinados de la cámara (un Djed de loza fina, una figura de Anubis, una mecha impregnada de aceite sefet y una figurilla humana en madera). 



La tumba y los ajuares 

Hemos de pensar que nuestro difunto era un personaje que había vivido en Tebas, por lo que su tumba estaría ubicada en la necrópolis de Tebas Oeste, al otro lado del río, excavada en la roca. Sería una tumba que contaría con un espacio para el culto funerario y con la propia cámara funeraria. Para acceder a la cámara se bajaría por una rampa escalonada o por medio de un pozo. Es frecuente que a partir de la dinastía XIX encima de la cámara subterránea se construya una pequeña pirámide de adobe, lo que ocurre por ejemplo en la necrópolis de Deir el-Medina. Todo parece indicar que el nivel superior (la capilla funeraria y la pirámide) nos remitirían a las creencias solares (el reino celeste de Re), en tanto que el nivel inferior (la cámara funeraria) se vincularía al reino subterráneo de Osiris. 

En el ajuar funerario se integrarían: 

- Ante todo, un ejemplar del “Libro de los Muertos”, o al menos de algunos de sus capítulos. 

- La máscara (cabeza misteriosa) a través de cuyos ojos puede ver el difunto y que actúa como elemento de elevación y de protección. 

- Diversos amuletos, algunos insertados entre las vendas de la momia y otros situados en diversos espacios concretos de la tumba (nichos, etc.). Entre esos amuletos podemos citar el escarabajo (símbolo de resurrección), el corazón (que no debe testificar en contra del difunto en el juicio), el Ojo de Horus (potente talismán protector)... 

- Los vasos canopos, que contendrán invocaciones a los cuatro Hijos de Horus y en los que estarán depositadas las vísceras del difunto. 

- Las ofrendas, destinadas a alimento del ka. 

- Las estatuillas (Ushebtis) que eran la mano de obra que habría de sustituir al difunto si este tuviera que hacer algún trabajo en el Más Allá (de ellas se trata en el capítulo 6 del libro). 

Después de que se hubiera realizado lo que los egipcios llamaban “un bello entierro” se habría conseguido, gracias a la magia de los conjuros y de las prácticas realizadas, que el difunto, vuelto a la vida, arribase felizmente al Occidente, a la tierra de los justos, como nos dicen multitud de inscripciones que se han conservado. 


Cartas a los muertos 

En el antiguo Egipto existían unas relaciones casi cotidianas entre los vivos y los muertos. Uno de sus exponentes serían lo que conocemos como “Cartas a los muertos”, ya que, en efecto, en ese contexto de relaciones con los espíritus está constatado que en determinados momentos los egipcios no dudaban en hacer llegar mensajes a sus difuntos, escribiéndoles cartas que depositaban en las tumbas de sus deudos fallecidos. Se han conservado varias de esas cartas, lo que acredita que su emisión hubo de ser una costumbre extendida. 

Estos textos, que constituyen una singularidad que distingue a la literatura egipcia, solían escribirse sobre los recipientes cerámicos en los que se depositaban las ofrendas dirigidas al fallecido; es también usual que se utilizara como soporte la tela de lino o el papiro, sobre todo en el caso de mensajes que tenían una mayor extensión. Los primeros ejemplos de cartas a difuntos que se han conservado son de los tiempos finales del Imperio Antiguo (dinastía VI) y se cree que la costumbre debió extenderse cuando se difundieron entre la población los cultos funerarios propios del mito de Osiris. 

Las cartas dirigidas a los fallecidos reposaban en una doble creencia que imperaba entre los egipcios. De un lado, pensaban que los espíritus eran seres luminosos que tenían poderes mágicos y que gozaban de una gran movilidad, visitando la tierra tantas veces como deseaban; de otro, atribuían un inmenso poder creador a la palabra y, a fin de cuentas, a través de las cartas conseguían fijar la palabra en un soporte concreto (fuese un recipiente o una tela o papiro) y gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes que llevaban a cabo los cultos funerarios conseguían neutralizar los peligros por los que los remitentes se sentían amenazados. Las cartas no se depositaban, sin más, en la tumba, sino que además el sacerdote llevaba a cabo rituales determinados que aseguraban que su contenido cobrase un gran poder mágico y llegase a conocimiento del difunto. 

A través de las cartas a los difuntos lo usual es que se hiciera una petición o ruego al espíritu del fallecido, del que, insistimos, se pensaba que se había convertido en un ser dotado de poderes especiales. En estos casos, el destinatario del escrito era un espíritu benéfico al que se solicitaba alivio ante una enfermedad o ayuda para tomar una decisión o ganar un pleito. No era inusual que en la carta, además de pedir el favor del fallecido, se le amenazara con dejar abandonado el culto funerario de su tumba en el caso de no acceder a ello. 

Otro tipo de cartas, por contra, se dirigían a espíritus maléficos, que estaban causando algún daño al remitente. En ese caso es frecuente que además de reprochar al difunto su actuación se le amenace con plantear un litigio ante el tribunal de los dioses, todo ello para conseguir que el maleficio o las molestias cesen. 

