En el antiguo Egipto existen diversos testimonios que nos hablan de la existencia de nodrizas o madres de leche que desde los tiempos del Reino Antiguo ya ejercían esta actividad de un modo profesional, es decir, percibiendo ingresos como contraprestación por esa dedicación, si bien habrá que esperar a la etapa histórica que nosotros conocemos como Reino Medio para que quede reflejada en la documentación arqueológica una mayor integración de la nodriza en el ámbito de las familias. Cuando en esa documentación, que usualmente son textos reproducidos en las paredes de las tumbas, se aprecia a una mujer que tiene a un niño en su regazo no es fácil distinguir, por motivos obvios, si estamos ante una madre real o ante una madre de leche. Solo lo podemos saber si en las inscripciones se hace expresa referencia a esa circunstancia. En todo caso, en estos textos del Reino Medio pronto distinguimos que existían dos nociones de familia. Una de ellas, más restringida, hacía referencia a los esposos y sus hijos. Otra, más amplia, incluía también a los padres de los cónyuges, sus hermanos, las nodrizas, las concubinas y los sirvientes. Gracias a estas representaciones identificadas en los ámbitos funerarios es factible pensar que la posición de las nodrizas en las familias se situaba entre los propios familiares y los sirvientes, y más cercana en todo caso a los primeros.
Las familias privadas
En relación con estos casos en los que las nodrizas están representadas como parte integrante de los grupos familiares en las tumbas del Reino Medio, Robins menciona una estela en la que una nodriza está sentada enfrente del propietario de la tumba, y otra en la que ella está sentada junto al dueño, en actitud de estar sosteniendo su brazo. Conocemos también el caso del sacerdote lector Pen-Amon, que a modo de homenaje a su nodriza la hizo representar en paralelo con la que había sido su propia madre. Todo parece sugerir que este hombre sentía gran estima por la mujer que lo había criado. Podemos citar también la estela de una mujer llamada It-en-Heb, en la que esta aparece sentada ante una mesa de ofrendas. Enfrente de ella, se ha representado a Imu-es, que fue nodriza de su hijo, que está sosteniendo al niño sobre una de sus rodillas.
En este ámbito de las familias egipcias pertenecientes a la clase media hemos de pensar que no era necesario que la nodriza tuviera unos conocimientos o preparación especial, ya que para desarrollar su actividad bastaba con que se tratara de una mujer sana, que estuviera capacitada para amamantar a un niño. Sin embargo, no sucedía así en las nodrizas que prestaban su servicio en el círculo de la realeza o de las grandes familias. En estos casos, las mujeres que actuaban como nodrizas eran las grandes damas de la élite que dirigía el país. Más adelante tendremos ocasión de referirnos a ellas.
Profundizando en los tiempos del Reino Medio, Spieser, estudiando las fórmulas funerarias recopiladas en lo que conocemos como “Textos de los Sarcófagos”, ha identificado algunos conjuros con los que se pretendía que toda la familia del difunto se reuniera con él en el más allá, en el Reino de Occidente. Así sucede con el conjuro 131, en el que el fallecido habla de su familia, en la que incluye a sus hijos, sus hermanos, sus sobrinos, sus padres, sus servidores y todos sus familiares. Obviamente, en este grupo familiar estaría también la nodriza, cuyo estatus ya comentamos que se situaba entre los familiares y los sirvientes. Con el transcurso del tiempo, ya en el Reino Nuevo, este tipo de fórmulas de reagrupamiento familiar en el más allá serán abandonadas. Ahora, en las fórmulas mágicas del “Libro de la Salida a la Luz”, que nosotros conocemos como “Libro de los Muertos”, solo encontramos referencias al propio difunto, que una vez fallecido se ha identificado con Osiris. Pensamos que la causa de este cambio en las creencias tiene que estar vinculado con algo novedoso que se ha producido, y es que ahora, en efecto, el difunto deberá superar el Juicio de Osiris antes de arribar, si se le encuentra Justo, al Reino de Occidente. En los tiempos anteriores del Reino Medio no existía esa idea de un juicio individual para los difuntos. Es decir, ahora los integrantes de la familia no llegarán al más allá agrupados por familias sino de modo individual, siendo necesario que cada uno de ellos haya superado el juicio divino. Ese es el motivo de que en el Reino Nuevo, en los ambientes funerarios solo aparezcan los familiares más íntimos: esposos e hijos, en tanto que las nodrizas, en términos generales, van desapareciendo de esas representaciones de las tumbas.
