Rituales funerarios de Apertura de la Boca


En el antiguo Egipto se pensaba que la muerte suponía un tiempo de transición a un nuevo renacer. Si el difunto había actuado de un modo justo en su existencia terrena podría alcanzar gracias al poder mágico de ciertos rituales una vida eterna en el Más Allá. Tras la muerte, asimilado a la divinidad, le esperaba una vida de “Millones de Años”. 

Cuando el egipcio moría, su espíritu debía atravesar el Inframundo y superar diversas pruebas y purificaciones que habrían de culminar con la celebración del juicio de Osiris. Para superar todas esas pruebas el difunto necesitaba conocer las hekau, ciertas palabras mágicas que eran imprescindibles para transitar con éxito por el Más Allá, y los hombres eran conscientes de que para poder pronunciar esas palabras y para poder llevar a cabo en el otro mundo los actos esenciales de la vida (comer, hablar, respirar, ver…) su momia debía recuperar el uso de los sentidos. Esto se conseguía gracias a los ritos de apertura de la boca y los ojos, cuya práctica se remonta a los tiempos más antiguos de la cultura egipcia, si bien en esos primeros momentos se llevaban a cabo sobre las estatuas de los dioses y de los faraones, que se insuflaban de vida gracias a la magia que los sacerdotes conseguían transmitirlas. 

En los tiempos del Reino Nuevo estos ritos quedaron bien plasmados en los papiros funerarios y en las paredes de las tumbas. En ellos se aunaban dos tradiciones: de un lado, una tradición cultual con la que se buscaba animar de vida las estatuas de las divinidades, y de otro, una tradición funeraria, que pretendía dotar de vida a la momia del difunto o a la escultura que lo representaba. En el primer caso, los ritos se realizaban en el interior de los templos; en el segundo, sobre la propia momia, alzado su ataúd ante la puerta de la tumba. Con la apertura de la boca y de los ojos del difunto, que se llevaba a cabo con instrumentos mágicos específicos, se conseguía que la vida retornara al cuerpo momificado de modo que su espíritu podría realizar en el Más Allá todo aquello que habitualmente hacía en la tierra: comer, beber, caminar, ver, respirar… 


La animación en el Reino Antiguo 

Tenemos constancia de que estos rituales ya se realizaban a comienzos de la dinastía IV, ya que existen menciones en ese sentido en los anales de Khufu que quedaron reflejados en la Piedra de Palermo, pero es en los “Textos de las Pirámides” en donde habrían de quedar adecuadamente plasmados, siendo en concreto en el conjuro 21 de la pirámide de Unas donde se describen por primera vez los ritos, llamados entonces “Ritual de ofrendas”. Dice así: 

“(Oh rey) tu boca está en disposición de funcionar, pues he abierto tu boca para ti, he abierto tus ojos para ti. Oh rey, he abierto tu boca para ti con la azuela de hierro que separa abriendo la boca de los dioses. Oh Horus, abre la boca de este rey. Oh Horus, abre la boca de este rey. Horus ha abierto la boca de este rey, con lo cual abre la boca de su padre, con lo cual abre la boca de Osiris, con el hierro surgido de Seth, con la azuela de hierro que abre la boca de los dioses. La boca del rey se ha abierto con ella…” 

En estos tiempos del Reino Antiguo, los ritos se realizaban sobre las estatuas de los dioses o los reyes y se llevaban a cabo en lo que se denomina Casa de Oro, que se piensa que eran las instalaciones de los templos en las que se fabricaban las estatuas. Es posible que también se realizaran para los miembros de la nobleza. En tiempos posteriores, en el Reino Nuevo, los ritos se habrán divulgado y se realizarán ante la tumba del difunto, bien en el interior o delante de su entrada, según acreditan las imágenes que evocan estas actuaciones. 

La lectura del conjuro 21 de los “Textos de las Pirámides” nos indica que en estos primeros momentos los hombres pensaban que el rito había sido instituido por Horus cuando quiso volver a la vida el cuerpo de Osiris, su padre, que había sido asesinado. Gracias a las singularidades de la magia simpática lo que Horus había hecho por Osiris también podría ser hecho por el hijo del difunto en beneficio de su padre fallecido. Este es el motivo de que sea el hijo del difunto, o un sacerdote que lo represente, quién habrá de asumir con el tiempo el papel más destacado en los rituales. 