En una de las cartas que se han conservado, que se ha datado en los tiempos del Imperio Medio (dinastía XII), un individuo de nombre Dedi se dirige a su hermano Intef, que en vida había sido sacerdote. Al tiempo de hacerle una ofrenda funeraria que consiste en diversos alimentos, Dedi pide ayuda al espíritu de su hermano haciéndole saber que una joven sirvienta, precisamente la muchacha que se encarga del cuidado y mantenimiento de la tumba de Intef, se encuentra enferma y temen por su vida. Dedi, que es consciente de que su hermano se ha convertido en un ser de luz dotado de poderes mágicos, ruega su intercesión para que la joven, que lleva tiempo manteniendo la capilla del difunto en buen estado, se recupere. Nuestro personaje, finalmente, temiendo que su hermano no atienda su petición, incluye en el escrito la amenaza de dejar abandonado el culto funerario de la tumba de Intef en el caso de que este no se tome interés en ayudar a la joven sirvienta. Reproducimos el contenido de la carta: 

“A propósito de la joven sirvienta Imiu que está enferma. ¿Acaso no puedes protegerla durante el día y la noche contra cualquier hombre o mujer que la esté provocando su mal? ¿Acaso quieres que tu capilla funeraria sea destruida y abandonada? ¡Lucha de nuevo por ella, a fin de que tu capilla sea restaurada y se viertan libaciones para ti! Si no obtengo tu ayuda, tu tumba será destruida. ¿Acaso no sabes que es esa criada la que mantiene tu capilla en buen estado en medio de los hombres? ¡Lucha por ella, protégela! ¡Sálvala contra todo el que quiera dañarla! Entonces tu casa y tus hijos serán establecidos, tus peticiones serán bien escuchadas y atendidas”. 

Sobresale en la carta que Dedi cree que la muchacha está enferma debido a que alguien, usando poderes mágicos negativos, la está provocando el mal. En estrecha sintonía con esa idea, Dedi piensa que Intef está obligado a utilizar sus poderes como espíritu luminoso para salvar a Imiu de aquellos que quieren dañarla. 



Carta a Ankhiry 

Fechada en el entorno de la dinastía XIX, esta carta (Papiro Leyden, 371) contiene las quejas que un individuo dirige al espíritu de su esposa. De su contenido se deduce que la difunta le viene recriminando algo que realmente no se llega a exponer y el viudo, molesto ya que no se siente culpable, la indica con claridad que se ha visto obligado a presentar una acusación contra ella ante el gran tribunal de la Enéada de Dioses que tiene su sede en el Occidente. 

“¿Qué crimen cometí contra ti, se pregunta el individuo, para llegar a la miserable situación en que me encuentro?, ¿qué es lo que te he hecho?” 

En la carta el viudo recrimina al espíritu de su esposa que no sabe apreciar todo el bien que hizo por ella mientras vivió, por lo que se ve obligado a escribirla para que Ankhiry tome conciencia de los males que su actuación le están provocando. Como vehículo mágico de tipo material, es decir, como soporte de la carta, escrita sobre papiro, se utilizó una figurilla femenina en madera, recubierta de yeso y coloreada, sobre la que se enrolló el escrito, depositándose todo ello en la tumba. 

Nuestro hombre, angustiado, insiste una y otra vez en su carta en que mientras Ankhiry vivió cuidó de ella con gran diligencia, no entendiendo la situación de acoso en que vive, causada por el espíritu, por lo que ha decidido presentar una petición de respaldo a los dioses: “Voy a presentar -nos dice- un litigio contra ti con palabras de mi boca ante la Enéada de Dioses que está en Occidente, y se decidirá entre tú y yo ...” Insiste el viudo en que ya que “no permites que mi corazón se reconforte seré juzgado contigo, y se discernirá la maldad de la justicia” 

En suma, viendo que Ankhiry no parece distinguir entre el bien y el mal, su viudo ha tomado la decisión de que sean los dioses los que decidan entre ella y él, que tras cuidarla durante toda su vida no pudo sino llorar, nos dice, cuando conoció su muerte. Entonces, no reparó en gastos para proporcionar las ropas de lino con las que habría de ser ataviado su cadáver y no permitió que ninguna cosa buena se dejase de hacer por ella. Ankhiry, sin embargo, no solo no muestra ningún agradecimiento por todos los desvelos que tuvo con ella en vida, sino que además está usando sus poderes para inquietar al pobre viudo, que vive una situación de temor y angustia antes esas inquietantes influencias. 

El escrito que esta persona desesperada dirigía al espíritu de Ankhiry constituye un documento que reviste especial interés en la medida en que nos permite contrastar con claridad el modo en que la vida cotidiana en el antiguo Egipto estaba influenciada por las creencias sobre el mundo espiritual y por las frecuentes relaciones que los egipcios tenían, gracias al intenso poder de la magia, con los seres del más allá. 