Analizando la información que se nos ha transmitido en las tumbas, y también por sentido común, sabemos que los niños podían tener más de una madre de leche. Jacq nos habla de Paheri, un hombre tenido por sabio, que quiso representar en su tumba a sus tres nodrizas. Por los “Textos Sapienciales” sabemos que el niño era amamantado durante un periodo de tres años, por lo que es previsible pensar que en ese periodo de tiempo tuviera más de una nodriza. En las “Instrucciones de Any” se nos confirma esa duración del periodo de lactancia:
“Cuando tú naciste, después de tus meses de concepción, ella (tu madre) te ha llevado al cuello metiendo sus pechos en tu boca durante tres años”
Jacq también menciona un contrato de Baja Época por el que sabemos que la nodriza, además de amamantar al niño, ejercía otras funciones de tipo médico. En ese sentido, nos han llegado fórmulas de brebajes, por ejemplo a base de partículas de piedra hervidas o líquidos extraídos de cañas, que supuestamente servían para curar a los niños de la incontinencia urinaria. Otras fórmulas podían facilitar que retornara la leche a una nodriza que se había quedado sin ella. En este caso debía untarse la espalda de la mujer con una pócima fabricada con la espina de un pez (lates niloticus), que previamente debía haber sido cocinado en aceite. Sabemos también los honorarios que una de esas nodrizas recibió en pago de sus servicios, recordemos que entonces no existía todavía la moneda: la mujer fue retribuida con tres collares de jaspe, un par de sandalias, un cesto, un bloque de madera, marfil y medio litro de grasa.
Se han conservado noticias de otra mujer llamada Sat-Neferu que hubo de alcanzar cierta fama como nodriza y que fue enviada a Siria al servicio de un alto dignatario egipcio, lo que hizo que se hiciera esculpir una estatuilla de diorita que se ha encontrado en el yacimiento de Adana y se conserva actualmente en el Metropolitan Museum of Art. Esta mujer, que prestaba sus servicios en una tierra extranjera, sentía, al igual que le había sucedido a Sinuhé, el protagonista del famoso cuento, una gran añoranza por su país y quería, cuando le llegara la muerte, ser enterrada en el valle del Nilo. Gracias a ello, el recuerdo de esta nodriza se ha conservado.
La leche y la vida
Siguiendo de nuevo a Jacq, este nos habla de una estela de la XVIII dinastía que se conserva en el Museo de El Cairo y en la que una mujer aparece representada dando el pecho a un niño. Delante de ella, una niña está vertiendo agua en señal de purificación. Detrás, otra niña le está ofreciendo una flor de loto, símbolo de la resurrección tras la muerte. En este caso, se nos ha representado a una mujer que está amamantando a su hijo en el más allá. Todo sugiere que estamos ante la madre real, no una nodriza, y lo que vemos es el modo en que sus tres hijos están recordando a su madre difunta, que vive para siempre en el Reino de Occidente y que sigue ejerciendo su labor nutricia. Y es que la leche de la mujer, sobre todo si había tenido un hijo varón, era considerada como un líquido sanador de enfermedades y que facilitaba la resurrección de los difuntos. Para ello, la leche debía reunir ciertas cualidades, como oler a plantas aromáticas o a harina de algarrobo. No se admitía la leche que oliera a pescado ya que en ese caso se afirmaba que sus virtudes se habían extinguido. Dado que los niños eran amamantados durante tres años, lo cierto es que no se han encontrado síntomas de raquitismo en los huesos de sus esqueletos. Los egipcios sabían que gracias a la leche los niños se criaban sanos y fuertes, por lo que atribuían a esta poderes milagrosos.
En las dinastías XVIII y XIX se han identificado diversos vasos antropomorfos, usualmente con forma de mujer, destinados a recoger la leche que habría de ser luego usada para curaciones en las que la medicina y la magia caminaban de la mano. También se han conservado amuletos en forma de creciente lunar, símbolo del dios niño Jonsu, a los que se atribuían igualmente poderes en estas cuestiones. Los egipcios pensaban que si la leche de Isis había sanado de las fiebres a su hijo Horus, cuando ambos vivían ocultos en los marjales del Delta, intentando escapar de Seth, el asesino de Osiris, de ese mismo modo, por magia simpática, la leche de la madre o nodriza podía sanar a un niño que estuviese enfermo. Hemos de destacar que el acto de amamantar revestía tal importancia en la mentalidad egipcia que incluso parte de los rituales de coronación del faraón, cuando fallecía su antecesor, incluían esa acción de ser amamantado, usualmente por Hathor, la gran diosa nutricia, ya que de ese modo el que iba a ser rey se fortalecía en todo su vigor.
Las nodrizas y los reyes
Antes ya mencionamos que a las nodrizas que desarrollaban su labor en el ámbito de la realeza, para los hijos de los faraones, se las exigían unos requisitos especiales, ya que solo eran admitidas aquellas mujeres que estaban integradas en el ámbito de las grandes familias de la élite. A modo de ejemplo, podríamos citar a Tiy, que fue esposa de un dignatario llamado Ay que más adelante llegaría a ser faraón y de la que se sabe que amamantó y crió a la célebre Nefertiti. Estas nodrizas reales eran elegidas analizando tanto su esmerada educación como la nobleza de su familia. Ellas, a fin de cuentas, habrían de criar y educar a los hijos del rey. Ese es el motivo de que en la titulatura de estas mujeres encontremos denominaciones como “Gran Nodriza”, “La que ha educado a Dios”, “La de dulce pecho”, “Vigorosa cuando amamanta”, “La de piel tocada por Horus”, etc. Estas mujeres se sentían vinculadas a Hathor, la diosa vaca nutricia, de tal modo que en sus momias se ha podido apreciar incluso que su pelo estaba adornado con trenzas de estilo “hathórico”. Era frecuente que fuesen varias las nodrizas que se ocuparan de un príncipe y era también habitual que estas contaran con servidores que las auxiliaban en sus tareas.