En el conjuro 155 de los “Textos de las Pirámides” se nos habrá de decir que es en concreto en el Ojo de Horus, considerado un potentísimo talismán por los antiguos egipcios, en donde reside la magia que permite que la vida sea insuflada en la estatua del rey fallecido, que ha sido asimilado a Osiris: 

“Oh Osiris el rey, toma la pupila que está en el Ojo de Horus, porque tu boca se abre por medio de ella…” 


Divulgación de los ritos 

Tras los turbulentos momentos del Primer Periodo Intermedio, en el Reino Medio se producirá la divulgación de los Misterios de Osiris y será en los tiempos posteriores del Reino Nuevo, a partir de la dinastía XVIII, cuando el ritual de la apertura de la boca y los ojos quedará bien documentado tanto iconográficamente como textualmente. En este sentido, la tumba de Djehuty, que está siendo excavada por un equipo español, se puede considerar como una de las mas tempranas en el tiempo en este proceso de reproducción de los detalles de los rituales. El desarrollo más completo del proceso, no obstante, se ha conservado en las tumbas de Rejmire, que luego citaremos, y en la del faraón Seti I. 

En general, en el resto de los papiros o tumbas en las que se cita este ritual, la representación suele estar compendiada en una sola escena situada a continuación del momento en que el cortejo fúnebre llega a la tumba. En esta escena, el sarcófago se muestra alzado frente a la puerta de la tumba siendo abrazado por un sacerdote que ha asumido el papel de Anubis mientras que el hijo del difunto está tocando la boca de este con una azuela. 

En el conjunto de ceremonias que se incluían en estos rituales participaban varios sacerdotes. Los papeles más destacados eran asumidos por el sacerdote Sem, vinculado al culto a Ptah y principal oficiante; el sacerdote Lector, que se representa portando un rollo de papiro en la mano y cuya tarea consistía en ir recitando los distintos conjuros, y el sacerdote Imy-Is, que habitualmente se representa portando la máscara de chacal de Anubis, dios de los muertos. Como oficiante más destacado participaba el propio hijo del difunto que frecuentemente aparece revestido con la piel de pantera que distingue al sacerdote Sem (es “El hijo bien amado” de los textos). Como antes indicamos, es un claro símbolo de Horus, ya que del mismo modo que este dios había llevado a cabo los ritos de reanimación de Osiris, él debía hacer lo propio con la momia de su padre. 

También jugaban un papel importante en los ritos la esposa del fallecido y una de sus hijas, a las que usualmente se representa llorando y lamentándose delante del féretro. Estas dos mujeres asumían el papel de Isis y Neftis, en el momento en que se estaban lamentando ante la momia de Osiris. Finalmente, en los actos participaban también “Los Nueve Compañeros”, que eran quienes habían trasladado el sarcófago a la necrópolis y que encarnaban a los Hijos de Horus; así como un matarife que era un funcionario subalterno del templo que se encargaba de que el sacrificio de los animales que se iban a ofrendar al difunto se realizara según las reglas establecidas. 

Un personaje ciertamente inquietante que también participaba en los ritos era el denominado tekenu. En las representaciones de las procesiones funerarias ya aparece este personaje, que se manifiesta como una persona que está envuelta en una piel de animal y que está tumbada sobre un trineo que es arrastrado. Algunos autores han sugerido que podría tratarse de una reminiscencia de los antiguos sacrificios humanos que se habrían realizado para los faraones de las dinastías I y II. En los tiempos del Reino Nuevo todo parece sugerir que es un sacerdote el que podría ahora representar el papel de ese servidor sacrificado. Según las ilustraciones de los papiros, una vez frente a la tumba, el sacerdote Sem también se tumbaba y adoptaba una posición fetal. Todo sugiere que en esa postura entraba en un estado de trance del que era despertado por el sacerdote Imy-Is, que le decía cuatro veces: “¡Oh Padre mío!” 

Cuando era llamado, el sacerdote Sem, en su papel de tekenu, se quitaba la piel que cubría su cuerpo, se levantaba y decía: 

“Estaba tumbado y se me ha hecho levantar, estaba dormido y se me ha hecho despertar, he contemplado a mi padre en su forma verdadera” 

Estas palabras parecen indicar que el sacerdote Sem, asimilado al hijo del difunto en los ritos, debía abandonarse a un estado de trance en el que viajaba al Más Allá para encontrarse al difunto “en su forma verdadera”, es decir revestido de sus elementos espirituales: el ka, el ba, la sombra… De ese viaje, el “hijo” regresaba trayendo esos elementos para incorporarlos a la momia de su padre muerto. 