Conclusiones 

En el Reino Antiguo los destinos funerarios de los hombres comunes y los del rey eran distintos. En los “Textos de las Pirámides”, destinados exclusivamente al faraón, los textos y la iconografía son arquetípicos y mitológicos. El rey, por definición, está integrado en el universo. El rey vivo es Horus y cuando muere es Osiris. Solo al faraón se le brinda tras la muerte un destino celeste. En esos momentos sabemos poco de las esperanzas de supervivencia de los hombres tras la muerte, si bien está documentado que desde los tiempos más antiguos los cuerpos eran preparados y vestidos y se depositaban en sus tumbas ajuares sencillos: sobre todo ofrendas destinadas al ka (alimentos y bebidas). En las tumbas privadas del Reino Antiguo los textos ofrecen información de tipo biográfica del difunto, que suele manifestar que durante su vida actuó de acuerdo con Maat. 

Cuando se produjo el triunfo pleno de las creencias solares los reyes habrán de ser enterrados en pirámides, que simbolizan precisamente el culto a Re y que vienen a ser las rampas por las que los faraones se elevaban al cielo. En esos tiempos, los demás mortales eran enterrados en pozos, fosas o mastabas y su futuro en el más allá estaba vinculado al reino terrestre o subterráneo de Osiris. En suma, en el Reino Antiguo, coexistían dos soteriologías opuestas y aparentemente irreconciliables: una para el faraón y otra para el común de los mortales. 

En el conjuro 251 de los “Textos de las Pirámides” se expresa claramente esa idea de que el destino solar del rey es distinto al del resto de los espíritus, que se encuentran en un espacio inferior: “Abre tu lugar en el cielo entre las estrellas celestes (le dice Nut al rey), porque tú eres la Estrella Solitaria, el compañero de Hu; mira hacia abajo a Osiris cuando gobierna los espíritus, porque estás de pie lejos de él, no estás entre ellos y no estarás entre ellos”. 

Tras los acontecimientos del Primer Periodo Intermedio todos los muertos pasarán a identificarse con Osiris, en lo que se conoce, quizás de modo no demasiado correcto, como democratización de las creencias funerarias. En sintonía con lo anterior, cuando llegamos al Reino Nuevo, el texto funerario más destacado, el “Libro de los Muertos”, tendrá unos contenidos que servirán para todos los hombres. En este momento más avanzado se seguirá ofreciendo, sin embargo, una imagen dual del más allá, ya que en este libro se mencionan dos espacios distintos: de un lado, el reino de Osiris (simbolizado por el Campo de los Juncos); de otro, el reino celeste de Re. Diversos conjuros del libro sugieren la idea de que el reino de Osiris podría ser un lugar de purificación. Una vez libre de las impurezas que se agarran a su ser el espíritu pedirá a los guardianes de las puertas celestes que le dejen pasar para alcanzar el reino celeste. En efecto, dice el capítulo 86 del libro: “Me he purificado en la gran altiplanicie, (allí) arroje mis faltas, extirpé mis pecados y lancé las impurezas que tenía unidas a mí en mi vida terrenal. ¡Guardianes de las puertas, despejadme el camino, pues soy vuestro igual!” 

En el Reino Antiguo el espíritu de un hombre común jamás hubiera podido tener esta esperanza de alcanzar el reino celeste. Esta es la diferencia esencial en las creencias de los reinos Antiguo y Nuevo. La otra gran diferencia que distingue a las creencias funerarias de estos dos momentos históricos hace referencia a la idea de un juicio al que deben someterse los difuntos. En el Reino Antiguo no existe esa creencia en un juicio a los muertos. Irán surgiendo en el Reino Medio, pero siempre que exista alguien que actúe como acusador. En el Reino Nuevo, sin embargo, estará consolidada la idea de que todos y cada uno de los hombres habrán de ser juzgados tras la muerte. Es el denominado Juicio de Osiris (Confesión Negativa), que se celebrará en la Sala de las dos Maat, ante 42 dioses-jueces. 

En el Reino Nuevo los reyes serán enterrados, no ya en pirámides sino en hipogeos como los situados en el Valle de los Reyes (Tebas), en tanto que los particulares descansarán en tumbas excavadas igualmente en la roca, en las que es frecuente que se distingan dos espacios. Uno de ellos (sala del culto, rampa o pozo y cámara funeraria) nos hace alusión al reino de Osiris; el otro, una pequeña pirámide de adobes encima de la tumba, nos remite al reino solar de Re. 

En fin, acerca de los rituales funerarios la momificación y la Apertura de la Boca son los momentos más importantes de ellos y lo cierto es que sus antecedentes ya se remontan al Reino Antiguo, si bien a través del tiempo habrá sucesivas modificaciones. Destacar, en todo caso, que en el Reino Antiguo los cuerpos ya eran sometidos a determinadas manipulaciones y que en los ritos de animación de las estatuas existen claros antecedentes del rito de la Apertura de la Boca. Los ajuares funerarios, finalmente, fueron variando lógicamente a lo largo del tiempo: por ejemplo, en el Reino Antiguo no existían todavía las máscaras ni los denominados ushebtis (mencionados en el capítulo VI del “Libro de los Muertos”). 


BIBLIOGRAFÍA SELECTA 

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