Como recompensa por sus servicios, era frecuente que a estas mujeres les concediera el rey el derecho a una tumba, como es el caso de Maia, nodriza de Tutanjamon, que fue enterrada en Saqqara. Es también conocido el caso de Satre, nodriza de Hatsepsut, cuya estatua estaba en el templo funerario de esta reina en Deir el-Bahari. Lo usual, no obstante, es que las noticias de estas nodrizas reales nos hayan llegado gracias a que las encontramos representadas en las tumbas de sus esposos o hijos, quienes gracias a la influencia de estas mujeres ante el faraón solían alcanzar cargos de importancia en la corte y en la administración, de modo que podían costearse una tumba más o menos lujosa.
Desroches comenta que era en la denominada “Casa de los Hijos Reales”, una sección del harén, en donde las nodrizas y los preceptores se ocupaban del cuidado, alimentación y educación de los príncipes, todo ello bajo la dirección de la madre real. Es posible que fuera en este espacio en donde la esposa del rey hubiera alumbrado a su hijo y que fuera allí donde había sido recluida, tras el parto, mientras transcurría el tiempo de su purificación.
La tumba de Kenamun
Spiesen sostiene que los antiguos egipcios pensaban que el niño era esencialmente un ser en devenir, un ser cuya faceta más destacada era que debía crecer y desarrollarse en el tiempo, motivo por el que solían comparar esa etapa de crecimiento con las fases de la Luna, en esencia con su fase creciente. El niño, afirmaban, para llegar a transformarse en un ser completo, un hombre, debía crecer del mismo modo que veían que crecía la Luna. Había, pues, una clara analogía entre el niño y este astro. Antes ya comentamos que los egipcios usaban amuletos con la Luna creciente, a los que concedían poderes mágicos para proteger a los niños de las enfermedades.
En relación con estas ideas, hemos de citar al dios niño Jonsu, hijo del propio Amón, del que sabemos que estaba muy vinculado a este tipo de creencias lunares. Quizás sea este el momento de hablar de un tipo especial de nodrizas: las sacerdotisas nodrizas, que estaban vinculadas precisamente al culto a estos dioses niños. Podemos citar a dos de ellas. De un lado, Dejed-Mut (dinastía XXI) de la que sabemos que era “Sacerdotisa de Amón” y “Nodriza de Jonsu”. De otro, Merytamon, de esa misma dinastía, que era “Cantora de Amón” y “Nodriza del Niño Jonsu”.
Llegados a este punto, no podemos dejar sin mencionar la tumba tebana número 93, cuyo propietario fue un hombre llamado Kenamun, del que sabemos que fue un alto dignatario en tiempos de Amenhotep II, de quién, cuando era niño, su madre había sido nodriza. Kenamun, hermano de leche del rey, quiso hacer representar en su tumba a su madre, que sostiene al faraón niño en su regazo. La mujer está sentada en una especie de trono y a sus pies se ha representado un perro, posiblemente una referencia a Anubis, el dios chacal encargado de guiar a los difuntos en su travesía por el inframundo. El niño se manifiesta como un faraón niño y porta los atributos que distinguen a un rey, es decir no está representado como niño sino como faraón niño. Los niños, usualmente, se presentaban desnudos y con la típica trenza infantil. Amenhotep tiene su mano izquierda sobre el hombro de la nodriza y ella, con su mano, está sujetando el codo de él. El rey, con su otra mano, tiene amarrados a un grupo de enemigos vencidos, que están arrodillados a sus pies.
Siguiendo a Spiesen hemos de indicar que los egipcios pensaban que la leche, ese líquido milagroso del que ya antes hablamos, tenía unas singularidades regeneradoras que hacían que los dioses se la ofrecieran a los muertos, para asegurarles así el renacimiento. Pensaban, en suma, que gracias a la leche los niños crecían, como la Luna en su fase creciente, y que gracias también a la leche de las diosas, los difuntos podían tener una esperanza de resurrección tras la muerte.
Estas creencias están expuestas en las inscripciones de la tumba de Kenamun. Terminamos este estudio reproduciendo en traducción propia uno de esos textos, que nos ha impresionado de un modo especial. En ella, la diosa Nut se dirige a Kenamun, ya difunto:
“Yo hago que amamantes mi leche y que así vivas. Hago que tengas el alimento de mis pechos. La alegría y la salud están en ellos, y con mi leche ellas llegan a ti… Tu madre, Nut, te ha dado la vida después de colocarte en el interior de su vientre. Ella te ha concebido y has renacido. La constelación de la Nodriza (Nut, la Grande que parió a los dioses, era la diosa del cielo) te recibe ahora en sus brazos como a su hijo.”
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