La apertura de la boca y los ojos 

En los tiempos del Reino Nuevo, una vez que el cortejo fúnebre llegaba a la necrópolis, se procedía a alzar el sarcófago y colocarlo frente a la entrada de la tumba, a veces dentro. Previamente se había colocado un montículo de arena que había sido consagrada ceremonialmente y que venía a simbolizar la colina primigenia en la que había comenzado la creación del mundo. La momia era colocada con la cara mirando al sur. Allí, al acabar los rituales, el difunto habría de volver a la vida. 

Tras cuatro purificaciones con agua e incienso, destinadas a cada una de las cuatro partes del mundo, daban inicio los propios ritos, que incluían el sacrificio en distintos momentos de dos toros (símbolos del Alto y del Bajo Egipto) y la ofrenda al difunto de la pata delantera derecha y el corazón de estos animales. 

Para practicar la apertura simbólica de la boca y los ojos, se utilizaban el denominado “Peseshkaf”, un cuchillo con una lámina bífida en forma de cola de pez que en los tiempos más antiguos se habría utilizado para cortar el cordón umbilical, y el instrumento llamado “Ur-Jekau” (Grande de Magia), que era una azuela con aspecto de serpiente, dotada de un mango de madera de enebro. También se utilizaban otras azuelas y cinceles, así como diversas jarras, bastones de mando, armas simbólicas, aceites, ungüentos, tejidos rituales… 

Empuñando la azuela Ur-Jekau, el sacerdote Sem tocaba la boca y los ojos de la momia cuatro veces y después hacía lo mismo usando el cuchillo Peseshkat. Tenía que decir: “Oh Osiris, he establecido para ti las dos mandíbulas en tu rostro, y ahora están abiertas” 

El ritual completo, según los estudios realizados por E. Otto, comprendía un total de 75 momentos o episodios, desglosados en ritos preliminares y purificaciones, animación de la momia o la estatua, ofrendas de carne, banquete funerario y ritos de clausura. No obstante, en la tumba que ha brindado la información mas amplia sobre estos ritos solamente se han podido identificar 51 episodios. Se trata de la tumba de Rejmire en Tebas (TT 100). Reproducimos el conjuro del momento principal: 

“¡Oh N! Yo he abierto tu boca para ti… Horus es el abridor de la boca para N. Horus es el abridor de la boca para N. Horus ha abierto la boca de N. Horus ha abierto la boca de N con lo que él abrió la boca de su padre, con lo que él abrió la boca de Osiris, con el metal que vino de Set, el cuchillo… con el que las bocas de los dioses son abiertas. Que puedas abrir la boca de N con él de manera que pueda andar y hablar con su cuerpo ante la Gran Enéada… y así pueda ceñirse la Corona Blanca allí ante Horus, señor de la nobleza…” 


Devolver la vida y la palabra 

En el caso del Papiro de Hunefer (Museo Británico de Londres), esto es lo que el escriba dejó escrito en cortas líneas verticales encima de la escena en la que se representaba la apertura de la boca: 

“El Capítulo de la abertura de la boca de la estatua de Osiris, el escriba real, Hunefer, que hay que realizar (cuando) su rostro (mire) hacia el sur (y cuando esté colocada) sobre la arena detrás de él. Y el Kher-heb dirá cuatro veces al sacerdote Sem mientras éste dé vueltas a su alrededor llevando cuatro jarros de agua: ´Eres puro con la purificación de Horus, y Horus es puro con tu purificación. Eres puro con la purificación de Tot, y Tot es puro con tu purificación. Eres puro con la purificación de Sep, y Sep es puro con tu purificación. Eres puro con la purificación de Seb, y Seb es puro con tu purificación. Puro. Puro´. (Di) cuatro veces: ´Se te ha ofrecido incienso del incienso de Horus, y se ha ofrecido a Horus incienso de tu incienso. Se te ha ofrecido incienso del incienso de Tot, y se ha ofrecido a Tot incienso de tu incienso. Se te ha ofrecido incienso del incienso de Sep, y se ha ofrecido a Sep incienso de tu incienso. Se te ha ofrecido incienso del incienso de Seb, y se ha ofrecido a Seb incienso de tu incienso´” 

En el capítulo 21 del “Libro de los Muertos” el difunto pide a Re, Señor de la Luz, que el poder de su boca no le falte en el Más Allá. El difunto sabe que durante su viaje por el Inframundo y durante el Juicio de Osiris debe ser capaz de pronunciar las adecuadas palabras mágicas, las palabras de poder. Dice el difunto: “¡Dame mi boca para que pueda hablar con ella y guía mi corazón en su hora de tinieblas y de oscuridad!” 

En el mismo sentido, en el capítulo 22 el difunto habrá de decir también: “Que se me entregue mi boca a fin de que mediante ella pueda hablar ante los dioses de la Duat sin que ninguna oposición pueda ser(me) hecha en el tribunal del Gran dios Osiris, Señor de Re-stau, que está en la cúspide de la Escalera celeste” 

Finalmente, el capítulo 23 del “Libro de los Muertos” contiene la fórmula que debe permitir que la boca del difunto sea abierta en el Más Allá: 

“Que mi boca sea abierta por Ptah, que las vendas que amordazaban mi boca sean desatadas por el dios de mi ciudad. Que acuda además Thot, plenamente provisto de fórmulas mágicas; sean desligadas las vendas de Seth que amordazaban mi boca (y) sean separadas las manos de Atum que estaban colocadas como protección de ella. 

Mi boca me ha sido restituida, mi boca me ha sido abierta por Ptah, mediante su cuchillo de hierro (celeste), con el cual abrió la boca de los dioses. Soy Sekhmet-Uadjet, que reside en el Occidente del cielo. Soy Shayt que está en medio de las Almas de Heliópolis. 

¡Que los dioses rechacen cuantos sortilegios y conjuros mágicos se hagan contra mí! ¡Que se opongan a ellos todos y cada uno de los dioses de la Enéada!” 

Vemos que en este conjuro el difunto pide a Ptah, el dios que había creado el mundo utilizando la magia de la palabra, que libere su boca de las vendas de la muerte (Seth). Gracias a Ptah, que ha utilizado un instrumento de hierro meteórico, la boca del difunto ha sido abierta y este ha recuperado su facultad de hablar y la intensa magia que se encierra en la palabra. Ahora se siente identificado con diversas divinidades: Sekhmet-Uadjet y Shayt y tiene la certeza de que nadie se podrá oponer a sus palabras de poder y a su pretensión de arribar al reino de Re. Ninguna magia se podrá oponer a ello. 


La tumba de Djehuty 

En la tumba de Djehuty (TT 11), fechada en la dinastía XVIII, que está siendo excavada por un equipo español, se han podido identificar talladas en la pared derecha del pasillo que conduce a la tumba entre 35 y 40 escenas que hacen referencia a estos rituales. Lo usual en las tumbas de la dinastía XVIII es que solo existan 8 escenas y en las dinastías posteriores lo más frecuente es que este asunto quede zanjado, como antes comentaos, con la representación de una sola escena. 

Tras las representaciones usuales de purificaciones y apertura de la boca con los instrumentos mágicos, en la escena 31 se aprecia que el sacerdote Sem, el sacerdote Lector y otro más buscan a “Su hijo, a quién él ama”. Lo encuentran y lo traen ante la momia. Dicen: “Yo te traigo a tu hijo, tu amado, para que él abra tu boca”. Más adelante, en la escena 36, el “Hijo” acercará al rostro de Djehuty un instrumento de piedra pulimentada. Se sacrificará después un buey y su pata delantera y su corazón se acercarán a la boca del difunto. 

Tras las últimas libaciones y purificaciones, se procederá a introducir el ataúd y los ajuares funerarios en la tumba. Después, todos saldrán mientras un sacerdote barre los posibles rastros de las pisadas. La entrada se cerrará y se sellará y se leerán nuevos conjuros que habrán de conseguir que todo se mantenga intacto durante la eternidad. 

Haciendo referencia a la tumba de Djehuty, decía Serrano Delgado: “Todo ha concluido ya. Finalizado el largo ceremonial, se supone que nuestro difunto, Djehuty, ha adquirido la condición de bienaventurado, y se apresta a disfrutar de las ofrendas y de los beneficios del culto que se le debe. De ahí que no sea extraño que, justo detrás de estas escenas finales, sin solución de continuidad, el artista haya decidido completar la pared con una gran imagen sedente de Djehuty (aún hoy día en parte cubierta por los escombros) que alarga la mano hacia una mesa bien abastecida detrás de la cual, ocupando buena parte del registro inferior de esta pared, se extiende la larga lista de ofrendas que nutrirán a nuestro personaje eternamente.” 



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